EL PAÍS, 11/9/11
La coalición evita las muestras públicas de apoyo que sí tiene hacia los presos
La izquierda abertzale es consciente de que su relación con las víctimas de ETA se antoja compleja y no está dispuesta a que ningún partido le marque el camino ni los ritmos de un acercamiento que se da por seguro en un escenario de apuesta democrática, pero para el que no hay plazos. Por eso, los gestos de Bildu hacia los damnificados han sido escasos hasta la fecha, casi nunca públicos, y han estado protagonizados en su gran mayoría por representantes de EA y Alternatiba. Una actitud que los demás partidos han criticado por «indolente».
El rechazo de la violencia y la vuelta a la legalidad han delimitado para la izquierda abertzale un camino que aspira a completar por etapas para evitar desequilibrios internos en el seno de Bildu y en sus propias filas. Aunque es previsible un pronunciamiento rotundo sobre «todas» las víctimas «a medio o largo plazo», según reconocen desde la propia coalición soberanista, los hechos del último mes evidencian que aún queda trecho por recorrer. Desde que el diputado general de Gipuzkoa, Martin Garitano, compartió una concentración en favor de los presos durante la tradicional celebración de San Ignacio, el pasado 1 de agosto, las muestras públicas de apoyo a los reclusos han relegado a los damnificados por el terrorismo. Ayer mismo, la portavoz foral guipuzcoana, Larraitz Ugarte, tuvo un gesto similar con motivo de la festividad de la Virgen de Aranzazu.
El anterior ejemplo tuvo como escenario, anteayer, el Palacio Euskalduna de Bilbao. La creciente exigencia del resto de partidos hacia la izquierda abertzale no propició una representación institucional de Bildu en el concierto por la paz, al que solo asistió, y a título individual, el secretario general de EA, Pello Urizar. Una estrategia, la de recurrir como pantalla a representantes de las otras dos formaciones que integran la coalición soberanista, que se ha repetido en las últimas semanas y ha provocado el malestar de las asociaciones de víctimas.
El portavoz del PSE, José Antonio Pastor, recalcó ayer que lo que Bildu tiene que hacer es «dejarse de zarandajas» y pedir a ETA su desaparición, además de promover un «reconocimiento expreso del daño causado que les está costando más de lo debido». «No es la democracia ni somos los partidos los que nos tenemos que mover, ya que nosotros hemos hecho lo que teníamos que hacer», advirtió, en declaraciones a Radio Euskadi.
Las palabras de Pastor encontraron respuesta en el propio Urizar, quien recuperó la bandera de los presos al afirmar que «una buena medida para ayudar» en el proceso de paz «sería el acercamiento» de los reclusos. El máximo responsable de EA criticó en Radio Popular a quienes «creen que los pasos los tiene que dar solo una parte», aunque insistió en que «Bildu tiene el compromiso de dar esos pasos y los dará, pero al ritmo que estime conveniente».
Sus palabras no fueron nuevas. Los guiños hacia los presos se presentan como el contrapeso de un reconocimiento público a las víctimas que sí llegará, según han reconocido en repetidas ocasiones desde Bildu. La deferencia hacia quienes dentro de la propia izquierda abertzale consideran que ya se han dado suficientes pasos y demandan una respuesta del Gobierno central. Aunque no con apariciones públicas, la coalición soberanista sí que ha impulsado gestos impensables antes de su presencia en las elecciones, como la reparación de los monolitos de los asesinados por ETA Fernando Múgica y Juan María Jáuregui, dañados por sendos sabotajes.
«El compromiso es firme», ratifica un dirigente de Bildu, convencido de que no hay marcha atrás pese a la actitud «irresponsable» del resto de partidos, que tratan de presionar para acelerar los trámites y romper los equilibrios internos. Lo cierto, sin embargo, es que los hechos dictan sentencia por ahora y aunque el acercamiento de Bildu a las víctimas etarras se ha podido intuir, la coalición todavía no ha dado el paso. Ni el que le reclaman el resto de las formaciones, ni el que parece dispuesta a dar.
EL PAÍS, 11/9/11