Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 15/2/12
E scribe Tolstói en la frase con la que abre su incomparable Anna Karenina que todas las familias dichosas se parecen y que las desgraciadas lo son cada una a su manera. Con los partidos ocurre exactamente lo contrario: los dichosos por sus éxitos disfrutan de ellos de forma muy dispar, pero los marcados por la desgracia se parecen, como dos gotas de agua, los unos a los otros: todos niegan el fracaso o, si lo admiten, le echan la culpa a los demás (a los electores, a la prensa o a los competidores); todos, insisten en que la receta mágica para salir del agujero es ofrecer al cuerpo electoral más de lo mismo; y todos, en fin, creen que, ante las discrepancias internas, la mejor forma de fortalecerse es cerrar filas, forzando a los revoltosos a marcharse o poniéndolos directamente de patitas en la calle.
En la grave crisis que hoy atraviesa el Bloque juegan, con toda seguridad, un papel no despreciable los personalismos y las rencillas que surgen antes o después entre líderes políticos que llevan muchos años conviviendo en un espacio organizativo reducido: pueblo pequeño, infierno grande, ya se sabe. Pero lo cierto es que la razón de fondo que explica el auténtico estallido de descontentos que se ha producido en el interior del BNG tiene que ver con la existencia en él de dos formas casi antitéticas de enfrentarse al gran problema que hoy acecha a los nacionalistas: el de la pérdida progresiva -lenta, pero constante- de peso electoral, que amenaza con convertir a la que llegó a ser la segunda fuerza del país en una organización políticamente irrelevante.
Ante ese riesgo, quienes llevan muchos años controlando el BNG (la UPG y sus aliados) no ven más solución que reforzar las señas de identidad de un proyecto nacionalista genuino a partir del principio de que si la sociedad gallega no lo comparte habrá que insistir en él hasta que esa sociedad cambie y se acerque a los planteamientos de quienes creen con firmeza estar en posesión de la verdad de lo que les conviene a los gallegos.
Aunque los descontentos del Bloque presentan entre ellos una gran pluralidad, parece que algo los acerca: la asunción de que cuando la sociedad le dice que no a una organización política, durante años, y de una forma sostenida, es esa organización la que tiene que cambiar si quiere llegar a contar con la complicidad del cuerpo electoral.
Lo paradójico del asunto es que para resolver el problema de su pérdida de apoyos, los nacionalistas no hayan encontrado otra salida que una división interna que podría ser, llegado el momento, el mejor aliado de sus competidores del PP y el PSdeG para dejarlos reducidos a lo que fueron -casi nada- antes del nacimiento del BNG que los juntó. Pues el sistema electoral es inexorable: castiga la división y premia la unidad.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 15/2/12