Iñaki Ezkerra-El Correo
El pasado jueves, 24 de octubre, fue el Día Mundial de las Bibliotecas, y, para celebrarlo, el Ministerio de Urtasun eligió el lema ‘Por un futuro sostenible’. La verdad es que a uno no se le ocurre qué rebuscada relación se puede establecer entre los universos de la lectura, que son las bibliotecas, y ese lema que no se les cae de la boca a los mayores y más genuinos analfabetos funcionales que llenan nuestro guiñol político. Más aún, uno acude a los anaqueles de la buena literatura con la intención de huir precisamente de esa jerga gris y manida de la política: de esos tediosos y vacíos vocablos que usa la mayoría de los representantes de los partidos para justificar sus sueldos. Uno se refugia en los libros, en fin, huyendo de la Agenda 2030 y de la economía circular, de lo inclusivo, de lo sostenible, de todas esas palabras que nos hacen banales y vacuos porque están huecas por dentro y les han quitado el poco sentido que tuvieron a base de repetirlas, de sobarlas, de sobetearlas.
Con motivo de esa efeméride e insistiendo en la tabarra de la sostenibilidad, ese mismo ministerio ha creado un concurso literario llamado ‘Bibliotecas sostenibles’, que, así, a primera vista, más que a literatura, a uno le suena a catálogo de Ikea o a manual de bricolaje. En efecto, para sostener los volúmenes, una estantería debe sostenerse antes con los debidos tirafondos, tuercas, tornillos y anclajes. Uno es que va a los libros para recuperar el significado de las palabras, el antiguo valor, la añorada esperanza, la tambaleante fe en el lenguaje. Y se topa de pronto con las ‘Bibliotecas sostenibles’ de Urtasun; con ese comodín que suena a fraude; a palabrería de vendepeines; a concepto desvirtuado de lo que realmente es una biblioteca; a la charlatanería de un economicismo ferial; al ruido publicitario que ahuyenta al que busca el silencio recogido y monástico de esos recintos donde la gente no habla sino lee. Borges se figuró el paraíso «bajo la especie de una biblioteca» que -me temo- era la antítesis del infierno de esa verborrea ministerial. En realidad, una ‘biblioteca sostenible’ es un oxímoron, algo que a uno se le cae de las manos y que no significa nada; que no se sostiene.