EL PAÍS 24/03/16
· Igual que en noviembre, se habla errores graves en la lucha antiterrorista. Y Erdogan aviva el fuego contra Bruselas: «Deportamos a un yihadista que Bélgica dejó libre»
«Uno de los autores de los ataques de Bruselas es una persona que detuvimos en junio de 2015 en Ganziatep, y fue deportado. Informamos a la embajada belga sobre la deportación el 14 de julio. Bélgica lo dejó libre«, dijo Erdogan. En realidad, Turquía detuvo y expulsó a Holanda en julio de 2015 a uno de los yihadistas que cometieron los atentados, al que varios medios identificaron como Ibrahim El Bakraoui. «Pese a nuestras advertencias de que esta persona era un combatiente extranjero, Bélgica no pudo determinar sus vínculos con el terrorismo», añadió el presidente, quien no mencionó el nombre del supuesto yihadista detenido y solo lo describió como «uno de los autores del atentado de Bruselas».
Las investigaciones tras los atentados de París pusieron bajo el foco la descoordinación entre los diferentes cuerpos y la ausencia de un intercambio fluído de información. Los servicios secretos ni siquiera compartían sus ‘conocimientos’ con algunos cuerpos para evitar las filtraciones de unos agentes ‘demasiado’ pegados al terreno.
Abdelhamid Abaaoud, del ya famoso barrio de Monbeleek, fue uno de ellos. Tras una pequeña carrera delictiva de robos con violencia y tráfico de drogas a pequeña escala, en 2013 viajó a Siria para enrolarse en las filas de Daesh. Unos meses después, regresó para secuestrar a su hermano pequeño y llevarlo a Siria con él, ante la parálisis de la policía, que no detectó su vuelta a Bélgica. Fueron los padres quienes denunciaron el rapto.
Dos de los principales sospechosos de los atentados de Bruselas habían realizado un recorrido similar. Mohamed Abrini y Najim Laachraoui estuvieron en los últimos dos años en Siria en contacto con Daesh. Las investigaciones apuntan a Laachraoui como uno de los ‘cerebros’ de los últimos ataques, y lo sería desde el propio suelo belga.
El caldo de cultivo
Bélgica empezó a recibir una gran afluencia de inmigrantes magrebíes y turcos en los años 60 y 70. La primera generación de esos inmigrantes llegó a al país y se integró. Cómo el padre de Abaaoud, quien tras ser minero regentaba un próspero comercio de telas. O el de Salah Abdeslam, un empleado público local. Pero algo se torció en la segundo generación y esos hijos, ahora adultos, se están volviendo contra las sociedades que los vieron crecer.
‘Podríamos pensar que un chico joven pobre es más susceptible de ser radicalizado, pero también tenemos a gente con estudios universitarios’
Claude Moniquet, director del European Strategic Intelligence and Security Center, destaca la dificultad de buscar una explicación sencilla a esta deriva. “Es difícil de decir, porque podríamos pensar que un chico joven pobre es más susceptible de ser radicalizado, pero también tenemos a gente con estudios universitarios”, señala. Abaaoud, por ejemplo, fue a un colegio privado de buen nivel en Bruselas pero lo abandonó.
“Gran parte de la radicalización se realiza en la juventud, en las calles, en los pequeños ayuntamientos, en los centros deportivos o gimnasios y, por supuesto, en la prisión”, explica Moniquet. Según sus cálculos, hasta un 15% de los jóvenes musulmanes en Bélgica y Europa podrían merecer vigilancia en ese sentido.
Hoy en día, magrebíes y turcos son las dos principales comunidades musulmanas y, como señala Josef de Witte, director del Centre Interfederal pour l’Egalite des Chances (el organismo público belga contra la discriminación)- a El Confidencial, los problemas vinculados con la islamofobia son “diez veces más altos, sino veinte, porque estos ciudadanos sufren el desempleo, la discriminación laboral… no son tratados como verdaderos ciudadanos”. De Witte pone sobre la mesa los problemas de estigmatización que vive la población musulmana en Bruselas.
El ‘buenismo’ político belga
La principal acusación contra el anterior alcalde de Molenbeek, el barrio de donde han salido varios de los principales yihadistas del país, es que repartía ayudas sociales y empleos públicos entre la mayoritaria comunidad musulmana para ganarse sus votos. Philippe Moureaux ocupó el cargo veinte años y se ha defendido esgrimiendo la gran integración que permitió su política. Aunque, tras los ataques de París, también reconoció la ‘ceguera’ de la clase política belga ante los cientos de conciudadanos que se iban a Siria a combatir.
El pasado junio, seis meses después de los ataques terroristas contra la publicación satírica de Charlie Hebdo, una conferencia iba a tener lugar en la localidad belga de Verviers. El tema de discusión era el radicalismo y el yihadismo. Las autoridades locales cancelaron la conferencia ese mismo día por “razones de seguridad”, siguiendo los consejos de la policía. Habían aparecido varias amenazas contra el alcalde de la pequeña urbe, quien no se veía capacitado para garantizar la seguridad. Moniquet denuncia que Verviers es el único lugar de Europa donde no se puede hablar libremente sobre yihadismo. “Es la consecuencia de décadas de laxitud y despreocupación”, denuncia.
Tras el ataque a Charlie Hebdo, una operación policial desmantelaba una célula del Estado Islámico en Verviers. Aparentemente, planeaba atentados contra la policía. Dos terroristas, que habían regresado de Siria recientemente, fueron abatidos por los equipos antiterroristas.
La elección de Verviers para celebrar esa conferencia no fue baladí en su momento. Tampoco lo sería ahora para analizar la laxitud belga ante un problema que crecía a espaldas de los políticos. Aquel mes de junio, los yihadistas ganaron una batalla en suelo belga; los atentados del martes suponen otra victoria para el terror. Bélgica empieza a imitar el mensaje de Francia y ya habla de «guerra». Los remedios para cambiar derrotas por victorias parecen claros.