El Correo-IÑAKI EZKERRA

Sánchez sitúa al PSOE en una degradación populista más profunda que la del zapaterismo

Una de las señas de identidad infalibles en el populismo es el amor a las contradicciones. No es que sus partidos y líderes vivan a pesar de ellas sino gracias a ellas precisamente. Son su esencia pues de lo que se trata es de abolir la lógica en la cabezas de sus seguidores. La lógica y también la exigencia de verdad. Cuando los hechos contradicen lo que se ha defendido con las palabras ya no estamos ante una cuestión de incoherencia conceptual sino ante la mentira. Estamos ante un proceso de envilecimiento del electorado, de ensanchamiento de sus tragaderas para la digestión de todo lo arbitrario, lo injusto y lo absurdo en nombre del partido o del líder. Si ese electorado traga con el Echenique que no pagaba la Seguridad Social de su asistente o con algo tan chusco como el chalé en Galapagar del hombre que nunca iba a salir de Vallecas, ya podrá digerirlo todo. Si el mismo Sánchez, que dijo en septiembre que no podría dormir tranquilo con unos ministros de Podemos, pacta en noviembre la vicepresidencia del Gobierno con el secretario general de esa formación política de sus pesadillas, nada de lo que diga o haga a partir de ese instante puede resultar ya fiable. El miedo a su negociación con ERC no queda conjurado porque no ceda al referéndum o a la amnistía. Es obvio que en algo que no se nos dice ha de ceder y que el campo de cesiones entre bastidores es inconmensurable.

Pese a esa amenaza, aquí no está a punto de derrumbarse el Régimen del 78, como les gusta repetir a algunos. Aquí lo que está al borde de su desaparición total es la credibilidad, ya a estas alturas seriamente dañada, de uno de los grandes partidos sobre los que se ha sostenido la política española durante la mayor parte de la etapa democrática. Lo que está haciendo Sánchez, desde la moción de censura que lo llevó a la Moncloa el 1 de junio de 2018 hasta hoy en su opaca negociación con Esquerra, es sumir al PSOE en un proceso de degradación populista aún más profunda que la del zapaterismo y forzar todos los resortes para comprobar hasta dónde puede envilecer tanto a sus compañeros de partido como a sus propios votantes. De momento hay voces contestatarias como las de Lambán o García-Page que se suman a las de los dinosaurios de la vieja guardia socialista, pero que pueden quedarse en algo anecdótico frente al pragmatismo mal entendido de la mayoría y que naufragan en un océano de desalentadoras concesiones a los enemigos del sistema: desde Chivite e Iceta a la Meritxell Batet y la Pilar Llop, que aceptaban hace unos días en sus respectivas cámaras juramentos de la Constitución que eran extravagantes promesas de traicionarla y auténticos asaltos verbales a la lógica

«Bienvenido, amor, a mi contradicción», dice la letra de una canción de Malú que permite a la cantante continuar presente en nuestra vida política aunque su pareja haya desaparecido de ella.