De entre los factores que suelen citarse para explicar el ascenso fulgurante de EH Bildu, que se ha quedado a un paso de ganar las elecciones vascas de este domingo, hay algunos endógenos y otros exógenos.
En lo relativo a los elementos propios del contexto político vasco, destacan la sensación de agotamiento del modelo político cronificado a lo largo de cuarenta años de gobierno casi inininterrumpido del PNV, la desmemoria histórica de la sociedad vasca sobre el pasado terrorista de los aberzales, y la reconversión verde y tecnocrática de la coalición liderada por Arnaldo Otegi.
En este último factor se entabla comunicación con los avatares de la política nacional. Porque al lavado de cara de Otegi no sólo ha contribuido la desestigmatización alentada por el PNV, sino muy principalmente la homologación de Bildu promovida por el Gobierno de Pedro Sánchez.
Pero no se trata únicamente de una normalización fruto de la política de «hacer de la necesidad virtud», tabla de salvación de un Gobierno en minoría dependiente de unos votos que requerían de un enjuague moral previo.
Si Bildu ha llegado por primera vez a empatar en escaños con el PNV es también porque la estrategia del «muro» sanchista ha resucitado el eje izquierda-derecha para la competición electoral.
Otegi ha podido aprovecharse del framing político bibloquista, que hace que el rasgo valioso de un partido pase a ser su condición de fuerza progresista capaz de contribuir al freno de la ola «ultra». Y que permite soslayar aspectos que pasan a un segundo plano, como el identitarismo etnicista o la vocación golpista de los nacionalistas.
Esto debería servir de moraleja a quienes, no sin cierta ingenuidad, propugnan superar las categorías de izquierda y derecha por considerarlas obsoletas, cuando están más vigentes que nunca. El pedigrí progresista y antifranquista se ha erigido en la acreditación de legitimidad democrática en esta segunda Transición.
El problema es que, con esta estrategia que empodera colateralmente el nacionalismo, el PSOE ha cavado su propia tumba en la España autonómica.
Al igual que el pasado 18-F, los socialistas ya no salen a ganar las elecciones en territorios como Galicia o País Vasco. Como entonces, un PSOE autorrelegado a una posición de tercera fuerza (en Euskadi, con 12 escaños) adopta el papel de mera muleta del nacionalismo para desempatar o completar sus mayorías.
Al haber resituado los clivajes políticos en términos de izquierda y derecha, muchos votos del PSOE se fueron al BNG, y es probable que otros tantos hayan recalado este domingo en Bildu. La marca autonómica del PSOE, que pretende competir encarnando un regionalismo federalista, naturalmente palidece ante las opciones netamente rupturistas (con la probable salvedad del PSC en Cataluña).
Las elecciones gallegas anticiparon un fenómeno que vuelve a verificarse este 21-A: empiezan a ser los partidos de izquierda independentista los que recogen el voto progresista joven. Y ya no las fuerzas populistas nacionales sobre las que se ha apoyado el PSOE para su coalición, que acusan un fuerte declive en los territorios con sociología nacionalista (Podemos, desaparecido en Euskadi, y Sumar, que ha logrado un solo escaño).
El crecimiento de Bildu forma parte de la misma dinámica que la que está detrás del ascenso de BNG y ERC. Como señaló el politólogo Juan Rodríguez Teruel, «los nacionalismos de izquierda, representados por ERC, EH Bildu y BNG, se amplían en detrimento de la izquierda tradicional, también de la nueva izquierda que aspiraba a remplazarla».
Es la tendencia que ha explotado (y a la vez impulsado) Sánchez para conservar el Gobierno central para la socialdemocracia, a pesar de su merma demoscópica en la última década. Y a costa de su ocaso en las autonomías, al tiempo que se va afianzando el marco federal plurinacional y las dinámicas fragmentarias, regionalistas y centrífugas.
De este modo, los socialistas se ven canibalizados por su propia estrategia, que sólo le brinda rendimiento nacionalmente (aun siendo terceros en las autonómicas, ganaron las pasadas generales, lo que fue clave para la resistencia de Sánchez en la Moncloa). Pero los votos que les prestaron para frenar a PP y Vox el 23-J, vuelven a su redil en los comicios regionales.
Comprender el éxito de Bildu requiere un análisis más panorámico, que identifique los paralelismos entre el 21-A y el 18-F. No en vano, cabe recordar que antes de Otegi, fue Ana Pontón quien optó por moderar el discurso soberanista para ensanchar su base de apoyos entre el electorado progresista. Y como Bildu, el BNG fue el partido más votado en la franja de edad de menores de 35 años.
Otegi, de hecho, propuso sacar lecciones de los comicios gallegos y emular al BNG, convirtiendo también a Bildu en el partido que más crece. No sin razón proclamó que era el momento de las izquierdas soberanistas, que ya han entablado una alianza para abrir el «debate territorial» y arrinconar al PSOE.
En el contexto de una emergencia de movimientos localistas en distintos países europeos, Bildu, BNG y ERC han logrado reinventarse como la izquierda moderna preferida por el electorado joven, urbano, feminista y de mayor nivel educativo. Una transformación a la que ha prestado un auxilio impagable el marco político aventado en los últimos años por el PSOE.