Juan Carlos Girauta-ABC

  • El imaginario occidental está en manos de decisores políticos, económicos, culturales y empresariales que se han entregado con entusiasmo a las premisas de los nuevos hegemones. Y estos, rompiendo con la teoría política, no son Estados. Son un poder indefinido, superior a todos los demás, que opera sobre el mundo libre

El periodista le pide un análisis sobre la situación en Ucrania a la vicepresidenta de Estados Unidos. Respuesta: «Ucrania es un país en Europa. Está junto a otro país que se llama Rusia. Rusia es un país más grande. Rusia es un país poderoso. Rusia ha decidido invadir un país más pequeño llamado Ucrania. Básicamente, eso está mal».

Aunque la vicepresidenta no aparece mucho en los medios y casi la había olvidado, mi memoria la trae de vuelta. Es una persona muy preparada, nos contaron cuando formó ticket con Biden. ¿Por qué dudarlo? Voy a Wikipedia. Es hija de una científica y de un profesor de economía de Stanford. Nieta de diplomático. Graduada en Ciencias Políticas y Economía, Juris Doctor en Derecho. Ha publicado libros. Fue fiscal general de California y senadora antes de convertirse en la persona que ocuparía la presidencia si a Biden, que este año cumple los ochenta, le sucediera algo. Dios no lo quiera.

Por eso al oír su análisis sobre Ucrania he dado por descontado que hablaba para un público infantil, y me ha parecido que lo hacía de maravilla. Una síntesis excelente para que niños de cinco a diez años sepan de qué hablan sus papás en la cena o viendo el informativo. Qué mujer tan entrañable. Pero entonces he notado que algo fallaba. Aunque las palabras de la vicepresidenta evocaran un aula de pequeñuelos, no sucedía lo mismo con el tono del entrevistador. En un programa para chiquillos, los términos que escogería el periodista no serían esos. Tampoco la cadencia. Tendrán que imaginarlo, o busquen ustedes el audio en la red, pero se trata del hablar rápido y preciso de un profesional. No es la modulación de Barrio Sésamo, es la típica de un programa de radio estándar.

Cierto es que el hombre insta a la vicepresidenta a explicarse en términos que todo el mundo entienda, pero eso es habitual en el periodismo audiovisual. Además añade que se trata de saber cómo puede afectar directamente el conflicto al pueblo estadounidense. La modulación y ritmo de la entrevistada, por el contrario, es la de una maestra de primaria en clase. El contenido consta supra, júzguenlo ustedes. Oídas la pregunta y la respuesta, resulta imposible colegir lo que yo estaba dando por sentado: que las iniciales interrupciones del párvulo discurso se debían a una admirable intención de dar con las palabras más sencillas, las frases más simples y la estructura gramatical más asequible a alguien que todavía no puede vérselas con las subordinadas. Nada de eso. El escaso léxico, la simplicísima explicación y el orden expositivo solo reflejan lo que ella tiene en la cabeza y puede dar de sí.

Con todo, me resisto a creerlo. Compruebo que la entrevista telefónica procede de una radio por internet que no está dedicada a los niños. Así que sí, es lo que parece. La persona que en cualquier momento podría ostentar el puesto con más poder del mundo no tiene la más remota idea de aquello que ha hecho saltar todo por los aires. Algo que alterará el orden mundial, la naturaleza de la Unión Europea y de la OTAN. Algo que provocará una inflación descomunal y desabastecimientos. Y el riesgo cierto de una conflagración mundial.

Eso sí, la particular interseccionalidad de la señora Harris plugo sobremanera al mundo. Tanto a la extraviada izquierda occidental como a la derecha que compra sus mercancías averiadas. El imaginario occidental está en manos de decisores políticos, económicos, culturales y empresariales que se han entregado con entusiasmo a las premisas de los nuevos hegemones. Y estos, rompiendo con la teoría política, no son Estados. Son un poder indefinido, superior a todos los demás -formales o informales, institucionales o no-, que opera a todas horas sobre el mundo libre. De ahí que el secretario general de la ONU reaccionara como reaccionó al saber del principio de la invasión en el curso de un siniestra farsa que adoptó la forma de reunión del Consejo de Seguridad: ‘Give peace a chance’! -rogó al ruso.

La señora Harris forzosamente tenía que ser la elección adecuada porque a su condición de mujer se unía un abanico étnico, es decir, una serie de identidades que ella puede ponderar, según el caso. Y en el conocimiento convencional contemporáneo, eso es lo que importa y no las ideas. ¿Tiene alguna idea la vicepresidenta? Para la cultura hegemónica, esa pregunta resulta inapropiada y estúpida. Inapropiada porque, al ser mujer, quien la formule es un machista. Estúpida porque el individuo no cuenta. Ella tiene, peor definición, las ideas y los valores que corresponden a su identidad o identidades ‘interseccionadas’ de acuerdo con su voluntad, que por supuesto puede variar según le apetezca o convenga.

De resultas de lo cual no hay una forma correcta de formular lo evidente; que Harris, como comandante en jefe, se desenvolvería con la misma eficacia que un jarrón. Bueno, no, peor, ya que el jarrón no daría ninguna orden. Dios guarde a Biden muchos años, porque al menos conoce perfectamente lo que pasa en Ucrania, los antecedentes, la estrategia rusa en la zona. Y eso tiene que valer algo pese a las restricciones personales que estrechan su marco de actuación. Ah, ¿no saben a qué me refiero? A que su hijo cobró 50.000 dólares al mes de la empresa energética ucraniana Burisma a cambio de nada. Nada porque, según cuenta Hunter Biden en sus memorias, ‘Beautiful Things’, dedicó esos años al crack, las metanfetaminas y las prostitutas de lujo. Cuando un fiscal ucraniano se puso a investigar a Burisma, papá Joe exigió su destitución, amenazando con retener una garantía de préstamo de mil millones de dólares a Ucrania.