Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 16/11/11
De no ser porque el que más y el que menos lee periódicos, escucha la radio o ve la tele, sería difícil saber que en España va a haber, dentro de cuatro días, elecciones generales. Y es que, jamás como hasta ahora una campaña electoral había brillado por su ausencia: un brillo cegador, una ausencia que se demuestra en esas farolas sin colgaduras, esas calles sin coches dando la tabarra con sus musiquillas y sus lemas y esas vallas gratuitas en las que casi ningún partido se molesta ya en pegar carteles.
Sería positivo suponer que tal recato es la consecuencia del terrible momento que atraviesa nuestra economía y que los partidos han decidido retenerse para no gastar un dinero público que podría resultar ofensivo a los ojos de aquellos a quienes, para otras cosas, se les niega. Creo, sin embargo, que el recato no es tanto fruto de la virtud como de la necesidad de ajustarse a los recortes en la financiación (pública y privada) que, como a todos, han afectado también a los partidos.
Sin embargo, y descartada la tesis socialista de que el PP posee el poder mágico y oculto de hacer desaparecer de la mente de millones de personas su atención a la campaña, estoy convencido de que la atonía electoral se explica por dos causas primordiales. La primera, que la campaña comenzó cuando Zapatero decidió hacer lo que ningún presidente había hecho antes que él: anunciar, con varios meses de antelación, en qué fecha iba a convocar las elecciones. Como en una carrera de fondo, los electores llevamos tanto tiempo en precampaña que cuando llegó la campaña de verdad estábamos ya completamente desfondados y con ganas solo de votar.
La segunda razón no ofrece tampoco más misterio: tras una legislatura desastrosa y un balance de gestión que, en su conjunto, es el peor que ha presentado nunca un Gobierno nacional desde 1977, la mayoría de los españoles se agrupan en dos bloques: los que están deseando ver al PSOE fuera del poder y votarían para ello a cualquiera que pudiera asegurarles ese resultado; y los que no tienen otro motivo real para votar al Partido Socialista que no traicionar su trayectoria o sus ideas.
Frente a esos dos grandes grupos, y al margen de los votantes de los pequeños partidos, que pueden estar más o menos ilusionados con los suyos, los votantes populares dispuestos a «sumarse al cambio» y los votantes socialistas en disposición de «pelear por lo que quieren» constituyen una pequeña minoría. Tan pequeña que no han sido capaces de romper un ambiente electoral dominado por la idea que creo resume mejor la situación en la que estamos: votemos, acabemos de una vez y que el nuevo presidente empiece a gobernar, con el mayor acuerdo posible, para tratar de sacar al país de esta tragedia en que cada día sucede algo peor que el anterior.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 16/11/11