Tonia Etxarri-El Correo

Pedro Sánchez ya le ha hecho media campaña vasca a Otegi

Cómo se deshace un entuerto? Aclarando sus causas o ignorándolo. O culpando a terceros, que pasaban por ahí y que no estaban en el epicentro del desatino. Sánchez ha recurrido a la tercera opción: echar la culpa de su pacto con Bildu al PP. Por existir, simplemente. Y porque le funciona. La movilización contra la derecha une muchas voluntades. Por eso ha dejado su penúltima carta sobre la mesa. Su acuerdo con el partido heredero de Batasuna fue, según él, culpa del PP. La izquierda política y mediática le aplaude la tergiversación. Pero no cuela.

Sánchez no tenía ninguna necesidad de recurrir a la abstención de Bildu. Porque el PNV y Ciudadanos ya le ayudaban a seguir con el estado de alarma. Ninguna necesidad y mucho menos a un precio tan elevado. A cambio de la derogación de la reforma laboral. ¿Por qué lo hizo? No parece un error involuntario, como sostiene el argumentario socialista. La ministra Nadia Calviño tuvo que explicar a los mandatarios de Bruselas que se trataba de un mal entendido, ante el temor de que no nos echen una mano. Puede que Sánchez no las tuviera todas consigo y optara por amarrar la abstención de Bildu.

Pero con ese trato de ‘normalización’, el Gobierno ha blanqueado a los herederos políticos de ETA. Ha pactado con los que no han renunciado al legado de la banda, provocando una extorsión emocional a millones de ciudadanos. Además de haber irritado a todos los sectores sociales que no fueron consultados, le ha dado un valor añadido a Bildu. No es que los herederos de Batasuna estén deseando ser un partido ‘como los demás’. Es decir: no solo legal sino democrático. Es que ya lo son gracias a Sánchez. Pactó con ellos sin ni siquiera exigirles una condena al ataque que acababa de sufrir su compañera de partido y líder de los socialistas vascos Idoia Mendía en su domicilio.

Ese acuerdo ha sobreexpuesto a Bildu. Le ha dado valor añadido. Sánchez ya le ha hecho media campaña vasca a Otegi. Una situación que ha molestado al PNV, que se creía que tenía la patente de ser el único partido que se podía permitir pactar con unos y sus contrarios en tiempos de prórroga ( los Presupuestos con Rajoy y, días después, la moción de censura con Sánchez). Pero el blanqueamiento de Bildu se inició hace meses. El Gobierno de Navarra marcó el camino. La socialista Chivite desplazó a los ganadores de las elecciones (‘Navarra suma’ ) gracias, entre otros, a Geroa Bai y al apoyo de Bildu. Luego vendrían más ‘sustituciones’ como en el ayuntamiento de Estella.

Vistos los precedentes y la capacidad de Sánchez para traicionar su propia palabra, se va asentando la convicción de que se está gestando una alianza de mayor calado. Que acabe proyectándose en Euskadi. Si no después de las próximas elecciones vascas, dentro de cuatro años. Esa alternativa de izquierda en la que Podemos se encuentra tan cómoda. En Cataluña, con ERC. En Euskadi, con Bildu. Y los socialistas como el eje necesario para dar el viraje a futuros gobiernos autonómicos.

Puede ser que la aspiración de Bildu se oriente a influir en la política española, como teoriza el lehendakari Urkullu. De hecho, el pacto para ‘liquidar’ la reforma laboral es un regalo de política social de proyección nacional. Pero la aspiración de Otegi de gobernar Euskadi viene de lejos. Por eso el PNV se ha puesto en guardia. Y al lehendakari le ha parecido desleal la forma de actuar de Sánchez.

Si vuelve un rebrote y persiste en La Moncloa el mismo Gobierno ocupado por el poso del enfrentamiento que representa Pablo Iglesias, no alcanzaremos la estabilidad necesaria. El vicepresidente sueña con la nacionalización de las empresas, con poder aplicar su política intervencionista y subvencionada para socializar el caos. Porque él sí tiene un plan.

La pésima gestión de la epidemia ha desatado un clima de descontento con el Gobierno que se va plasmando en las manifestaciones sobre ruedas. Cada vez más extendidas. En su origen fueron espontáneas y ahora esa transversalidad está siendo capitalizada por Vox. En la cabina de mando nos gobiernan dos ejecutivos. Con un PSOE irreconocible y un socio que se jacta de quererse ‘cargar’ la reforma laboral. ¿Está Sánchez secuestrado por su vicepresidente o se ha ‘podemizado’ por convicción?

El centro derecha no tiene suficiente fuerza para sacar adelante una moción de censura. Pero puede poner a Sánchez en muchos aprietos parlamentarios. ¿Tendrá el valor de pedir la sexta prórroga?