Manuel Montero-El Correo
- Animal político llegado del mundo de los negocios y espoleado por su imperio televisivo, el dirigente italiano practicó una fórmula que se está extendiendo
Silvio Berlusconi fue uno de los políticos más extravagantes de Italia, con una carrera manchada por acusaciones de corrupción, escándalos sexuales y una condena por fraude fiscal. Pese a la continuidad de las sospechas por comportamientos tan inconvenientes, marcó durante treinta años la política italiana. Fue cuatro veces primer ministro, en tres gobiernos, y es quien estuvo más tiempo en ese puesto desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Fue también eurodiputado y presidente del Consejo Europeo. Un animal político llegado desde fuera de la política.
Repudiado por amplios sectores, particularmente la izquierda, consiguió mantenerse en la primera línea política condicionando la evolución de Italia con ese aspecto progresivamente acartonado que parecía convertirlo en un personaje de ficción. Pero sus apoyos explícitos o a regañadientes fueron enormes. De los puestos a los que aspiró, únicamente no logró el de presidente de la República.
Su carrera, con todas sus excentricidades, actitudes que se nos antojan ridículas y opiniones que estaban en las antípodas de lo políticamente correcto -sin un discurso estructurado-, resulta verdaderamente inusual. Está muy alejado de los perfiles que suelen ofrecer los políticos profesionales, en Italia y en el resto de Europa.
Empezó con negocios variopintos hasta que comenzó a destacar en las inmobiliarias, un punto de partida que en otros lares hace sospechosos, no candidatos al triunfo político. Con una red confusísima de negocios entrelazados, entró en los medios de comunicación, pronto con ramificaciones en Francia y España y un gran emporio televisivo. En esa desaforada carrera empresarial, se hizo con el Milán, el equipo de fútbol que cosechó triunfos sonados.
Nada parecía oponerse al milanés que venía fulgurantemente desde abajo. Y con ese pedigrí políticamente tan anómalo llegó a la política. En 1994 estalló en Italia el macroproceso Manos Limpias, que quería depurar la política y que se llevó por delante a muchas fuerzas tradicionales, entre ellas al Partido Socialista Italiano. Fue la oportunidad de Berlusconi, que pudo presentarse como un ‘hombre nuevo’, empresario de éxito y no contaminado por los usos políticos que habían pervertido la república. Sus medios de comunicación pudieron presentarlo como el hombre providencial capaz de administrar el Estado como lo hacía con sus empresas.
Creó un nuevo partido, Forza Italia, más o menos alejado de las habituales adscripciones ideológicas, pero con un programa que quería ser sanador: reducción del déficit, liberalismo económico, lucha contra la corrupción y creación de empleo. Todo a la vez: la regeneración vendría por una vía populista. Es de las primeras que conocemos en el mundo occidental, hoy más trillado en iniciativas de este tipo.
Lo nunca visto: el recién llegado a la política logró tender a la vez dos alianzas con la derecha y extrema derecha en el norte y en el sur, en principio incompatibles entre sí. Obtuvo la mayoría absoluta pero siguió una gestión confusa, en la que se sucedían escándalos y juicios y no remitían el paro y la corrupción. Con la caída de la lira, la desconfianza de los mercados financieros y la amenaza de la crisis social, abandonó el Gobierno en 1995, una breve experiencia.
No fue su final político. En 2001 reconstruía una alianza de derechas con el acicate de combatir el intervencionismo de izquierdas. Otra mayoría absoluta y una nueva gestión borrosa en la que se retrasaban las políticas neoliberales y proliferaban las acusaciones de beneficios empresariales para el conglomerado del primer ministro. También dificultó la inmigración y promovió deportaciones.
Derrotado en 2006, el ave fénix retornó dos años después para, con una nueva mayoría absoluta, gestionar con los criterios de austeridad que se impusieron en la Unión Europea desde 2008, escaso aliciente para un político de estirpe populista, con medidas antimigratorias y escándalos sexuales como el relacionado con la prostitución de menores, algo inconcebible, no digamos en la cúpula de un Gobierno. Pese a su condena judicial por cuestiones fiscales, los años siguientes formó un nuevo partido, logró alguna absolución y acumuló más sospechas de tratos de favor. No volvió al poder, aunque sí entraron en coalición sus formaciones. No parece que su Forza Italia en sus diversas formulaciones pueda recoger su legado, pues fue siempre una opción personal sin una estructura que le asegurase permanencia.
Político populista y sectorialmente carismático, tenía algún atractivo del que carece la antipatía característica de Trump. Antes que este, se había presentado como el político que acabaría con las fórmulas tradicionales de la política. Globalmente, su contribución histórica, para bien o para mal, trajo nuevas formas de hacer política que se están extendiendo.