Jon Juaristi-ABC
- Es una pena que la ley de la memoria democrática no salga, porque, de hacerlo, metería al Gobierno en un jardín florido
En agosto hay que andar con mucho cuidado al conectarte con el mundo. La peña que conoces se va de los periódicos. Las vacantes vacacionales tienden a ocuparlas becarios en prácticas, gente currante de las generaciones últimas (quizá sin vacunar, pero las mejor preparadas de la Historia de España). El problema es que tienen poco tiempo para destacar antes de septiembre. Uno de los expedientes más socorridos para ello suele ser preparar un cuestionario con temas de actualidad y mandarlo a una lista de supuestos expertos en lo que sea. Seguro que alguno se aburre de la molicie y no le importa contestar. A mí me han llegado varios. Casi todos me preguntan qué pienso de la memoria democrática. O sea, de lo más original.
Lo de la memoria rencorosa lo sacó el PSOE hace veinticinco años para montar el cordón sanitario contra Aznar. Lo recicló el sanchismo como «memoria democrática» gracias a Carmen la de Cabra, que andaba mal de los nervios y no quería exprimirse mucho el coco. Tampoco el sucesor de esta, un tal Bolaños, está por la labor. El muerto le ha caído en julio, a punto de irse a la playa con el flotador, y por eso ha repetido el mantra: que la ley saldrá adelante y que el PP debería apuntarse para que no les acusen de franquistas. O sea que Bolaños se ha limitado por ahora a tocarles los idem a la oposición.
La ley no saldrá, y es pena, porque si saliera metería en un bonito carajal al Gobierno. ¿Dónde empezaría y dónde acabaría el delito de apología del franquismo? Pongamos que yo publicara aquí, en esta columna semanal, un texto agosteño como el siguiente:
«Francisco Franco podría ser considerado el verdadero inventor a escala mundial del turismo con encanto y del turismo de masas. Francisco Franco fue en realidad un auténtico gigante del turismo, y es con esta vara con la que habría que medirlo, cosa que ya hacen algunas escuelas internacionales de hostelería. De un modo más general, en el plano económico, el franquismo ha sido recientemente objeto de interesantes estudios en Harvard y Yale, que muestran cómo el Caudillo, presintiendo que España nunca llegaría a subirse al tren de la revolución industrial (que, preciso es decirlo, habíamos perdido ya definitivamente), tuvo la audacia de quemar etapas invirtiendo en la tercera fase, es decir, en la fase final de la economía europea, la de la terciarización, del turismo y los servicios, dándonos así una decisiva ventaja en el momento en que los asalariados de los países industriales, al acceder a un poder adquisitivo más alto, deseaban utilizarlo en la Europa meridional, ya en el turismo cultural de paradores con encanto, ya en el de masas, de acuerdo con sus diferentes gustos y posición social».
¿Qué me pasaría, Bolaños? ¿Me caería una multa como las que me ponía por rojete el Gobierno Civil de Vizcaya? ¿Un puro como el que me metió en su día el TOP? Lo que me iba a divertir, qué lástima.