PEDRO GARCÍA CUARTANGO-ABC
- No soy un ciudadano de segunda por haber nacido en Castilla. Tampoco soy superior a los de Vic o de Palafrugell
Antonio Machado escribió estos versos en 1912 sobre Castilla: «Campos sin arados, decrépitas ciudades, caminos sin mesones y atónitos palurdos sin danzas ni canciones que van, abandonado el mortecino hogar, como sus largos ríos, hacia el mar». Los tiempos han cambiado, pero no esa sensación de abandono de la España vacía que el maestro describió con tanta lucidez y desgarro.
Nací en el seno de una familia ferroviaria de tres generaciones. Me eduqué en una escuela católica. Y ya desde niño me inculcaron la idea de la igualdad: nadie es más que nadie, con independencia de su origen, condición social o creencias. Este sentimiento lo he encontrado en los libros de historia sobre Castilla, tierra en la que un campesino no se tenía por qué arrodillar ante un señor feudal. La pobreza no estaba reñida con la dignidad.
Vi a mi padre entregar su abrigo a un inmigrante y comprarle un billete de tren en la estación de Miranda hace 50 años. Y recuerdo perfectamente sus palabras: todos los hombres sufren y sienten lo mismo. Tal vez por su influencia, el racismo me ha parecido repugnante desde niño.
Por mi propia experiencia y esas convicciones, me causa perplejidad la alianza del PSOE con un partido racista y xenófobo como Junts, que defiende la desigualdad y está en contra de la solidaridad y la coherencia interterritorial.
Los independentistas no ocultan ese sentimiento de diferencia, que no es más que la expresión de su autoproclamada superioridad, que se manifiesta en el rechazo a las leyes, los símbolos y las instituciones de todos. Boicotean los actos del Rey en el Parlamento, desprecian la Constitución, se niegan a sentarse con otras autonomías, piden la cesión de todos los impuestos y exigen un trato bilateral de privilegio. Son ciudadanos de primera y nosotros, de segunda o tercera incluso.
No me sorprenden las demandas del independentismo, pero lo que sí me provoca asombro es la actitud de Pedro Sánchez y del PSOE, el partido de Largo Caballero y Prieto, que compran un discurso insolidario, un relato mentiroso y una amnistía que nos avergüenza.
Hay cosas que el Gobierno ha hecho bien y otras, mal. Nunca he compartido ese eslogan de acabar con el sanchismo. Pero sí me parece inaceptable que Sánchez haya basado su mayoría parlamentaria en unos partidos que cuestionan el más elemental de los principios en una democracia: la igualdad. Somos iguales en deberes y derechos por mucho que les moleste a los nacionalistas.
No soy un ciudadano de segunda por haber nacido en Castilla. Tampoco soy superior a los de Vic o de Palafrugell. Pero exijo que se respeten mis derechos y que los poderes públicos sean justos y equitativos. Lo que sí puedo garantizar es que yo nunca hubiera huido en un maletero para eludir mis responsabilidades y menos para obtener privilegios. Basta.