CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO – EL MUNDO
Es sabido que una boina negra y tóxica se ha instalado sobre la capital de España. Hay muchas cabezas dispuestas a calzarla. El catedrático Santiago Muñoz Machado, que ha propuesto una reforma constitucional regresiva. Los asistentes al comeback de Josep Antoni Duran i Lleida en el Ritz. Los responsables del último Cupo vasco. Miquel Iceta, con su cordón sanitario al cuello. O Enric Juliana bajando la calle Barquillo. La cuestión es que en Madrid falta aire limpio. Personajes que no evoquen fracasos. Ideas que alumbren caminos nuevos. Políticas en sintonía con la nueva actitud de la sociedad.
Lunes, los apaciguadores.
El catedrático Muñoz Machado y otros colegas han presentado una –otra– reforma constitucional para complacer al nacionalismo catalán. Siguen en la noria del apaciguamiento, girando sobre el mismo eje averiado de los últimos 40 años. El «voluntariado cívico», que así se hacen llamar, considera que en España hay un conflicto político que el Gobierno, con su enfermiza pasividad, ha aumentado de forma exponencial. De acuerdo: Rajoy, el 9-N y tal. Ah, no: Rajoy, como Franco. Según estos expertos la culpa la tienen el modelo autonómico, la sentencia del TC sobre el Estatuto y la aplicación de la ley sin guiños ni cariños políticos. ¿Y qué solución proponen? Primero: «El reconocimiento de la singularidad catalana». Al parecer, singularmente distinta de la singularidad extremeña y de la singularidad intrínseca de cada individuo. Lean a Ayaan Hirsi Ali. Segundo: «La recuperación de los contenidos estatutarios desactivados por la sentencia sobre el Estatuto», incluido un Poder Judicial propio. Fuera tanto Lamela como Llarena. Y el TC, un Estrasburgo en casa. Tercero: «La remisión al Estatuto de aquellos aspectos identitarios o de organización que solo afectan a ese territorio». Por ejemplo, la definición de Cataluña como nación y el blindaje de la discriminación lingüística. Esto se haría por la puerta de atrás de una Disposición Adicional para no irritar más de lo conveniente al espanyolemprenyat. Mágica la explicación de Javier Ayuso en El País: «Eso sí, el artículo 2 se mantiene inalterable, aunque se pueda hablar de naciones». Orwell puro. Hay que agradecer al catedrático García Roca su sinceridad: «Queremos hacer una casa común atractiva, con una habitación para Cataluña». Los otros dieciséis hermanos, o al menos trece de ellos, a compartir camastro. Y con el aval de Francesc de Carreras.
Martes, los masoquistas.
El único efecto positivo del Procés fue la desaparición de Duran i Lleida de la primera línea política. La debacle de su partido –cero escaños y liquidación por derribo– no fue un castigo a la cordura, sino la evidencia de que la tercera vía nunca existió. Siempre fue una coartada para la independencia. Durante años, lustros, décadas, Duran compatibilizó el victimismo con la tajada. El lloriqueo en la tribuna con el negocio en el escaño. Es la encarnación de la política de chantaje que desembocó en la insurrección. Una prueba a voleo: su discurso en el Debate del estado de la Nación de 2013. Acusó a Rajoy de tener respecto a Cataluña un comportamiento «desleal, egoísta, sectario e ideológico». ¡Rajoy, ideológico! Lo atacó por llevar a cabo una política de «recentralización». No lo diría por la Educación ni por TV3 ni por los Mozos. Y, desafiante, lo emplazó: «No tenga miedo a la democracia». Es decir, permita un referéndum de autodeterminación. Duran, el tercerista que acudió cojo a una manifestación por la independencia. Pero con el 155 light ha vuelto el masoquismo heavy. Importantes dirigentes del PSOE y el PP arroparon a Duran en el Ritz. Lo del PSOE es natural: el tercerismo c’est lui. ¿Pero el PP? Ahí estaban la ministra Montserrat, contra su menguante electorado. El portavoz Casado, presunto freno de Ciudadanos. El ex ministro Margallo, promocionando su libro. Esta vez literalmente. Y hasta la presidenta del Congreso, Ana Pastor: un saludo de la tercera institución del Estado al poder fáctico. Todos ellos legitimaron con sus aplausos las viejas trampas de Duran. Su cínica equidistancia. Su falsa moderación. Le escucharon decir que el Gobierno había recurrido a «la violencia policial» y que votará a Iceta «sin complejos» por su actitud «no frentista». Es decir, contraria a la del Partido Popular. Admitámoslo: el PP disfruta con el maltrato. Sus votantes, no tanto.
Jueves, los carlistas.
Albert Rivera centró sus críticas en el cálculo del Cupo, no en el Concierto, pero su postura perfila una revolución. Por fin, la modernidad a debate. Los derechos históricos son el único elemento anacrónico de la Constitución de 1978. El único vestigio de un tiempo sin luces en el que los ciudadanos eran segregados en función de su sexo, raza, religión o lugar de nacimiento. A su lado la monarquía, sobre todo la de Felipe VI, es un símbolo de igualdad. Los defensores del Concierto dicen que esta concesión al oscurantismo ha sido decisiva para la estabilidad. ¿De verdad? Durante 40 años, los titulares de los presuntos derechos históricos han extorsionado a la política española. Hasta tal punto que una fracción de esos rentistas de la historia, alojada en el submundo del crimen, adoptó el método del asesinato: 800 muertos nos contemplan. Lo único que garantiza la lealtad del nacionalismo es la Ley. Así lo constatan la renuncia a la unilateralidad por parte de ERC y el PDeCAT, y sus patéticas apelaciones a una negociación después del 21-D. La cárcel, ese curso acelerado de democracia. Estimados catedráticos, he aquí una reforma para adaptar la Constitución a los «nuevos tiempos» y a la «sensibilidad social»: eliminen la Disposición Adicional primera. Acaben con la discriminación legalizada. Consoliden la modernidad.
Viernes, los frentistas.
Henchido de encuestas y de buenismo, Miquel Iceta apareció en Telecinco y proclamó: «Yo quiero una gran reconciliación entre los catalanes, y entre los catalanes y el resto de los españoles y europeos». Ya. Por eso su primer anuncio de campaña ha sido el veto a Inés Arrimadas. «Oh, ah», clamaron los cándidos, cuando estamos en lo de siempre. Es la extensión del Pacto del Tinell a Ciudadanos. Y la enésima prueba de que Iceta sólo pacta consigo mismo. El primer adversario del constitucionalismo no es el nacionalismo. Es el PSC y su feudatario moral, el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero y ahora de Pedro Sánchez. Y siempre, Juliana. El periodista de La Vanguardia ha triunfado esta semana con su frase sobre Rivera: «Aznar anaranjado». Lo vi bajando la calle Barquillo en dirección Génova y pensé: Si supiera el favor que le hace a Aznar… Y a Rivera. Al líder de Ciudadanos lo llaman oportunista. Lo es, claro. Tanto como los barones socialistas que se oponen el Cupo. Como Alberto Núñez Feijóo. Como todos los que han comprendido que algo profundo está cambiando en la sociedad. Millones de españoles se han hartado del entreguismo y los enjuagues. No se consideran responsables civiles del franquismo. Buscan una opción política que defienda su condición de ciudadanos libres e iguales ante la ley. Quieren una España sin caspa, castas ni complejos. Un presidente sin boina.