Santiago González- El Mundo
Según estimaciones de la Policía belga, la manifestación que ayer recorrió Bruselas detrás de los golpistas registró una asistencia de 45.000 personas, cifra que desborda las expectativas de los convocantes. No sé si el ojo clínico de los belgas para evaluar multitudes comparte el optimismo que habitualmente muestra la Guardia Urbana de Barcelona, pero supongamos que no, que todos eran catalanes, expresamente desplazados para la manifestación. No cabe duda de que Cataluña viaja en Gran Confort en la opresión española. Y todo esto quién lo paga, se preguntaría un español medio, siguiendo a Pla. Pues usted, imbécil, ¿aún no lo ha entendido?
Bélgica es una guarida de delincuentes multidisciplinares en el corazón de Europa. Su Policía afina mucho contando multitudes, pero no tanto a la hora de garantizar la seguridad en las calles de la capital, donde se dan cita terroristas, filonazis y otras especialidades delictivas. No es casual que Puigdemont haya contratado como abogado al especialista que libraba a los etarras de la extradición. El barrio de Molenbeek cobró justa fama como refugio de terroristas islamistas, muy especialmente desde que el principal responsable de los atentados de París, Salah Abdeslam, se escondió allí. La Policía belga no tiene costumbre de entrar en viviendas para buscar sospechosos a partir de las nueve de la noche pero, por lo visto, tampoco acostumbra a vigilar las puertas y esto permitió escapar al terrorista.
La Policía y la Justicia belga protagonizaron uno de los asuntos político-judiciales más bochornosos que se hayan registrado nunca en la Unión Europea: el caso de Marc Dutroux, secuestrador, violador, torturador y asesino de niñas y adolescentes. Había sido condenado a 13 años en 1986 junto a su mujer por la violación de cinco niñas, pero la Justicia belga le redujo la condena a tres por buen comportamiento. Investigado por el robo de coches de lujo, fue detenido, pero no hubo policía o juez que decidiera registrar su casa, en cuyo sótano su mujer y cómplice dejó morir en aquellos días a dos niñas por inanición.
El escándalo fue de tales dimensiones que, al conocerse el caso, la Gendarmería de Bélgica fue disuelta. Este es el país ejemplar para los golpistas catalanes y no les falta razón: es un buen refugio para delincuentes, con un historial de desencuentros en materia judicial que arranca desde que León Degrelle realizó un aterrizaje de emergencia en la Bahía de la Concha el día en que Alemania se rindió y puso fin a la Segunda Guerra Mundial. Desde los años 80, Bélgica ha sido refugio privilegiado y mercado de armas para el terrorismo etarra y la elección de ese Estado fallido como tierra de asilo por el ex presidente catalán no fue casual. De todos los países de la UE, Bélgica es el único en el que un presunto delincuente como el que nos ocupa puede elegir al juez. Puigdi lo quería flamenco y lo tuvo. También era flamenco el que negó la extradición de la etarra Natividad Jáuregui. Al final de la mani cantaron L’Estaca y el Himno de la Alegría, claro.