Kepa Aulestia, DIARIO VASCO, 18/6/11
La exitosa coalición independentista, que ha supuesto la legalización de la izquierda abertzale, puede haber llegado para gobernar Gipuzkoa durante mucho tiempo
La probable designación del candidato de Bildu como nuevo diputado general de Gipuzkoa, el próximo jueves, día 23, tendrá lugar cuando la legalización de facto de la izquierda abertzale ya ha confirmado algunas certezas, aunque mantenga otros tantos interrogantes. Entre las certezas se encuentra la verificación de que los coaligados en Bildu no van a distanciarse del pasado etarra más de lo que lo han hecho hasta la fecha. Se sienten tan redimidos por su éxito electoral que, después del 22 de mayo, muestran su indignación cada vez que se les requiere su compromiso democrático. ETA va a seguir existiendo como tabú en el universo de estos nuevos gobernantes. Y los interrogantes se irán despejando cuando la izquierda abertzale consiga legalizarse autónomamente, sea mediante la aceptación de los argumentos del recurso de Sortu por parte del Tribunal Constitucional, sea a través de un intento posterior. Porque será el encuadramiento formal de los «independientes» de Bildu en esa nueva sigla lo que señalará el verdadero inicio del nuevo ciclo.
Resultaba fácil pronosticar que el declive y final definitivo de ETA describirían una secuencia imperfecta desde el punto de vista democrático. Las demás formaciones no saben qué hacer con Bildu, y esto permite a la coalición independentista operar con toda parsimonia, dejándose llevar por su particular inercia, confiada en que le será suficiente para afrontar los problemas día a día. Para nuestros nuevos gobernantes los escoltas no protegen la integridad y la libertad de electos víctima de la violencia de persecución, sino que encarnan la opción represiva y negadora de los derechos de este pueblo.
El debate de las mociones que se discutan en los ayuntamientos a raíz de la iniciativa del PP para «incomodar» a Bildu no logrará otro efecto que el de su encastillamiento en el «Acuerdo de Gernika». Su anuncio de que en Gipuzkoa pactará «preferentemente» con el PNV, y en muy segundo término con el PSE-EE, es una manera tajante de indicar a las dos fuerzas que podrían arrebatarle la Diputación que lo que les corresponde es jugar un papel subalterno respecto a los designios de Bildu. Tampoco se incomodará ante el cambio de ciclo que se avecina en la política española. Todo lo contrario, la probable llegada de Rajoy a La Moncloa coincidirá con el regreso de la izquierda abertzale al Congreso y al Senado para escenificar lo que sus más incondicionales pueden vivir como una segunda transición que supere las carencias de la primera mediante la recreación de dos cambios divergentes de ciclo: en Madrid hacia la derecha españolista y en Euskal Herria a favor de los abertzales de izquierda.
Ante la disyuntiva de permitir que Bildu hiciera valer sus primeros puestos para la gobernación de las instituciones guipuzcoanas o establecer una alianza con los socialistas para impedirlo, el PNV ha optado por lo primero sin duda porque entiende que le supone menos costes políticos, electorales e internos que la otra vía. Pero a partir de ahí es cuando los jeltzales corren el riesgo de perder el sentido de la realidad que caracteriza a la vertiente pragmática de su personalidad. El éxito de Bildu se considera efímero -se desinflará en las autonómicas- y su actuación al frente de las instituciones le supondrá un desgaste añadido al evidenciarse su ineptitud. Estos dos pronósticos alientan la inacción del PNV, pero también la de los demás partidos.
Pero ni los comicios locales y forales tuvieron lugar en medio de una inusitada efervescencia radical como para concluir que el suflé se vendrá irremisiblemente abajo, ni la administración de los intereses públicos por parte de Bildu tiene por qué ser tan caótica como para suscitar decepción en sus filas e indignación en las de sus adversarios. Bildu cuenta con una ventaja a su favor, y es la de la división entre los demás partidos. Es lo que le permitirá acomodarse en un ejercicio relativamente fácil del poder para las expectativas que albergan los suyos y frente a la incapacidad que han mostrado los demás de convertir en alternativa política sus catastrofistas vaticinios. Porque Bildu no podrá arrastrar a Euskadi y Navarra hacia un soberanismo irreversible sólo con Gipuzkoa, pero la moderación política tampoco logrará prevalecer entre los vascos sin dicho territorio.
El nuevo ciclo anunciado por Bildu no representará, más allá del papel, un salto cualitativo en el autogobierno de los vascos. Pero supondrá la gestación de unas alianzas sociales distintas, de otras redes clientelares, de nuevos círculos de influencia que permitirán a la izquierda abertzale afianzar y extender su trama de complicidades, más en unos ámbitos que en otros. Tras el inesperado éxito electoral de Bildu puede darse también una inesperada convergencia de intereses ante la que los demás partidos no tengan otra respuesta que la de una oposición dispersa y titubeante.
La negativa a la realización de cualquier obra o a la adopción de cualquier medida contestada por algún sector «popular» contribuirá a paralizar lo que tradicionalmente ya venía siendo una marcha lenta y exasperante en los proyectos institucionales guipuzcoanos. La mayoría sindical abertzale se hará notar en cuantas decisiones afecten al ámbito socio-económico, empezando por la propia función pública. El listado de las asociaciones e iniciativas que cuenten con ayuda pública variará de ejercicio en ejercicio hasta cambiar totalmente el mapa de la Gipuzkoa subvencionada. Esa tan desvertebrada que ha resuelto ser gobernada por Bildu.
Kepa Aulestia, DIARIO VASCO, 18/6/11