Arcadi Espada-El Mundo

LA VISITA de Pablo Iglesias al encarcelado Jordi Cuixart y las facilidades que ha obtenido del Gobierno para realizarla en las mejores condiciones son episodios de la política de blanqueo de los presos nacionalistas que ha empezado a desarrollar la izquierda. El objetivo es, en primera instancia, influir en el tribunal que juzgará hacia finales de año para que dicte condenas que no incluyan los delitos de rebelión y sedición, o sea los fundamentalmente políticos de la acusación. El blanqueo aspira en una segunda fase a conseguir la excarcelación de los ya condenados, mediante indultos o una política penitenciaria laxante. Todo ello en el marco de una compleja operación política cuya descripción no cabe en esta columna, pero cabrá en otra página próxima.

Como cualquier blanqueo éste también es indecente. La visita de Iglesias a Cuixart, con el que no le une mayor vínculo de amistad o de dirección espiritual, pretende lanzar un nítido mensaje sobre su inocencia. Quiero decir, con la máxima pedagogía a la que siempre aspiro, que no consta que Iglesias haya visitado a los integrantes de La Manada o los encarcelados por el caso Gürtel, a los que, por otra parte, tanto agradecimiento debe. Iglesias ha justificado la elección de Cuixart por ser, como presidente de Òmnium, el representante de la llamada sociedad civil. Lo que añade al blanqueo del presidente el de la organización misma. Iglesias lo ignora todo de Òmnium, y lo primero el falso latinajo con el que protege su sostenida actividad sectaria, dirigida a una parte y no al todo de la sociedad catalana. Òmnium fue fundada entre otros por el padre de nuestro principal lírico, el cantante y sonante Félix Millet, y por un pintoresco fascista catalán, Cendrós, que se hizo rico vendiendo una loción viril. Desde aquel año fundacional de 1961 representó el pensamiento carcamal en cualquier aspecto del que se ocupara, en especial el lingüístico. Òmnium fue la responsable de que Josep Pla no obtuviera el Premio de Honor de las Letras Catalanas: decían que tenía letra pero le faltaba honor. La modernización de Òmnium lo ha sido a la catalana: mera fachada. Y así ha jugado un gran papel en la elaboración y distribución de las mentiras del Proceso. El ejemplo más repugnante de su actividad fueron las filminas que con los cadáveres aún calientes sobre las Ramblas insinuaban –con un relato de perfecta y trepidante factura– que el Gobierno había organizado el atentado islamista para perjudicar al Proceso.

Pero, en fin, a veces no puedo con tanto huésped entre los dedos. Qué tiene de extraño y de censurable que este Pablo Iglesias vaya a ver y a rendir homenaje a sus iguales. Y vaya a verlos a un lugar de lo menos improbable, dada su común catadura.