Miquel Giménez-Vozpópuli

El separatismo es tan banal e infantil como peligroso y malvado. Lo primero, lo emplean para esconder lo segundo. Muy catalán

Josep Pla, al que siempre hemos de volver cuando de analizar el carácter de eso que venimos en llamar catalán se trata, aseguraba que en Cataluña la gente ha sabido construir unos magníficos biombos para esconderse detrás de ellos y hacer así lo que les diera la gana, sin que nadie los pudiera ver. Esa imagen, la del biombo, me ha venido inmediatamente a la cabeza cuando he visto el comportamiento de patio de colegio de los diputados separatistas, más acorde con el de una grey de chiquillos maleducados que se sorben los mocos con gesto altivo que con el de unos dignos representantes políticos.

Que son pueriles, como decía, no cabe la menor duda, porque su pensamiento lo es. Creer que eres diferente del resto de por haber nacido cien metros más aquí o más allá de determinado límite burocrático, que no real –el mundo no tiene fronteras, las pintamos nosotros en unos papelotes llamados mapas– es en sí un reduccionismo intelectual. Piensan que por eso son más democráticos, más inteligentes, en suma, más perfectos que sus vecinos, lo que, amén de una soberana estupidez, entraña una perversidad terrible.

Si repasamos lo que hicieron ayer en el Congreso esos diputados a los que Sánchez mira con tanta ternura, se nos caerán los palos del sombrajo. De entrada, la señora Marta Rosique, de Esquerra, a la que le tocó hacer de secretaria en la mesa de edad y nombrar a los representantes electos, empezó la sesión nombrando a los separatistas encarcelados, pasándose por el Arco del Triunfo el reglamento de la cámara. Respetar normas que son para todos no es precisamente la especialidad de los republicanos. El presidente de la mesa, don Agustín Javier Zamarrón, socialista valleinclanesco de luengas barbas, ha tenido que apercibir a la señora Rosique que, ya puestos, podía haber declamado con más de énfasis aquella lista de condenados por sedición, pues parecía que recitase la tabla del cuatro.

La fiesta de parvulario prosiguió con la votación para elegir la Presidencia del Congreso de los Diputados. Los trece diputados de Esquerra, los ocho de Junts per Catalunya más los dos de las CUP votaron con unas papeletas en las que unos escribieron “Llibertat” y otros “Llibertat i autodeterminació”. Da igual que igual da. Votos nulos, por lo tanto, cosa que también marida a la perfección con esa capacidad para la nada más absoluta, para ese espantoso vacío intelectual en el que se basan esas personas que hacen de un acto reivindicativo en el que solo participan los suyos un referéndum vinculante y de una ideología que cuenta con menos de la mitad del electorado catalán un mandato popular inapelable. Para rematar la marrullería, la señora Borrás, ínclita vocera de Waterloo, proclamaba desde las redes sociales que reclamaban la libertad. No será la suya, que cobrará un sueldo como diputada de España que para sí quisieran el cien por cien de los trabajadores, incluso los catalanes.

Esos son sus biombos, primorosamente manufacturados de cara a su parroquia para que esta, degustando TV3, crea que sus representantes son esforzados héroes dignos de Homero, sin percibir la trampa que existe entre lo que dicen y lo que hacen, lo que pretenden que hagan los demás y lo poco que quieren hacer ellos, su cobardía y el valor que exigen a los suyos. Es detrás de esos biombos donde urden pactos con socialistas y con podemitas que no es que no conduzcan a ninguna independencia, sino que tan solo sirven para asegurar sus poltronas, porque nadie de ellos desea seguir el camino de la cárcel, dado que ya han visto que la justicia está para pocos biombos y menos bromas. Pero como la farsa debe seguir, porque en ella va incluido su modus vivendi, ponen caras de gesta y adoptan poses de desdén para, detrás del biombo, medrar con su apoyo a Sánchez, mercadeando cual vendedores de alfombras apolilladas.

Ustedes dirán que lo mejor sería derrumbar los biombos y que la gente viera lo que sucede en esa inmunda trastienda del politiquerío, y sí, sería higiénico, pero tengo la convicción de que no serviría para mucho más. Los de la secta amarilla son capaces de tragarse eso y lo que sea preciso. Créanme si les digo con todo el dolor de mi corazón que Cataluña no tiene arreglo. Y, caso de tenerlo, no hay político que posea el coraje y la dignidad democrática para aplicarlo. Porque en Madrid también existen no pocos biombos. Seamos claros.