IGNACIO CAMACHO-ABC
- «Cenáculos de señores con puro» y «capitalismo despiadado»: idéntica retórica populista, mismo lenguaje político atávico
No acaba uno de encontrar grandes diferencias entre los denuestos de Ione Belarra contra el dueño de Mercadona y los señalamientos con que Sánchez obsequió hace unos meses a los presidentes del Santander e Iberdrola. Una habla, con lenguaje político atávico, de «capitalismo despiadado», y el otro denunciaba presuntas conjuras de «señores con puro» reunidos en siniestros cenáculos con la intención de derribarlo, tipos tan peligrosos que luego se citan con él en Davos. A ninguno de los dos se le conoce una vida laboral relevante (tampoco irrelevante en el caso de la ministra) previa a sus carreras públicas exitosas, aunque el jefe del Ejecutivo se doctorase con una tesis (ejem) sobre diplomacia económica que le presupone (ejem, ejem) cierto conocimiento sobre la actividad emprendedora y su papel en el crecimiento de la riqueza española. De cualquier modo, por mero principio jerárquico cabe colegir que la irresponsabilidad del ataque frontal contra los empresarios es más grave cuando procede de un cargo de mayor rango.
Por tanto, las portavoces del PSOE y del Gobierno quizá deberían mirar hacia arriba cuando piden «mesura» a su colega ‘podemita’. Belarra no ha hecho más que seguir la senda presidencial añadiéndole una dialéctica más desapacible y agresiva. El distanciamiento fingido por las subalternas sanchistas es pura hipocresía: falta convicción, además de sinceridad, en el amago de regañina. No puede haberla porque ambos sectores del Gabinete han acabado a fuerza de cohabitación por compartir –si es que antes no lo hacían—los mismos tics populistas. Y el más clásico es la invención de un enemigo, un culpable diseñado a medida como chivo expiatorio de los males colectivos: la banca, las compañías eléctricas, los supermercados, los propietarios de pisos. El viejo, antiquísimo arquetipo de los explotadores, los caciques, los ricos.
En este cliché demagógico no ha habido posmodernidad que valga. Nuestra izquierda sigue instalada en la misma retórica rancia de la etapa republicana; cualquier día rescata el fetiche de la reforma agraria como imaginativa solución a la «España vaciada». Pero lo que resulta natural en ‘echeniques’, ‘monteros’ y ‘belarras’, por la limitación que sus sesgadas anteojeras intelectuales e ideológicas imponen a la visión panorámica, se convierte en impostura deshonesta al trasladarse al ámbito de la socialdemocracia. En Alemania o Portugal, donde gobierna un socialismo aún más o menos fiel a su tradición de fuerza sistémica, causaría escándalo una estigmatización expresa de las élites empresariales, industriales y financieras. En España, y ésa es una diferencia entendible, comparte el poder con un partido capaz de rechazar las donaciones de tecnología médica de Amancio Ortega. Gente que ni siquiera respeta a los principales contribuyentes que hacen posible su ruinosa política de subvenciones limosneras.