El mayor error de la clase dirigente española después de 1978 fue aceptar que la derrota del terrorismo consistiera en permitir a los terroristas hacer política como si nada hubiera pasado. Borrar la pizarra y convertir en sujetos honorables, incluso ejemplares, a los Arnaldo Otegi y demás patulea. Permitirles no ya entrar en las instituciones, sino convertir alguna en verdadera colonia, como el sistema educativo vasco. Ha sido tan sensato y justo como convertir a violadores condenados en profesores de educación sexual en las escuelas.
Se ha permitido y todo el mundo lo sabe. Unos prefieren negarlo porque les conviene, como la izquierda gobernante aliada con ellos; otros, para olvidar su participación activa en la justificación y venta del proceso de paz, que consistió en regalar ventajas políticas a una banda terrorista derrotada. Se les permitió refundarse cambiando de marca, ahora Bildu y Sortu; se renunció a que condenaran a la banda y a que colaboraran con la justicia; cuando lo propuso UPyD en 2012, y luego Vox, el Congreso votó en masa contra incoar el proceso de ilegalización que regula la Ley de Partidos para quienes no condenen el terrorismo. En plata: salvo las penas de cárcel, reducidas con argucias, a los terroristas no se les ha exigido nada y se les ha regalado todo. Un caso insólito fuera del totalitarismo.
Ningún partido de gobierno concibe siquiera la política sin socios preferentes nacionalistas, aunque implique pagar chantajes eternos y constantes derrotas y humillaciones democráticas
El porqué es conocido. Un fin de ETA no solo criminal, sino político, podía haber arrastrado consigo al separatismo institucional (y no solo al vasco, sino a la postre al catalán). Retóricas al margen, entre nacionalismo terrorista e institucional había y hay coincidencias inconfesables, así que el fin de los objetivos de ETA habría arrastrado al PNV, porque el principal de ambos ha sido y es la independencia en un Estado monolítico, iliberal y de su propiedad exclusiva. Pero ningún partido de gobierno concibe siquiera la política sin socios preferentes nacionalistas, aunque implique pagar chantajes eternos y constantes derrotas y humillaciones democráticas. No voy a referirme aquí al manido sufrimiento de las víctimas, convertido en jaculatoria absolutoria que basta pronunciar para considerarse autorizado a legitimar los fines de sus verdugos, exactamente como el antiguo “que Dios te perdone” podía anticipar la muerte del recomendado.
Que los etarras cotorreen sobre socialismo y otras patrañas que el PNV no frecuenta no modifica esa identidad esencial. Los portavoces nacionalistas, oficiales y oficiosos, pedían comprensión y generosidad con los terroristas (pistas de aterrizaje, ayudarles a bajar del monte, y pías metáforas por el estilo) mientras difamaban, excluían y acosaban a los que negábamos legitimidad no solo al terrorismo, sino a sus fines ¡porque también eran los suyos! Digámoslo otra vez: los fines terroristas son tan inadmisibles como los atentados y asesinatos. Que ya no maten por ellos no los convierte en legítimos. Sostener que hay fines buenos con medios malos no es otra cosa que absolver al terrorismo, justificarlo.
El resultado es este: ETA fue derrotada como banda armada pero salvada como partido legal mediante el proceso de negociación de Zapatero y Eguiguren, aceptado pasivamente por Rajoy. Para el PP fue una forma de suicidio a cámara lenta. El PSOE buscaba y obtuvo un nuevo socio que engrosara la mayoría parlamentaria necesaria para aislar a la derecha (salvo a la catalana y vasca), y ese glorioso día, en que por fin la antigua víctima sin complejos y el verdugo blanqueado se daban la mano parlamentaria, llegó en la moción de censura de Sánchez contra Rajoy, que recibió el premio gordo bien ganado con sus desvelos honrando al nacionalismo.
Microterrorismo es cada vez que Sánchez o un portavoz socialista, o podemita o golpista, dice que ETA murió y no se debe hablar más del asunto (a diferencia, claro, del franquismo y la más remota aún guerra civil)
El problema, sin embargo, solo había mutado y empezaba a crecer: es el microterrorismo. Consiste en sustituir la violencia física desaparecida, o casi (nunca del todo, recordemos el caso de Alsasua, palizas a estudiantes y otros, convenientemente blanqueados), por la imposición paulatina del tabú informativo que impide hablar del pasado reciente, del significado de ETA y de la lucha contra la banda y por la libertad. Microterrorismo es cada vez que Sánchez o un portavoz socialista, o podemita o golpista, dice que ETA murió y no se debe hablar más del asunto (a diferencia, claro, del franquismo y la más remota aún guerra civil). El tabú microterrorista victimiza cada día a miles de víctimas a las que se niega incluso su condición de tales (pues muerto el perro, se acabó la rabia, pero ¿quién es aquí el perro, sino la víctima?)
Efecto de ese microterrorismo es que la juventud, y especialmente la vasca, ignore casi todo de ETA y el terrorismo, pues es un tema tabú del que no se debe hablar en el aula, a diferencia de la opresión patriarcal, de la libre elección de género o de los derechos animales. Microterrorismo es que a las víctimas directas de ETA se les obligue a convivir con sus verdugos no ya en los mismos pueblos, sino en el mismo vecindario o en su puesto de trabajo, porque nadie se preocupó de darles ni la pequeña defensa emocional reservada a las víctimas de violencia de género: alejar todo lo posible al agresor de sus vidas. Microterrorismo es que se admita como lo más normal del mundo la práctica desaparición del pluralismo político de muchos pueblos vascos y navarros, donde ETA puede renacer a través de Bildu presentando asesinos como candidatos, porque es perfectamente legal, cuando otros partidos que fueron sus víctimas no pueden hacerlo, hecho muy legal en una sociedad que usa la ley como evasión negacionista de la realidad.
El crimen perfecto
Con la planetaria confluencia de Sánchez y hegemonía separatista, los terroristas contumaces han podido renunciar tranquilamente a perpetrar atentados, siempre peligrosos. Es innecesario, porque el gobierno de Sánchez les garantiza la consecución de sus objetivos políticos gracias a que son ¡socios preferentes del Gobierno! Ni en sus más locos sueños húmedos se habían visto en otra así. El siguiente objetivo, probable, es invertir el trueque navarro, que Otegi sea lehendakari con el voto socialista. Será la definitiva derrota del terrorismo, es decir, de sus víctimas. Acabo: el terrorismo fue derrotado, pero la banda fue resucitada como partido por la negociación para aumentar el peso del socio nacionalista, y ahora el terrorismo es un tabú ventajosamente sustituido por el microterrorismo cotidiano. El crimen perfecto es aquel del que ni siquiera permiten hablar.