Como en el PSOE tienen prohibido hacer cábalas sobre el reparto de las futuras carteras (sólo la candidatura de Calviño a un confortable puestazo europeo ha roto la ley del silencio), las quinielas políticas se entretienen con el reparto de las sillitas de la mesa del Congreso, pasatiempo tan fútil y anodino como desentrañar en qué consistió la semana mágica de Pedro Sánchez en sus vacaciones de gorra en Marrakech.
Félix Bolaños figura ya a la cabeza de los pronósticos para encaramarse en el frontispicio del Congreso, tras el inclemente sacrificio de Meritxel Batet, presencia detestada por la caverna nacionalista. Pese a las enormes pifias que jalonan su carrera (reforma laboral, Ley del sí es sí, renovación del CGPJ, padrinazgo del candidato Lobato, ridículo en la fiesta del 2 de Mayo), el ministro de Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática en funciones ha sacudido la modorra estival de los cenáculos y se ha adueñado del chamullo y el petardeo en los animados restaurantes de Chamberí y La Latina, desbordados cada noche de asesores pipiolos, diputados novicios y perseguidores de despacho con secretaria adosada.
Al objeto de no pasar inadvertido, Bolaños ha dejado la playa y ha recurrido a un truco facilón. Teñirse el flequillo de naranja y travestirse en un Trump en miniatura. Ha sembrado de sospechas el resultado electoral del 23-J y ha enviado al Tribunal Supremo el recuento de los votos nulos de Madrid. «Es lo más razonable para que todos los ciudadanos vean garantizados sus derechos de limpieza democrática» y blablabla… Tan razonable no parece la ocurrencia dado que tanto la Junta Electoral Provincial como la Nacional ya rechazaron las intentonas del PSOE al considerar que no aportaban prueba alguna y que, al cabo, eran una chorrada.
Cuando lo de Mojácar, le dijeron a Ayuso que «pone en cuestión las instituciones, desestabiliza el proceso, trumpismo desaforado, tics golpistas…» ¡Ah las redes, a los bolaños!
El antojo fullero y conspiranoico de la Moncloa implica revisar 30.000 votos de 7.000 mesas electorales para descartar todo tipo de reticencias sobre un proceso electoral que se ha celebrado bajo el mandato de un Gobierno socialista y en una iniciativa hasta ahora sin precedentes. El problema viene de que, tras el recuento de las papeletas del exterior, el PP sumó a su cuenta un escaño más con lo que a Sánchez se le tornó imperativo el conseguir el ‘sí’ de Puigdemont o se queda sin su cetro dorado. Un escaño que ahora Bolaños rebusca por las papeleras del recuento de Madrid con unos modales dignos de un trapero sin desodorante.
Cuando Ayuso alertó de la compra de votos en Mojácar -dos candidatos del PSOE fueron detenidos en aquel episodio de las municipales- recibió parabienes de destacados miembros del Ejecutivo. «Pone en cuestión las instituciones, desestabiliza el proceso, trumpismo desaforado, tics golpistas…». ¡Ah las redes!. ¡Ah Emejota Montero!. ¡Ah la pequeña portavoz de Puertollano!. «Hay grupos que pretenden sembrar sospechas sobre los procesos electorales pero, afortunadamente, nuestra Policía y nuestra Justicia funciona», respondió la lideresa madrileña a todas aquellas dentelladas absurdas que le prodigó la izquierda trolera.
«Hoy es el día de los deseos, desee usted algo, lo que sea, no tiene que estar en los límites de lo razonable», tentará melosamente al prófugo golpista
Bolaños, el botones Sacarino del ala oeste, alienta ahora el fantasma del pucherazo con la excusa del rigor y la transparencia. «En el principio fue la mentira». Goethe. Comisionado por el augusto caudillo del progreso, el desenterrador de Cualgamuros, con esa sonrisa da ratón de campo y ese verbo falsario de traficante de bulas pontificias, no sólo juguetea con los resultados de los comicios sino que también ha movilizado a la fiscalía del Estado para que enmiende el ‘no’ del Constitucional al recurso de Puigdemont para que no lo enchironen si pone un pie en territorio nacional.
La futurible tercera autoridad del Estado, de acuerdo con las apuestas de los correveidiles del Congreso, ha de centrarse ahora en recolectar los votos de Waterloo para despejar de obstáculos el camino de su señorito hacia la entronización de la investidura, sumida por ahora en un piélago de dudas. Señor Puigdemont, «hoy es el día de los deseos, pida usted algo, lo que sea, no tiene que estar en los límites de lo razonable, y le será concedido», tentará melosamente al prófugo golpista como en los Sueños de Bergman. Todo sea por conservar el colchón de la Moncloa. De momento, la respuesta del disparatado secesionista está en el viento. Será Bolaños quien, esta noche, suplique un deseo a las estrellitas de San Lorenzo.