Ignacio Camacho-ABC
- El PP ha permitido a Sánchez lanzar el peligroso mensaje simbólico de la relación bilateral con todos los territorios
Cuando Díaz Ayuso pidió a los barones del PP que no se reunieran a solas con Sánchez llevaba buena parte de razón aunque en su vehemencia antisanchista no atinase a explicarla. Porque el problema de estas rondas individuales no consiste en que el presidente carezca de fiabilidad ni que los dirigentes territoriales vayan a ser tan ingenuos para caer en su trampa de financiación a la carta (aunque a alguno se le hayan notado las ganas). La cuestión esencial es que la bilateralidad no existe en el sistema constitucional español y lo que el jefe del Gobierno intenta es aparentarla para encubrir los privilegios de Cataluña bajo la pátina de una interlocución autonómica individualizada. Se trata de un ejercicio de simulación publicitaria.
La normalidad institucional que en teoría justifica estos encuentros falla ante la evidencia de que no son en absoluto habituales. Su excepcionalidad se enmarca en el debate de la negociación gubernamental con los separatistas catalanes, y por tanto constituye en sí misma un mensaje: el que la opinión pública recibe a través de las imágenes. Ese desfile de líderes regionales por la Moncloa pretende trasladar a los ciudadanos la idea de que todas las comunidades son iguales cuando es precisamente el principio de igualdad lo que está en el aire. El objetivo de la convocatoria es la foto, que en comunicación política es casi lo único que vale. Lo que se hable de puertas adentro es indiferente porque no se entera nadie.
Los contactos de esta clase deberían ser ordinarios y el hecho de no serlo reclama una atención especial al contexto. Si tienen lugar justo en este momento es porque el sanchismo necesita fingir un interés concreto en parecer atento a asuntos que no le preocupan ni de lejos. Lo que persigue con ello es banalizar el pacto para otorgar a la Generalitat un fuero de soberanía financiera que rompe los mecanismos de solidaridad para establecer un modelo confederal apenas encubierto. A tal efecto da lo mismo que los representantes del resto de las autonomías muestren su lógico desacuerdo: es su simple presencia la que produce la sensación simbólica de avalar el modelo.
Sánchez es pura unilateralidad: sólo se presta atención a sí mismo. Yo, mi, me, conmigo. Pero ahora necesita conceder un estatus bilateral al nacionalismo para apuntalar su precario futuro político. Lo demás es, como siempre, impostura, farsa, artificio; una pose de diálogo sin otro destino que el de confundir a los espectadores de los informativos. Una Conferencia de Presidentes ofrecería a los españoles un punto de vista distinto, la verdadera perspectiva igualitaria que rechaza el designio diferencial del independentismo. Al comparecer uno a uno, cada cual con su propia reivindicación, los gerifaltes populares abonan el discurso postizo del Ejecutivo y por demostrar sentido de la institucionalidad acaban haciendo el primo.