Más que el Gary Cooper de Solo ante el peligro, el triministro Bolaños parecía Macaulay Culkin de Solo en casa. Retraído y temeroso, como un párvulo recién salido de una pesadilla. Llegó a la sesión de control apalizado por la decisión de la junta de fiscales de atribuir delito de terrorismo a Puigdemont y su banda. Un respaldo decidido al juez García Castellón y un revés severo al presidente del Gobierno que, desde Bruselas y desde laSexta, había insistido con febril obcecación en que ‘los independentistas catalanes no son terroristas’.
El presidente se largó presuroso, no le agrada el Hemiciclo y menos cuando le vienen mal dadas. Había hilvanado una respuesta algo marciana a Feijóo, sobre la propiedades del metanol, junto al tradicional pellizco desabrido a Abascal, antes de perderse, veloz, rumbo a su automóvil. En los pocos minutos que reposó en su asiento, el líder socialista forzaba esa mueca que pretende indiferencia pero oculta enorme malestar. Y cabreo.
La vicepresidenta dos, Yolanda Díaz, también se evaporó rauda, luego de responderle con cajas destempladas una cuestión menor a una diputada del PNV que apenas lograba explicarse. Antes, eso sí, lanzó un aguijonazo a su presidente por no informarle sobre el trasiego en el que ahora anda para reformar la Ley de Enjuiciamiento Criminal.
El triministro es -junto al ofuscado Santos Cerdán y a la viceuno Emejota Montero- el encargado de conducir a Puigdemont al jardín de la amnistía, donde todo será apacible y magnífico. Las cosas no van bien
El Gobierno atraviesa una momento muy enrabietado. Se le ha agriado el carácter, ha perdido la afabilidad y ni siquiera tira de ironía para intentar una sonrisa aunque sea de pega. «Ya no se ríe como se reía en otoño», le dijo Feijóo al gran narciso. Emergen ya tiranteces intramuros, no disimulan las tensiones y les resulta muy difícil mantener ese tono de ‘prudencia y templanza‘ que tanto predica su pastor a sus incómodos socios separatistas.
Y allí se quedó Bolaños, encogidito en su sillón, con cara de pasmado, en una bancada azul casi desierta y dispuesto a hacer frente a la inquina de la oposición, que había centrado en su menguante figura el guion de la jornada. El triministro es -junto al ofuscado Santos Cerdán y a la viceuno Emejota Montero– el encargado de conducir a Puigdemont al jardín de la amnistía, donde todo será apacible y magnífico. Las cosas no van bien. Parece que el prófugo no se deja, no da el visto bueno. Lo quiere todo y lo quiere ya. Amnistía para tots i totes y mordaza para los jueces. Ya está bien de lawfare y de españolazos con toga.
Media docena de preguntas de la oposición hubo de responder el desguarnecido ministro. Casi todas ellas giraban sobre la persecución al estamento judicial desde el Ejecutivo, sobre las injerencias del propio presidente del Gobierno en la actuación de la Justicia y sobre las previsibles cesiones que, a buen seguro, otorgará próximamente a sus chantajistas.
En su despavorida huida hacia algún refugio inexistente, triscó también por el territorio de ETA y hasta incurrió en un homenaje a Rubalcaba, quien tanto detestaba a Sánchez y a sus obras
«Vaya mañanita lleva usted», le susurró con coña Bendodo desde las filas del PP. El aludido exhibía ya un aire lastimero, una actitud casi desesperada al borde de la rendición. Respondía sin convicción, sin tino, sin ese ingenio que tanto prodiga y tan raramente consigue. Huérfano de mejores argumentos, el asaeteado triministro se refugió en los lugares comunes habituales, como las cloacas de la policía política del PP, lo maravillosamente bien que se vive en Cataluña desde los indultos, el imparable crecimiento económico de la Nación, el salario mínimo ya máximo, y, por supuesto, lo tremendamente parecidos que son PP y Vox, tan idénticos que ya resultan intercambiables. En su despavorida huida hacia algún refugio inexistente, triscó también por el territorio de ETA y hasta incurrió en un homenaje a Rubalcaba, quien tanto detestaba a Sánchez y a sus obras y quien ideó lo de ‘gobierno Frankenstein‘ para denominar al experimento de coalición con Podemos. «Esto es la España real», proclamó el orador, tan desconcertado que incluso le reclamó a Feijóo un mayor respeto a las instituciones y a los tribunales. En ese momento, la carcajada resonó incontenible.
Tal apoteosis de impotencia se vio reforzada por la intervención del mayor bocazas de la Cámara, el incontenible ministro Óscar Puente, quien, mientras intentaba descifrar los datos que su equipo le había trasladado sobre las infraestructuras viarias de Galicia -asunto sobre el que parecía acumular un desconocimiento planetario- intentó una broma y le salió por la parte baja del coxis. Le dijo al líder del PP, en relación a las vías que unen su región con el resto de España: «Usted las conoce muy bien porque viaja en coche y no en Falcon». Intentó luego arreglar la bromita y quizás lo empeoró. Una muestra más de la descomposición celérica de un Ejecutivo esclavo en sus acuerdos de trampas y mentiras.
«Usted también caerá»
Vendrán ahora las gallegas, donde el aspirante Besteiro, del PSdG, sufrirá un serio quebranto. Y luego, otra vez el diablo del proyecto de amnistía, ya en la comisión de Justicia y todavía, quizás, sin resolver. «Usted también caerá, cuatro años así no hay quien los aguante», le espetó Feijóo con serenidad, haciendo suyo el sentir de buena parte de la bancada de la izquierda. Sánchez, con ese rictus próximo a la idiocia que exhibe cuando se pretende desdeñoso, seguirá jugueteando con la toxicidad del metanol, el último hallazgo de sus escribas, tan zoquetes que «se desvían de su camino un cuarto de legua para correr en pos de una agudeza». Quintiliano.