Carlos Torres y el banco han preferido invertir en Turquía antes que en España. Han demostrado tener más confianza en ese país que en este
“Créeme, es un tipo cojonudo”. Es la media verónica con la que Carlos Torres, presidente del BBVA, solía rematar su explicación cuando un colega se atrevía a preguntar por las razones del nombramiento de Onur Genç, un ejecutivo turco con escaso conocimiento del español, como consejero delegado de la entidad. En los últimos tiempos, el mercado se ha llenado de rumores en torno a eventuales desavenencias entre los dos máximos directivos del banco, un distanciamiento que se habría saldado con el creciente protagonismo del consejero delegado y un cierto eclipse de Torres, un hombre que proyecta una preocupante imagen de aislamiento en los últimos tiempos.
El escepticismo con el que el nombramiento de Genç fue recibido entre la comunidad financiera española ha ido siendo sustituido paulatinamente por el elogio casi unánime: “El turco es un tío muy bueno”. Tan bueno, que nadie ha dudado en concederle todo el protagonismo en la decisión de BBVA de lanzar una OPA por el también turco Garanti, al objeto de elevar su actual participación del 49% hasta el 100%. Sorpresa y desconcierto en los madriles. Sí, es verdad que los manuales dicen que Turquía es un país de casi 85 millones de habitantes, con una población mayoritariamente joven, con alto potencial de crecimiento y un grado de bancarización escaso, ergo un territorio donde hay mucho margen para un banco cuya especialidad es la banca comercial que, además, compra a un precio muy atractivo.
Un argumentario que resultaría definitivo si el amo de Turquía no fuera un tal Recep Tayyip Erdogan, 67 años, un sátrapa en toda la extensión de la palabra, un neo sultán decidido a arrasar con la obra liberalizadora de Kemal Atatürk, padre de la moderna Turquía, para entronizar su poder personal sin límites legales que valgan. Un islamista conservador que lleva 20 años intentado moldear el país a su antojo y a quien en los últimos tiempos parece haber abandonado la diosa Fortuna.
El escepticismo con el que el nombramiento de Genç fue recibido entre la comunidad financiera española ha ido siendo sustituido paulatinamente por el elogio casi unánime: “El turco es un tío muy bueno”
Todo, en efecto, parece irle mal en los últimos tiempos. Desde la salud (se dice que ha superado un cáncer de próstata cuyos efectos son visibles en su aspecto desmejorado, sus ocasionales temblores y sus despistes) hasta la economía, pasando por la política. La lira turca ha perdido la mitad de su valor desde 2018, la inflación ronda el 20% y las cifras de paro oficiales rebasan ya el 15%. De la Turquía a la que hasta hace escasas fechas acudían alegres los inversores queda hoy poco. Aquel era un país en paz con sus vecinos, reñido con la corrupción, empeñado en la modernización de sus infraestructuras y serio candidato a entrar en la UE. Era la Turquía admirada y amable que Erdogan se ha llevado por delante.
Amo y señor, Erdogan mete su larga mano en la economía con resultados desastrosos para el país. Impide a su Banco Central subir tipos para controlar la inflación, nombra y despide a altos cargos de la entidad a su antojo, y acusa de las dificultades por las que atraviesa el país a “intereses extranjeros empeñados en desestabilizar Turquía”. Que en estas circunstancias el BBVA haya decidido poner más huevos en la cesta turca no deja, por eso, de causar perplejidad, sentimiento traducido en el castigo sufrido por la acción en Bolsa.
“Es curioso lo ocurrido”, relata un alto ejecutivo bancario extranjero. “Vendes tus intereses en Estados Unidos, un mercado muy maduro pero muy seguro, porque te lo compran a muy buen precio. Sacas una pasta (11.600 millones, con una plusvalía extraordinaria) y después no sabes qué hacer con ese dinero, no sabes dónde invertirlo, el Sabadell te parece una operación arriesgada, y resulta que al final acabas comprando en Turquía. Que me lo expliquen…”.
Problemas con la salud, problemas con la economía y problemas aún mayores con la política. Cuando quedan menos de dos años para las próximas elecciones, las encuestas atribuyen al partido de Erdogan, el AKP, alrededor de un 30% en intención de voto, muy lejos de los resultados de las últimas presidenciales que ganó en primera vuelta con el 53% de los emitidos. Los turcos, sobre todo la Turquía joven, empiezan a dar síntomas claros de cansancio con un autoritario inestable, provocador, capaz de insultar a políticos democráticos de primer nivel, capaz de llamar “nazi” a Angela Merkel, de calificar de “loco” a Macron, de promover un boicot a los productos franceses y de amagar recientemente con expulsar a una decena de embajadores occidentales. Lo peor: que ha iniciado una política exterior expansiva y muy agresiva con sus vecinos, mientras arma a su ejército hasta los dientes. Un riesgo claro para la paz en la zona.
Amo y señor, Erdogan mete su larga mano en la economía con resultados desastrosos para el país. Impide a su Banco Central subir tipos para controlar la inflación, nombra y despide a altos cargos de la entidad a su antojo
Aspectos todos que, muy grosso modo, dibujan un panorama preocupante para cualquier inversor que se plantee establecerse en Turquía a largo plazo. ¿Cómo encontrar seguridad jurídica en un país controlado por un tipo que acentúa sus perfiles de duro para consumo interno, mientras se disculpa sin recato ante las cancillerías importantes cuando mete la pata con sus exabruptos en política internacional? Su máxima es tan simple como brutal: todo lo que sea necesario para conservar el poder.
Les suena, ¿no? En realidad, Erdogan es un experto en supervivencia, un tipo al que solo importa el poder. “Es capaz de contradecirse, de cambiar de posición con respecto a Washington o Moscú, de querer entrar en Europa y despreciar a Europa, de mostrarse por la mañana islamista, por la tarde nacionalista y al día siguiente occidental puro… Todo según convenga a sus intereses”, escribía este lunes Delphine Minoui en Le Figaro. También les suena, ¿no?
Su estrella política está dando síntomas de agotamiento, pero eso no significa en absoluto que el control que ejerce sobre Turquía vaya a decaer. Rodeado de un pequeño círculo de su máxima confianza, temeroso de eventuales traiciones, Erdogan sigue siendo el único responsable a la hora de la toma de decisiones. Todo pasa por él. Nada se le discute. Nadie se atreve a sacarle de un error o advertirle de una equivocación, a pesar de que sus lapsus mentales son cada vez más notorios.
En ese círculo íntimo cobra cada día más fuerza su yerno, Berat Albayrak, y su propio hijo, Bilal, director de la Fundación de la Juventud Turca. La corrupción asoma por doquier. Peor aún: a pesar de que la oposición empieza a contar con serias posibilidades de derrotarlo en las urnas, son muchos los que creen que, llegado el caso, sería capaz mediante los cambios legislativos oportunos de convertirse de iure en lo que ya es de facto: en un dictador, estableciendo una auténtica dinastía familiar en el “trono” de Ankara.
¿Qué relación existe entre Onur Genç y Tayyip Erdogan, si hay alguna? ¿Hay algo al respecto que BBVA no haya contado a los inversores? En definitiva, Carlos Torres y el BBVA han preferido invertir en Turquía antes que en España
En estas condiciones, invertir casi 10.000 millones por hacerse con el 100% de un banco en Turquía, “un régimen de un solo hombre”, supone asumir un riesgo político muy elevado. “Hace un año pudo comprar el Sabadell a precio de ocasión. Hubiera acrecentado el beneficio por acción, fortalecido su deficiente negocio en España y equilibrado su perfil de riesgo”, escribía ayer Carmelo Tajadura. Es verdad que la jugada podría salirles bien, Audentes fortuna iuvat, que el mundo no está hecho para los cobardes.
Onur Genç es un McKinsey, un hombre aferrado a su tabla de cálculo capaz, como todo Mckinsey, de venderte un frigorífico en el polo y justificártelo, pero aun así el riesgo se antoja demasiado grande. ¿Qué relación existe entre Onur Genç y Tayyip Erdogan, si hay alguna? ¿Hay algo al respecto que BBVA no haya contado a los inversores? En definitiva, Carlos Torres y el BBVA han preferido invertir en Turquía antes que en España.
Han demostrado tener más confianza en Turquía que en España. Mejor Erdogan que Sánchez, con todo su parecido. Supongo que el asunto dará que pensar en el Gobierno, si es que hay alguien que piense en este Gobierno, y probablemente también en Fráncfort y en la propia plaza de la Cibeles. Si la operación saliera mal, los costes serían muy altos para todos. Pero incluso si saliera bien, el caso daría para algunas consideraciones inquietantes: la que ofrecería un gran banco español -¿español?-, dirigido por un primer ejecutivo turco, con todo el poder en sus manos. Interesante conocer la opinión al respecto de Pedro Toledo y José Ángel Sánchez Asiaín.