Chapu Apaolaza-ABC

  • La participación del ciudadano en la ampliación del negocio del líder era la continuación lógica del principio de que lo personal es lo político

Pablo Iglesias montó un partido como si fuera un bar y ahora gestiona un bar como si fuera un partido. La ampliación del local de Garibaldi la sufragarán los correligionarios y a los que pongan más el fundador de Podemos les grabará un vídeo dedicado. ¡Cuánto mejor sería devolverles el favor en frascas de vino! La participación del ciudadano en la ampliación del negocio del líder era la continuación lógica del principio de que lo personal es lo político. También lo es lo hostelero.

En el auge del populismo de izquierdas español –con perdón–, todos sabían quién era amigo de quién y quién era novio de quién, y todo aquello dejó un rastro arqueológico tan reconocible. Nada se hacía con el recato del que sabe que en algún momento lo juzgará la historia porque la historia eran ellos. Dentro de cinco o seis siglos, cuando algún becario de la Universidad de Gotinga investigue entre nuestras cenizas cómo se desintegraron los últimos partidos antes del colapso de esta civilización, encontrará que del hartazgo social derivado de la corrupción y los excesos de las clases poderosas surgió la primavera del 15M y que cristalizó en una formación populista cuya historia se puede seguir por el rastro de ropa en el suelo. Que en el movimiento en defensa de la mujer en torno al «Hermana yo sí te creo» había un par de tipos acusados de agresión sexual que dedicaban todo su esfuerzo a arrimar la cebolleta. Que toda aquella fuerza del pueblo legítimamente harto remató en unos tipos montando un bar, y alguien relacionará en sus enunciados las pulsiones populistas con el punto del salmorejo en un teorema que llevará por título ‘El gazpacho de Laclau’.

De asaltar los cielos a montar un bar; hay finales peores. Un bar español es un Partenón con servilleteros y palillos. En un bar se aprende todo lo que un ciudadano necesita: que la diversión cuesta aunque no hace falta mucho para ser feliz, que el prójimo es, por lo general, un buen tipo, que cada cual debe esperar su turno y no meterse en las conversaciones de los demás, que hay más honor en muchos camareros que en algunos ministros, que es importante el sentido de la medida para el disfrute, que pasado un tiempo nadie es un extraño y que, como decía mi padre, la diferencia entre el jamón del bueno y del malo demuestra que hay cosas en la vida por las que merece la pena luchar.

La parroquia de una taberna es la verdadera ciudadanía. Pedir pasta a la militancia para ampliar el local y extender su accionariado a la ciudadanía en esta acción de ‘barfunding’ es lo más juicioso que ha hecho un partido político en los últimos tiempos. En el chiste de verdad, a unos amigos les toca en la lotería una gran cantidad de dinero. Cuando se preguntan sobre qué hacer con la fortuna que han ganado, deciden montar un bar y uno se pregunta: «¿Y si nos va mal?». Otro le responde: «Si nos va mal, lo abrimos al público».