DAVID GISTAU, ABC – 05/11/14
· El Gobierno y el TC son los únicos que se han tomado en serio la segunda convocatoria, la de fogueo, la de Bob Esponja inscrito para votar.
Llevo tiempo preguntándome –y preguntando a interlocutores habituales– si el segundo recurso del Gobierno no fue un error. Estamos sumidos en una inercia de acción/reacción en la que el Gobierno juega al plato con las convocatorias lanzadas al aire por Mas. Incluso con aquellas planteadas en términos tan surrealistas como para que Homs se queje de que les prohíben algo que en ningún caso están haciendo. Los retruécanos de los astutos son incomprensibles para las mentes mesetarias. Pero el Gobierno y el TC son los únicos que se han tomado en serio la segunda convocatoria, la de fogueo, la de Bob Esponja inscrito para votar. Y, al hacerlo, le han concedido el único prestigio al que podía aspirar. Un prestigio represivo que la incrusta directamente en el reflejo fatalista.
Una vez que fue desmontado el momento Inoxcrom, que Mas se arredró y hundió con él esa transversalidad parlamentaria que le hacía las palmas detrás como un coro rociero, lo que quedó fue una autoparodia. El referéndum del destino manifiesto transformado en un «sketch». En un plan de domingo. En una simulación concebida para obtener una unanimidad descartable en cualquier interpretación seria por excesiva y artificial. El referéndum ya no era sino una gimnasia para militantes que, como decía Voltaire del Quijote, se inventaban para ejercitarse las pasiones que la realidad les negaba. Si el independentismo, desbaratada su opción parlamentaria, pedía espacio para hacer el ridículo, ¿por qué no dárselo? Y más cuando la falta de un censo propició que se apuntaran a votar personajes tan excéntricos como el ya mencionado Bob Esponja o el Capitán Trueno. ¿De verdad el Estado tiene que levantarse de la mecedora y actuar contra cualquier cosa en la que participe Bob Esponja?
El recurso y la suspensión cautelar del TC han concedido a Mas la oportunidad de fingir gallardía y proponerse continuar con esa cosa que en realidad no existe ni está haciendo. De repente, la auroparodia y el domingo de ridículo han ingresado en una parte mucho más noble de la retórica nacionalista, aquella en la que el pueblo catalán defiende su derecho a la libertad de expresión de los tanques de la eterna entrada por la Diagonal. En coincidencia con el «show» de Mas, ya han sido filtradas oportunamente las fotografías de las furgonetas antidisturbios, tanques alegóricos, que el Estado tiene aparcadas en las inmediaciones del 9-N. Como dice Alsina, Bob Esponja ha mutado en Braveheart gracias al Estado.
Insisto en que es más una pregunta que me hago que una certeza que comparto. Pero, de igual forma que el Estado debía actuar contra un desafío a la ley pergeñado en un parlamento, esta vez no sé si solo ha logrado rescatar a última hora una convocatoria sectaria, oficiosa y surrealista en la que el nacionalismo iba a justificar a Perón: «De todo se vuelve, menos del ridículo».