GABRIEL ALBIAC – ABC – 28/04/16
· En Madrid, una decrépita estalinista juega a casitas de muñecas con presupuestos millonarios.
De repente, como un grotesco estrambote, se cerró el martes el sainete. Bajo antifaz zarrapastroso de «pacto a la valenciana». Tan creíble como un duro de madera. Pero había que hacerlo: era del todo imprescindible prolongar hasta el último segundo la farsa. Antes de que el hastiado público se liara a tomatazos. Con los heroicos asaltantes del cielo a bajo precio. Con el triste don nadie que hizo el cálculo de comprarse a la peña populista con lo que siempre funcionó para las barras peronistas: dinero público. Y el ojo de los espectadores se encendió en una súbita cólera de animal burlado.
La partida, dirá ahora el pobre Sánchez, acabó en tablas; no es tan malo. Pero hasta Sánchez sabe que no hay nada en política más desastroso que lo irresuelto. Sobre todo, si se alargó con artificio. Eso paraliza el Estado. Y pone la abrumadora culpa del coste sobre aquel que, a sabiendas, prolongó la agonía. Nada perdona menos un elector que generar ilusiones y estrellarlas contra un previsto muro. Es la muerte para un dirigente. Si no lo es para su partido.
Antes de mover un dedo, es hora de analizar la partida. Y valorar sus costes. Y esta partida no empezó en la noche del 20 de diciembre. Pretender que fue así es tan sólo trazar una cortina de humo sobre lo verdaderamente grave. En términos de estrategia, el ciclo de asalto al poder de Sánchez estaba diseñado en dos movimientos. Y en una ofensiva continua que llevase al desguace institucional completo, en el lapso que iba de las municipales a las generales. No era una mala idea, en términos de asalto al poder. Siempre que su diseñador tuviera claro que era eso: toma del poder, no simple alternancia electoral. Y que ese tipo de asaltos tiene sus riesgos. Si uno no posee ánimo, o fuste, o convicción, o cinismo para asumir la aniquilación propia que implica la derrota en un asalto al Estado, entonces no debe abrir la estrategia del jaque mate.
El primer movimiento se completó al milímetro. Y, en las municipales, Sánchez logró su envite: poner a los populistas al mando del primer escalón de las instituciones. Al regalar ese sustancioso pedazo de la tarta presupuestaria a los discípulos de Perón y Chávez, el PSOE soñó activar una constante broncínea de la política española: que el dinero público hace de cualquier disidente agente propio. No era un cálculo idiota. No del todo. Aunque sí insuficiente. La gente con la cual se las veía sabe que sólo todo el poder es el poder. Y que, frente a esa apuesta, las migajas de la corrupción dan risa. Y, cuando Sánchez reclamó el voto presidencial que pagara sus donativos locales, le escupieron a la cara. Sonrientes. Se lo había buscado.
Estos son los restos del naufragio, cuyo paisaje debiera desolarle. Porque este naufragio es cosa suya. En Cádiz, un «grasioso» de charanga proclama el Carnaval perpetuo, con cargo no se sabe a qué dinero. En Madrid, una decrépita estalinista juega a casitas de muñecas con presupuestos millonarios. En Barcelona, independentismo a la bonaerense bajo estética de Evita sin diamantes. En Zaragoza… ¿Seguimos?
Ni siquiera Sánchez puede no darse cuenta de que su «gran juego» ha terminado. En escombros. Y que dejar correr sobre el tablero a sus alfiles locos sólo puede acabar con él en ultratumba. Las elecciones de junio tienen una exigencia previa para que el PSOE sobreviva: barrer a los populistas del poder local que el PSOE les regaló. Eso, o bien aguardar a que esta vez el poder lo asalten ellos. Con más eficiencia.
GABRIEL ALBIAC – ABC – 28/04/16