Pedro Sánchez engañó a Felipe González, y de rechazo también a Mariano Rajoy, haciéndoles creer que se abstendría en la segunda votación de investidura cuando tenía cerrado un acuerdo de 178 escaños con Podemos, es decir, con el Partido Comunista y las agrupaciones secesionistas y de extrema izquierda. La abrupta reacción a los planes sanchistas de un sector del PSOE, que no quiere contemplar cómo el centenario partido termina fagocitado por Podemos, ha provocado el escándalo que zarandeó a los socialistas el sábado pasado.
Con muy poco tiempo por delante ya, la fórmula Borrell sigue vigente. La gestora del PSOE podría abrir una negociación urgente para que sus diputados se abstengan en la sesión de investidura a cambio de una serie de medidas que condicionen al débil Gobierno del PP en la dirección exigida por los socialistas. Do ut des. Algunos piensan que no hay tiempo para llevar a puerto ese navío zarandeado por la borrasca que todavía padece Ferraz.
El plan B parece más fácil dentro siempre de la escabrosidad política actual. Basta con que once diputados socialistas se ausenten para dar vía a un Gobierno del Partido Popular que tal vez durará media legislatura porque no resultará fácil gobernar desde 137 escaños. Tal y como están las cosas no parece complicado encontrar once diputados dispuestos a brillar por su ausencia, lo que permitiría al PSOE reafirmarse en el no a Rajoy y mantenerse cómodo en la oposición.
La tercera salida al laberinto político actual consiste en imponer al pueblo español nuevas elecciones generales con desgaste devastador para la clase política y despilfarro del dinero público, es decir, el de todos los españoles a los que se sangra hasta la hemorragia a través de impuestos directos e indirectos.
A la vista de los sondeos, las elecciones generales, terceras en un solo año, favorecerían al Partido Popular y perjudicarían al PSOE, y sobre todo a España, porque la probabilidad del sorpasso es grande y no es lo mismo la oposición liderada por un partido constitucionalista y moderado que por el comunismo chavista y antisistema de Podemos. Mariano Rajoy no debería caer en la tentación de deslizarse hacia una nueva contienda electoral, aunque le favorezca. Tampoco parece lógico que lo haga el Partido Socialista porque le perjudica. Javier Fernández, presidente de la actual gestora, tiene claro que unas terceras elecciones dañarían la estabilidad futura de España y colocarían al PSOE al borde de la irrelevancia, incluso del suicidio.
Mi fe en el buen sentido de los dirigentes políticos que, con las debidas excepciones, padece España, se acerca cada vez más al cero absoluto. Así que no me atrevo a pronosticar cuál de las tres fórmulas posibles se impondrá finalmente.