Alberto Ayala-El Correo

El PNV ha conseguido esta semana una de sus demandas históricas. El Gobierno Sánchez ha accedido, por fin, a devolverle la titularidad del palacete del 11 de la avenida Marceau de París, que fue la sede del Gobierno vasco en el exilio de 1945 a 1951. El derecho de los peneuvistas a recuperar el edificio estaba fuera de toda duda. Uno de sus militantes lo adquirió en 1936 y fue la propia formación jeltzale quien lo cedió temporalmente en 1945 al gabinete en el exilio de José Antonio Agirre. España lo disfrutaba desde que Hitler se lo regaló a Franco en 1940, cuando los nazis ocuparon la capital gala.

¿Por qué ahora? No porque sea lo justo, sino porque Sánchez precisa el apoyo de todos sus socios de investidura, todos los días. Es sólo una de las injusticias -pequeña y material en este caso- que arrastramos de la Dictadura. Escribía hace una semana que me parece acertada la decisión del Gobierno progresista de celebrar el medio siglo de la muerte de Franco que ha hecho posible la democracia de que disfrutamos. Ojalá sirva al menos para que nadie siga ignorando en qué fosa común yace su familiar. Para que apreciemos como se merece el mejor de los sistemas políticos conocidos. Y para que se persiga, como en otros países, la exhibición de símbolos franquistas y el blanqueamiento de genocidas.

¿Batalla perdida? Vistas las reacciones de medio PP -con Ayuso a la cabeza- y de Vox, e incluso las de algunos lectores en respuesta a mi anterior artículo, cabría pensar que sí. Me da igual. No decaerá mi empeño en lograrlo. Como mi reclamación al Ejecutivo para que desclasifique los archivos secretos que sea necesario y se esclarezcan muertes violentas como la de Germán Rodríguez en los trágicos Sanfermines de 1978, la ecologista Gladys del Estal o Mikel Zabalza. Sin ánimo alguno de revancha. Sólo de verdad y recuerdo.

Si el PNV ha tenido que esperar por un palacete a que el presidente del Gobierno español no tenga más remedio que devolvérselo, ¿qué decir de la repugnante negativa de los herederos del brazo político de ETA a condenar la trayectoria criminal de la banda?

Leía el domingo en estas páginas una excelente entrevista a Iker Casanova, portavoz de EH Bildu en Bizkaia y uno de los pesos pesados de la nueva izquierda abertzale. En ella, explicaba el giro pactista de la coalición, tras años de buscar «la confrontación», porque «la gente está quemada y ya no tolera frivolidades».

Por desgracia, los años posteriores a la derrota y desaparición de ETA no han venido acompañados de un clamor popular de exigencia a quienes jalearon sus crímenes para que abjuren del historial terrorista de la banda. EH Bildu ha conseguido su aceptación parcial en sociedad por las necesidades de Sánchez, aunque nadie debe olvidar que la democracia prometió ser generosa con ese mundo si callaban las armas. Ahora los de Otegi trabajan para dar un paso más, para encontrar aliados con los que hacerse con el Gobierno vasco.

Aunque sea por tan prosaico objetivo y no por decencia ni por ética, ¿veremos el giro que siguen resistiéndose a dar? No es probable, pero insistamos. Por todas las víctimas, todas, y sus familias.