Batasuna ha obtenido abundante publicidad con escaso gasto, mostrando en la práctica que la Ley de Partidos es un espejismo. La Consejería de Interior ha demostrado que hará respetar el vigente reparto de barrios entre las banderías nacionalistas. Otro juez desconocido ha tenido su momento de gloria. Los turistas tendrán algo emocionante que contar.
ALGUNOS observadores interpretaron la convocatoria de la manifestación de Batasuna en San Sebastián como una toma de temperatura política por la organización terrorista. Pues bien, todo lleva a pensar que la temperatura es bastante confortable para ellos. Aunque no consigan caldear demasiado el ambiente, no padecen la mortífera congelación de la ilegalidad. Sus partidarios se muestran tibios, sus enemigos fríos.
Los medios de comunicación han aportado publicidad gratuita. Alguien ha recordado estos días que la BBC estuvo más de un año sin sacar una sola imagen o declaración de los actos del Sinn Fein o de sus portavoces. Los británicos aplicaron el filtro informativo hasta obtener razonable certeza de que el IRA se veía acabado. En España es al revés: basta el anuncio de una aparición de estos nosferatus para que todos corran a magnificarla. Para entender el porqué oigamos al inefable Odón Elorza: «Necesito pensar que Otegi va a ser capaz de hacer un discurso realmente autónomo y pedir en algún momento a ETA que se ha acabado el tiempo de las armas, como el IRA, y que el único campo de batalla es el de la política. Si Otegi actúa en coherencia, si es capaz de ser coherente con lo que anuncia, debiera concurrir incluso a las próximas elecciones municipales y forales». Y es de este domingo, no de hace un año.
Algunos jueces también se han portado. El presidente del Tribunal Superior de Justicia vasco felicitó a Balza por cumplir la ley (no espere ni en sueños algo semejante cuando cumpla con su obligación, pero así están las cosas). Y el presidente de la Sala de Vacaciones del tribunal afectado, Manuel Díaz de Rábago, emitió en la vista del recurso un voto particular justificando el derecho de los militantes de Batasuna a manifestarse -no el de Batasuna misma, considerada como cuerpo místico- en estos términos: «La disolución del partido traerá consigo, como es lógico, que éstos utilicen directamente cauces de expresión política que hasta entonces se encauzaban por la vía del partido disuelto. No cabe ver en ello fraude alguno», porque «no estamos ante un partido reconstituido que funciona ilegalmente», sino ante un «colectivo de ciudadanos que buscan seguir actuando en la vida política». De aplicarse a los violadores, habría que disculparles por expresar de ese modo irreprimible su bulliciosa líbido.
Respecto al Ejecutivo de Ibarretxe, decidió no dejarse intimidar. El apabullante despliegue de antidisturbios evitó que los manifestantes ilegales ejercieran sus inabrogables derechos a actuar… por el centro de la ciudad. No hizo falta excesiva fuerza, porque los manifestantes, según testigos fidedignos, no pasaban de quinientos. Eso sí, la Ertzaintza les permitió jalear a ETA y zurrar periodistas en uno de sus feudos, las nueve hectáreas de la Parte Vieja. Renovaban así uno de los pactos no escritos más sagrados en el País Vasco, el del reparto territorial: las ciudades medianas y grandes son para los nacionalistas incruentos, los pueblos y cascos viejos para los otros. La Ley de Partidos podría ser ventajosamente sustituida por el Reglamento de Estacionamiento y Circulación Vial.
Por su parte, los ciudadanos se mostraron inflexiblemente decididos a divertirse. La crónica que firma en El Correo Javier Guillenea describe perfectamente el ambiente: «Una hora antes, nada hacía prever lo que finalmente ocurrió. Numerosas furgonetas de la Ertzaintza se desplegaron por el Boulevard y sus efectivos se apostaron en las bocacalles de la Parte Vieja, donde se habían congregado numerosos manifestantes. La escena no intimidó a los turistas que tomaban consumiciones en las terrazas de la avenida. Muchos de ellos se levantaron y comenzaron a sacar fotos e imágenes de vídeo de los policías y a los grupos que poco a poco iban concentrándose en el lugar establecido por los convocantes. No muy lejos, en la Plaza de la Constitución, se celebraba un alarde de txistularis y entre las mesas de los bares deambulaban músicos ambulantes».
En la zarabanda ulterior resultaron heridos leves tres impávidos turistas que se negaron a abandonar sus mesas. En cambio, salvo algún batasuno, ningún nativo resultó contusionado, porque la experiencia es un grado. Pero los turistas lesionados tenían razones para suponer que el enfrentamiento de energúmenos y policías de negro y rojo era una variedad donostiarra de los Moros y Cristianos levantinos. En algunos países no es habitual tolerar algaradas anunciadas con anticipación por grupos disueltos por terrorismo, imagen inimaginable para mentes sin fantasía. Pero la llamada izquierda abertzale no concibe una fiesta sin apología del terrorismo y persecución del disidente. Y otras personas admiten que oponerse a esa forma de diversión es muestra de intolerancia. Se apoyan en las recientes sentencias judiciales que sustituyen la doctrina Garzón por la Arzalluz: la kale borroka no es terrorismo, sino una variedad vernácula de chiquillada vandálica.
Felizmente, la mayoría ha visto satisfechos sus deseos. La democracia así entendida queda a salvo. Batasuna ha obtenido abundante publicidad con escaso gasto, y de nuevo ha mostrado en la práctica que la Ley de Partidos es un espejismo. La Consejería de Interior ha demostrado que hará respetar el vigente reparto de barrios entre las banderías nacionalistas. Otro juez desconocido ha tenido su momento de gloria. Los turistas tendrán algo emocionante que contar en la oficina.
Los esfuerzos de los últimos años no han sido en vano. Batasuna es parte visible de la gran farsa nacional que brilla en agosto con todo su esplendor. Forma equipo con la cabra arrojada desde el campanario, los toros de fuego y las epidemias de salmonela. Su efímera ilegalización ha ilustrado de nuevo el famoso dicho: España es un país de leyes durísimas moderadas por su sistemático incumplimiento. El termómetro de Batasuna marca unos confortables veintisiete grados al sol, la temperatura del lunes en el Boulevard donostiarra. Queda por ver si el futuro les pertenece.
Carlos Martínez Gorriarán es profesor de Filosofía en la Universidad del País Vasco.
Carlos Martínez Gorriarán, ABC, 16/8/2005