IGNACIO CAMACHO-ABC
- Más que por una remontada milagrosa, Sánchez está peleando por sobrevivir en el partido a su propia derrota
Pedro Sánchez no está peleando en estas elecciones por la presidencia del Gobierno. Tiene una oportunidad teórica, una opción muy improbable de repetir al frente del Ejecutivo, pero su apuesta principal es por el liderazgo del partido, es decir, por sí mismo, por su continuidad al frente del PSOE aunque tenga que salir de Moncloa tras los comicios.
Y esa meta sí está a su alcance con una derrota que pueda presentar como un resultado digno. El tracking de Michavila y la mayoría de las encuestas lo sitúan ya por encima de los cien diputados, el listón mínimo, la frontera que le permitiría atrincherarse en el cargo al menos para pilotar la sucesión, frenar cualquier intento de relevarlo y tal vez llegar hasta el próximo congreso dentro de dos años. Su campaña de limpieza de imagen está pensada, en realidad, para desmantelar los incipientes movimientos orgánicos que tratan de propiciar una catarsis interna en caso de descalabro. Hoy por hoy, tiene ese objetivo en la mano.
La clave de su estrategia, que por ahora lo sostiene en porcentajes similares a 2019, está en la concentración del voto útil de la izquierda. La candidatura de Yolanda Díaz parece aguantar aunque con tendencia a la baja y el resto de los aliados, sobre todo Esquerra, ha entrado en clara pérdida. El presidente nunca tuvo mayoría social; alcanzó el poder gracias a una coalición heterogénea que inclinó a su favor la correlación de fuerzas. Lo que ha cambiado es el proceso de unidad espontánea de la derecha: la desaparición de C’s catapulta al PP hacia el primer puesto con la consiguiente prima de escaños que otorga el sistema. Muchos votantes tienden a olvidar que los procesos electorales son ante todo una operación aritmética donde la amalgama suma y la fragmentación resta. Por eso la batalla decisiva, que el sanchismo va a librar hasta el último momento, es la que disputará los últimos escaños en las circunscripciones más pequeñas.
Si Feijóo no rebaña esos cocientes corre peligro de llevarse una sorpresa en el escrutinio. Como mínimo tendrá que ir pensando en las carteras de ministro que Vox, pese a su retroceso relativo, reclamará como precio de su auxilio. El lío de los pactos territoriales no está rentando a los de Abascal el beneficio previsto y de momento los populares han salido sin castigo. Sin embargo, el ruido ha movilizado alrededor de Sánchez a una parte de los antiguos apoyos del conglomerado Frankenstein, quizá insuficientes para revalidar mandato pero aceptables como base de un proyecto de resistencia contra el Gobierno entrante. Y sobre todo imprescindibles para construir un blindaje frente a cualquier tentación de moverle la silla antes de que él decida levantarse. Ésa era la intención principal del inesperado adelanto de la convocatoria: más que soñar con una remontada milagrosa a fuer de remota, sobrevivir a su propia dinámica perdedora.