DAVID GISTAU-EL MUNDO
Aun a riesgo de cometer spoiler, comenzaremos por el desenlace: Moreno Bonilla es el nuevo presidente de Andalucía. Aceptó con timidez, ni él acaba de creérselo. Acaso estuviera resignado a desempeñar el papel de segundón profesional –eterno Poulidor– que consagraron en esta región los candidatos del PP a la espera de que los rescatara un cargo en Madrid. Procede recordar ahora la admonición de Santa Teresa acerca de las lágrimas derramadas por culpa de las plegarias atendidas. Porque, si la jornada de ayer fue la presentación de intenciones y de personajes para la legislatura, a Moreno Bonilla le espera un infierno del cual es tan consciente que ha ido modificando sus ambiciones y, partiendo de la Transición que iba a hacer igualándose ante la historia con nadie menos que con Suárez, ya casi admite que su mayor aspiración es durar lo que se pueda: «Voy a hacer lo humanamente posible para que la legislatura dure cuatro años».
Su único problema no serán las dos jefas de la izquierda, torrenciales, abrasivas, que ya lo conminan a salir con las manos en alto como si lo tuvieran rodeado. Los apoyos tampoco son sólidos. Véase el juez Serrano, que ayer se estrenó en el atril parlamentario, nervioso, trabucado a veces, demasiado distraído por las interrupciones como si sólo estuviera acostumbrado a dictar conferencias en un silencio ateneísta. Hizo bien en reclamar respeto para sus 400.000 votantes –que no son indeseables por comparación con nadie– y en recordar las premisas de la guerra cultural que Vox ha declarado al monopolio de valores progresista y al aplastamiento de los acomplejados. Pero, en un contexto eclesial, Serrano convirtió a los 12 diputados «bisoños» de Vox en los apóstoles de una prédica colérica, acreditada por los evangelios y por un «revolucionario» de hace dos mil años, Cristo, que fue confrontado a otra estampita, la del Che de la izquierda, como si fueran a librar ambos una batalla de superpoderes de la Marvel. Fe, Verdad, Tradición, Orden, doctrinas y tonos que fatigan las mayúsculas y que prometen no conceder a Moreno Bonilla ni una sola renuncia al credo voxista, ni siquiera a las cláusulas que no constan en el acuerdo y que incluyen la exigencia a los inmigrantes de que renuncien a «su particular estilo de vida». ¿Incluso cuando éste no colisiona con la ley? ¿Deben hacerse, qué sé yo, los chinos católicos y aficionados a los toros y al flamenco para ser aprobados como presencia no contaminante? ¿Sólo el cliché como de tienda de souvenirs contiene pureza esencial y españolía castiza?
En un argumento –aparte de la apropiación feminista de la mujer que ha de ser defendida del fascismo– coincidieron Teresa Rodríguez y Susana Díaz, más apasionada y desgarrada la primera durante su intervención. Trataron de azuzar algún orgullo nacionalista humillado por el hecho de que el gobierno recién puesto en marcha se hubiera negociado en Madrid. Como si Andalucía fuera un «protectorado», llegaron a decir. Rodríguez se equivocó un poco con la distancia, pues ubicó Madrid a «miles de kilómetros», exagerando el folclor etnocentrista que hizo decir al ‘Gallo’–¿o a Belmonte?– que Sevilla está donde tiene que estar y lo que está lejos es La Coruña. Susana Díaz afeó al «bloque de involución» su concepción tradicional de la familia usando las aventuras de su propio hijo en el parque, donde habría conocido padres que «son gais pero buena gente». Ambas oradoras igualaron el cambio de Gobierno con un desposeimiento de la soberanía popular, de La Gente que, según dijo Rodríguez en un instante de mesura, ahora está en manos de lacayos de «corazones chiquitos» que «lamen las botas» de los banqueros, y de terratenientes, y de ultraderechistas, y de madrileños. Susana Díaz lo dijo de otro modo: Andalucía será regida por los descendientes de los asesinos de todos esos poetas que Moreno Bonilla no tiene derecho a citar porque poco menos que los fusiló o desterró él. Estoy de acuerdo en que no habría que citar poetas en el Parlamento, pero por razones referidas a la cursilería y la impostura intelectual.
Aquí van a pegarse tantas voces que no podrá descansar ni Sor Úrsula, el fantasma que vaga por las Cinco Llagas.