Antonio Rivera-El Correo

Se constituyó ayer el Parlamento Vasco de la XII Legislatura con un ejercicio de rutina que no logró alterar ni el regreso de Santiago Abascal a la que fuera su casa durante casi un lustro, aunque esta vez lo hiciera desde la tribuna de invitados. Los gestos rituales de la minoría: candidatura testimonial a la presidencia de la recién estrenada Amaia Martínez y solicitud rechazada de acatamiento previo a la Constitución, tampoco han modificado el guion previsto. Repite por tercera vez la presidenta como repetirá su jefe de filas al frente del Ejecutivo. Todo en orden, se impone la rutina y el personal agradece que nadie haga una gansada y le altere la calma vacacional. Votaron para tener paz y agradecen el tedio.

No es sino el preámbulo de lo que vendrá. En algún tiempo, la novedad y hasta la sorpresa iban de dentro hacia afuera, de sus señorías hacia la realidad. Proponían debates pintorescos para dar alegría a su ocupación en un escenario remansado por una ciudadanía aplicada a sus cosas. Ahora es al revés: bastante lío tenemos en la realidad como para que la Cámara se dedique a demostraciones o discusiones alejadas de esta. La búsqueda del minuto de gloria te puede colocar esta vez en la lista de los principales idiotas del país. Así que nadie se sale del papel. Ni la que se estrena.

La respuesta a una pandemia que ha puesto en jaque el suelo socioeconómico del país es el único asunto sobre la mesa. El nuevo gobierno que saldrá de la mayoría confortable y prevista antes incluso de las elecciones se deberá aplicar a ese exclusivo y endiablado menester. El cruce de apoyos parlamentarios y hasta gubernamentales Vitoria-Madrid servirá para remachar aún más una relación ahora todavía más privilegiada. De paso, mientras dure este cataclismo, el debate ontológico sobre el ser del país y su destino manifiesto quedarán para mejor ocasión real. Se constituirá nuevamente alguna comisión a los efectos y se manejarán su eficacia y tiempos para hoy apretar un poco a Madrid, mañana contentar a la parroquia, otro día hacerse la foto con unos u otros y así hasta que la realidad recuperada -o lo que eso vaya a ser- permita volver a los más interesantes e irrelevantes asuntos parlamentarios.

Por no ser posible, ni siquiera lo es una mayoría ocasional alternativa en términos clásicos de izquierda-derecha. No lo es a efectos gubernamentales, donde está soldada la vieja coalición, pero tampoco a los puntuales parlamentarios, con votaciones que fuercen a la mayoría del ejecutivo a asumir decisiones imprevistas. La respuesta socioeconómica a la pandemia pasa por medidas de gasto social y de ayuda a las empresas que difícilmente romperán la mayoría en lo principal de estas. Y, en cuanto a los ingresos, una nueva política fiscal más exigente y equitativa será previsiblemente bloqueada por el PNV y las derechas españolistas, coincidentes todos ellos en no cambiar ahí ni miejita.

El resultado de semejante balsa de aceite puede ser el desarrollo de debates de algún interés en términos de oratoria. Dice el manual que, si no tienes dinero, haz discursos, y vale lo mismo para el Ejecutivo que para el Legislativo. Lo mismo, hasta descubrimos en esta prevista anodina legislatura algún piquito de oro. A más no hay que aspirar.