Juan Carlos Viloria-El Correo

  • Se prepara un año político en blanco y negro como los NO-DO del siglo pasado

Acabamos de pasar el Blue Monday de 2025, que dicen es el día más triste del año, por el mal tiempo, la oscuridad, la cuesta de enero, la acumulación de carga negativa en el cuerpo, los sueldos de subsistencia y el pasivo en la tarjeta después de Navidad. Pero los síntomas de depresión ambiental, aquí, se acentúan más si cabe cuando nos enteramos de que las series, los contenidos y el entretenimiento de Movistar, o sea, Telefónica, los van a decidir en la Moncloa. Al suelo que vienen los nuestros que diría aquel. Invasión de cine ideológico, sobredosis de la memoria histórica en documentales sesgados pero bien pagados y monologistas que siempre hacen chistes de los mismos. Tan deprimente como pensar en un país sin Presupuestos pero con un Gobierno de viaje a Suiza para dialogar, talonario en mano, con Puigdemont en su laberinto.

El tercer lunes de enero es más oscuro cuando no se sabe si Sánchez tiene chantajeado a Puigdemont, porque, si no ellos vuelven (la derecha), o el presidente huido tiene al inquilino de la Moncloa sometido con sus siete escaños como una espada de Damocles. Da igual. De una u otra manera este año se presenta de color de hormiga para un país que sigue en las trincheras partidistas mientras la política se aleja de la ideología y de la moral y, se convierte en un zoco de oportunistas y populistas. Azul oscuro casi negro solo de pensar en los cien actos, uno cada tres días, agitando el fantasma del Franco y del franquismo. Un año en blanco y negro como aquellos NO-DO que precedían al cine de barrio. Trescientos sesenta y cinco días en modo Blue Monday si alguien no lo arregla. Y, no parece que sea precisamente, el Tío Sam, quien nos pueda aliviar la depresión.

Cuando más de setenta millones de estadounidenses votan por un personaje como Donald Trump, es que algo está muy mal. Cuando el pueblo espera que un hombre providencial le salve de la inflación, de la desmoralización, de la nostalgia de otros tiempos y de la invasión de los bárbaros, es que ha perdido la fe en si mismo y en la democracia. Hay muchos ejemplos en la historia. Y, la mayoría, acaban mal. Si para subir la moral del pueblo hay que prometer que la bandera de las barras y estrellas llegará a Marte, es que la gente desea más emociones que política de verdad. Como la emoción de la derecha nacionalista vasca de jugar a progre con Andoni Ortúzar, el pragmático, cuatro años más y la izquierda abertzale en el núcleo duro de la Moncloa, con Otegi al mando, hasta el blanqueo final. No hay que perderse el pulso entre Ayuso y Sánchez. Es el pulso. Una vez que Feijóo ha hecho su papel de salvar al partido la crisis de Casado, la única que puede tumbar a Sánchez con moción o con elección es la lideresa de Madrid. Él lo sabe y hará lo posible para impedirlo. Atentos.