Sánchez ordenó un despliegue policial sin precedentes para amedrentar al juez, mostrar que nadie le hace frente y evidenciar que España es un país sometido a una autocracia sin límites. La cleptocracia se defiende
Ella iba de negro, los policías (casi doscientos) vestían de azul. «No sé de qué se me acusa. Soy inocente». Suena a contradictorio pero así fue. La comparecencia de la deponente apenas duró media hora. El juez Peinado dio por suspendido el vodevil y mandó a todo el mundo a su casa hasta el 19 del presente, que también es viernes, hará mucho más calor en Madrid y las torres Kío se mantendrán torcidas y aburridas como siempre. El absurdo obelisco de Calatrava, plantado ahí en el centro de la rotonda, seguirá sin manar agua, pese a que esa era su función. Tantas previas, tanto periodista microfonado, tanto despliegue informativo, tantos prolegómenos, tanta seguridad, tanta gente rara por los Juzgados de Plaza de Castilla para que, finalmente, todo desembocara en nada. Una pedorreta a la Justicia.
No se le ha visto ni la cara. La dama se esconde, como aquel grupo vasco, algo siniestro, de los ochenta. Begoña Gómez dribló a las teles al acceder al edificio tribunalicio por el garaje. Los periodistas fueron relegados, tras unas humillantes vallas metálicas, a más de 50 metros de la fachada no fueran a preguntar. Los manifestantes vocingleros (cuatro mataos congregados por Marlaska, posiblemente, con cartelones sobre la interfecta y algún detalle de El Padrino) a más de cien. Veinte furgonetas, cinco drones, un helicóptero. Sólo faltaban las patrulleras de la Armada que reclamaba el otro día Tellado para otros fines. Este Francisco Martín, delegado del Gobierno en Madrid, con ansias de ministerio, se ganó los galones. Ni paseíllo, ni interrogatorio, ni testimonios, ni ruido, ni contratiempos, ni mu. Todo plácido y amigable como en una comedia de Lubitsch. Todo bloqueado, amordazado, paralizado, secuestrado, como en un país sometido por una mafia cleptócrata. Ni cámaras ni fotógrafos a la prensa. Ni un resquicio de libertades democráticas, ni un respiro al derecho a la información. Madurando vamos, al galope.
Habrá que ver si finalmente hay causa, tal y como plantean, unánimes, los miembros del gobierno, convertidos estos días en un coro negacionista: «Nada de nada. No hay caso». Marlaska, que pese a ser juez, profesa la antigua fe del canalla, opta por ir más allá y descarga minuciosamente su odio sobre Peinado. De su boca emerge una nube de negras hidras a las que se refiere siempre Pilar Alegría, ignorante quizás de lo que está hablando. Sus compadres de la cofradía de la Moncloa, en una actitud desbordada de vileza, salieron el viernes de cacería contra el instructor. Incluida Margarita Robles, también juez, fogosamente podemizada sin pizca de rubor.
Se aplaza la función hasta dos días después de que Sánchez haya anunciado en el Congreso su ley que dice contra los bulos, esa iniciativa parlamentaria que, camuflada de regeneración democrática, pretende pulverizar la información libre
Media docena de periodistas, seleccionados de entre sus pares, pudieron entrar a la sala para dejar constancia de un hecho irrebatible: La imputada vestía traje de chaqueta negro y lucía su peinado habitual, melena lacia tirando a rubia y flequillo protector. Le acompañaban cuatro miembros de seguridad, su abogado y algún semoviente indetectable. La planta sexta, donde se ubica el juzgado 41, aparecía esta mañana frecuentada por gente extraña e inusual. ¿Serían espías?, como decía El Plural sobre Peinado en su gran exclusiva sobre el magistrado de los dos DNI.
La fatigosa liturgia resultó un chasco. La investigada por presuntos delitos de tráfico de influencias y corrupción en los negocios alegó desconocer el contenido de la última querella llegada a su causa, de Hazte Oír. El juez, prudente y paciente, procedió a ilustrarle sobre el alcance de las diligencias abiertas, respondió alguna duda tramposa y se acabó. Se aplaza la función hasta dos días después de que Sánchez haya anunciado en el Congreso su ley que dice contra los bulos y el fango, conocida como ‘ley Begoña’, esa iniciativa parlamentaria que, camuflada de regeneración democrática, pretende pulverizar a los medios incómodos. En contra de esa doctrina, el instructor de la causa Gómez, antes de suspender el interrogatorio pudo anunciar, antes de que lo remitan a un juzgado en la Gomera, que la próxima comparecencia de la dona se grabará tanto en imagen como en sonido, algo que irrita enormemente en Moncloa, donde se pretende que todo el episodio se desarrolle entre tinieblas, como aquel filme tan estúpido de Almodóvar con las monjitas.
Desde que el 29 de febrero, fecha del cumpleaños bisiesto de su esposo, apenas se ha dejado ver por los saraos salvo en la celebración del X aniversario de la proclamación del Rey y en el mitin de Benalmádena, anticipo de la amnistía de los Eres
Begoña Gómez es como la mujer invisible del cantito de Kiko Veneno, que era un hombre. «¿Dónde estará el hombre invisible / claro, lo dice su nombre / que no se le puede ver». Desde que el 29 de febrero, fecha del cumpleaños bisiesto de su esposo, estallara mediáticamente su caso (que son varios, Air Europa, Complutense, Barrabés…) apenas ha salido de Palacio, no se ha dejado ver por los saraos salvo en la celebración del X aniversario de la proclamación del Rey, y en el mitin de Benalmádena en el que Sánchez anunció que Magdalena Álvarez iba a ser amnistiada por el chiringuito de Conde-Pumpido, que algunos conocen como ‘el antiguo TC». No ha explicado las circunstancias de sus negocios, no ha rendido cuentas sobre la pestilencia de sus empresas, no ha justificado ni uno solo de los delitos que se le imputan. Mudita.
Quince días más de espera para la imputada. O más tiempo para que la defensa hilvane alguna argucia salvadora, una trampantojo indigerible para impugnar el juicio por indefensión o por defectos de forma, dado que las pruebas contra su cliente resultan abrumadoras. O un compás de espera para que el inquebrantable Peinado se ablande, mediante presiones y acosos, y tenga a bien rebajar su empecinamiento en impartir justicia. ¿Quién defiende al juez del caso Begoña? ¿Quién ampara su nombre, avala su trabajo, protege incluso su vida y la de su familia? De momento, sólo se escuchan los aullidos de la cacería desatada por miembros del Ejecutivo, escupiendo espumarajos sobre su nombre, algo tampoco muy frecuente en las democracias de nuestro alrededor. Quizás en la antigua Albania.
No veremos mucho el pelo a Begoña en los días venideros. Ya ha tenido bastante con su papelón protagónico como la reinona de la Plaza de Castilla, con tantos guardias como Imelda y tantos coros como Kirchner. La dama se esconde, como el mentado grupo de rock que entonaba, con voz de trueno, una piececilla adorable titulada, precisamente, ‘Culpable’.