Oscar Monsalvo-Vozpópuli

  • Resulta que eso que hoy es inaceptable ha sido durante años la seña de identidad de esta tierra nuestra tan abierta, tan tolerante y tan antifascista

Leíamos durante la semana en El Correo un titular de época: el Gobierno vasco, por medio de su consejero de Seguridad, reconocía que muchos de quienes usan armas blancas son “extranjeros sin arraigo”. De repente lo democrático, lo institucional y lo que muestra sentido de Estado no es manipular las cifras ni considerar nacionales a los nacionalizados, sino presentar la realidad tal y como es. Resulta que sí hay una relación evidente entre los ataques con armas blancas y el fenómeno de la inmigración. Resulta que tener el corazón asín de ancho para traer 30, 300 ó 3.000 jóvenes de Mauritania o Marruecos, presentarlos como menores de edad aunque cuenten ya tres décadas y dejar que vaguen por las calles tiene consecuencias. Quién lo hubiera imaginado. Las palabras de Zupiria formaban parte de un mensaje más general que incluía el incremento en las cifras de otros fenómenos como la violencia de pareja, los abusos sexuales o los homicidios. También ahí vemos una relación evidente con el fenómeno de la inmigración. Pero seguramente tardaremos más en ver un reconocimiento tan claro en el patrón. Y lo más importante: dará igual lo que diga el consejero de Seguridad, el ministro de Interior o el presidente del Gobierno. Porque será demasiado tarde y, sobre todo, porque se dirá de boquilla. Ningún político con puesto importante en España, por el momento, es capaz de describir la situación en la que nos encontramos. Y esto es así porque ningún político con aspiraciones es capaz de armar un discurso sólido en torno a estas cuestiones. No por capacidad intelectual, sino por elección. Es algo parecido a lo que le pasa al estudiante irresponsable. Sabe que en dos semanas tiene un examen, pero pospone el estudio. Falta una semana; aún hay tiempo. Sólo quedan tres días: ya no merece la pena. Y se pasa esos tres días haciendo como que estudia, pensando en otras cosas y esperando que algún milagro -una epidemia, un temporal, un accidente- le salve del desastre que él mismo ha precipitado.

Una tierra antifascista

Cuando el desastre llega, cuando alguna de las cuestiones políticas o sociales que hemos ido alimentando durante años y años explota, cuando las consecuencias, visibles desde que se empezó a alimentar el monstruo, ya no se pueden ocultar, entonces soltamos la palabra vacía: “Es inaceptable”, decimos. El PNV es especialista en esto. La tolerancia con la violencia abertzale, con el adoctrinamiento en la universidad pública o con la escenificación del terror en las fiestas populares siempre había sido algo natural, algo con lo que convivir e incluso algo sano; qué tolerantes somos, qué desgraciados quienes lo denuncian. Pero un día, de repente, por razones desconocidas, lo cotidiano se convierte por unas horas en algo escandaloso. Y salen los consejeros y el lehendakari a decir que todo eso que habían fomentado orgullosamente está muy mal. Y prometen medidas, observatorios, consecuencias; y al día siguiente están pactando con Bildu la ley del euskera o alguna nueva campaña por la memoria histórica. Porque el escándalo nunca es un escándalo real. Sólo es una breve crisis de comunicación. El escándalo de Bernedo no ha sido nada más que eso. De repente una denuncia encuentra el tiempo y el lugar apropiado. Y los políticos y los medios que habían permanecido décadas en silencio encuentran que lo que ya sabían, lo que nunca les pareció relevante, era un escándalo de altura. Lo de Bernedo, dicen, es inaceptable; pero resulta que eso que hoy es inaceptable ha sido durante años -y volverá a ser- la seña de identidad de esta tierra nuestra tan abierta, tan sana, tan tolerante y tan antifascista. Hace dos días leíamos que los monitores del campamento habían salido a decir que no había habido abusos, que las denuncias vienen sólo por “lo de las duchas”. Es pura estrategia de comunicación. Si no les funciona, pueden estirarla aún más: no hemos cocinado a los niños, todas las denuncias son sólo por lo de las duchas.

El odio a lo español

Pasa además que “lo de las duchas” no es sólo lo de las duchas. Lo que hay detrás de lo de Bernedo es una cultura concreta que tiene que ver con la relativización de la sexualidad, con el destierro de la prudencia y el decoro, con el adoctrinamiento desde la infancia y con el odio a lo español. Es decir: Bernedo es todo lo que se ha ido construyendo durante los últimos años alrededor del concepto de Euskal Herria. Los padres, al menos la mayoría, sabían a dónde mandaban a sus hijos, a qué mandaban a sus hijos y con quiénes mandaban a sus hijos, porque no era algo muy distinto de lo que veían en las escuelas, en las fiestas y en los eventos culturales. Salirse de ese discurso conducía a ser señalado como español, rancio, conservador.  Que un monitor se paseara por el campamento con el cimbrel envuelto en plástico es casi lo de menos, porque a esa cultura pertenecen unos payasos proetarras que no generan ningún escándalo. Hemos visto intervenciones institucionales de los tres payasos proetarras dirigiéndose a niños con su lenguaje viscoso hablando de “nuestros presos”, de los familiares y de la dispersión. Y nunca generó ningún escándalo. Nunca se consideró inaceptable. Hemos visto chavales homenajeando etarras en institutos del País Vasco. Ningún escándalo. Más que aceptable. Lo recogió Iñaki Arteta en Bajo el silencioEl verdadero escándalo para el Gobierno vasco fue la película que lo denunciaba. Por eso la obra de Arteta es la propia de un apestado. Y por eso en la televisión pública vasca encuentran hueco todos los documentales que hablan de los presos vascos y del conflicto. Porque “lo inaceptable” es siempre aquello que se ha fomentado y se volverá a fomentar en cuanto pase la pequeña tormenta.