EDITORIAL-EL ESPAÑOL
La opinión pública no le ha prestado la suficiente atención a un hecho relevante acaecido este lunes. EH Bildu celebró un mitin en Andoáin a apenas 200 metros del lugar donde ETA asesinó en el año 2000 al periodista José Luis López de Lacalle. Por descontado, sin hacer ni una sola mención al atentado.
El de De Lacalle fue uno de los martirios más impactantes e icónicos para la causa de la España antinacionalista. Pero el empeño infatigable de la familia por homenajear su figura cada año no es suficiente para paliar un lamentable olvido.
Hoy casi nadie sabe quién fue este periodista que afirmó haber vivido bajo dos regímenes fascistas sin solución de continuidad: la España de Franco y el País Vasco en el que reinaba el terror con la complicidad de la izquierda aberzale.
El desvanecimiento de su recuerdo se evidencia en que hace no tanto habría resultado aberrante para la sociedad, y una falta de respeto a las víctimas de ETA, que la izquierda aberzale celebrase un acto político en una localidad marcada por la mancha indeleble de la sangre del terrorismo que sigue negándose a condenar.
Y sin embargo no ha brotado el más leve gesto de repulsa ante un acto en el que el secretario general de Sortu (heredera de Batasuna) enviaba «un abrazo a todos los presos políticos vascos» mientras se felicitaba del final de la dispersión de los terroristas encarcelados. Lo cual da cuenta de la inquietante normalización de los legatarios del terrorismo a ojos de gran parte de la sociedad vasca y española.
Resulta ingenuo pensar que a EH Bildu se le escapara que un gesto como este fuera a ser leído como una provocación. Algo similar a lo que ocurrió con los carteles electorales de los aberzales para la campaña de las elecciones autonómicas del próximo 21 de abril.
La asociación Dignidad y Justicia denunció que las tres letras finales de la palabra «Aldaketa» (cambio) estaban escritas en una grafía distinta a las demás, sospechosamente similar al logo de la serpiente enroscada en el hacha de ETA. La coalición lo negó.
Es más que una hipótesis la constatación de que, cuando López de Lacalle fue brutalmente asesinado, la opinión que le mereció al actual líder de Bildu fue que «ETA pone sobre la mesa el papel que, a su juicio, están desempeñando los medios de comunicación que practican una estrategia informativa de desinformación».
También es un hecho que Bildu ha incluido en sus listas para el 21-A al menos tres personas relacionadas o condenadas por pertenencia o vinculación a ETA.
Y más recientemente, el candidato a lehendakari Pello Otxandiano (a quien Otegi ha querido convertir en el rostro amable del abertzalismo renunciando a presentarse) ha dicho de ETA que «es un ciclo político en este país que afortunadamente hemos dejado atrás».
El argumento de Otxandiano para no condenar claramente el terrorismo etarra es que supondría caer en el marco en el que la derecha española quiere colocarles, y por tanto «retrotraerse y recrear un escenario que ya no existe».
Es irónico que esta afirmación venga del miembro de un partido que pactó la Ley de Memoria Democrática con el PSOE para retratar a la mitad del arco parlamentario como continuación de la dictadura. Quienes critican que el PP tenga «todo el día a ETA en la boca» son los mismos que no se desprenden el comodín franquista de los labios.
Resulta muy elocuente que la omnipresente memoria histórica sobre la Guerra Civil conviva con la desmemoria de la historia más reciente. En España se habla más de los muertos de 1936 que de los ocurridos hace 24 años.
Esta desmemoria explica en gran medida el meteórico ascenso de Bildu, primer partido en Euskadi el 23-J, en posesión de la alcaldía de Pamplona y, según el CIS, el próximo ganador de las elecciones vascas.
A esta normalización impensable hace unos años también ha contribuido, evidentemente, el blanqueamiento del PNV. Y, sobre todo, del PSOE, que ha acometido una inversión revisionista hasta llegar a retratar a Otegi como un hombre de paz y a Bildu como un partido perfectamente democrático.
Como ha sucedido con Puigdemont, Pedro Sánchez ha sacado del vertedero de la historia a Otegi para convertirlo en llave de la política española.
Y Bildu ha correspondido con un lavado de cara para mostrarse como una izquierda ecologista y progresista desvinculada de cualquier historial violento. Una estrategia a largo plazo de ensanchamiento de su base electoral y de penetración discreta con el objetivo de reemplazar al PNV como partido hegemónico en el País Vasco.
En esta reconversión ha colaborado el hecho de que a las nuevas generaciones nombres como los de López de Lacalle (o incluso Miguel Ángel Blanco) apenas les suenen de nada. Prácticamente sólo las asociaciones de víctimas del terrorismo se han preocupado de impulsar una labor pedagógica para mantener vivo el recuerdo de una banda atroz que operó durante 50 años y dejó casi 900 muertos.
No parece casualidad que Bildu sea el partido que más crece entre los jóvenes, que apenas conservan recuerdos de ETA y a quienes esta les parece parte de un pasado lejano. Y eso a pesar de que sólo se disolvió en puridad en 2018, tras haber dejado la violencia en 2011. Constituye un fracaso mayúsculo de la educación de Euskadi que el 45% de los vascos pueda nombrar a un preso de ETA mientras que sólo el 24% conoce a una de sus víctimas.
Si continúa esta tendencia, se antoja difícil creer que vaya a cumplirse la voluntad de la viuda de López de Lacalle, que en el último aniversario de su muerte expresó el deseo de «oír antes de morir» un arrepentimiento y una disculpa de los legatarios del terrorismo.