EL CONFIDENCIAL 16/09/14
JAVIER CARABALLO
Pablo y Josu sólo tienen en común el apoyo de sus vecinos de sus familias, pero nunca serán iguales aunque los dos vivan en el mismo país, disfruten de los mismos derechos, de las mismas obligaciones, y estén sometidos a la misma Justicia y a las mismas leyes. Pablo y Josu, de hecho, son las caras opuestas de un mismo sistema, y lo jodido para Pablo es que ha sido a él a quien le ha tocado la cruz. Josu se lo lleva todo, las ventajas, la fama, el protagonismo, mientras que a Pablo no lo conoce nadie fuera de su barrio, de su ciudad.
Gracias a esas diferencias, a que no son iguales aunque vivan en el mismo país, con las mismas normas, las mismas leyes, Josu estuvo preso pero está en su casa desde hace dos años, en libertad, porque le diagnosticaron un cáncer terminal, mientras que Pablo sigue pudriéndose en la cárcel, consumido por el sida, la neumonía y un cáncer de laringe también terminal.
Desde que contrajo la enfermedad en la propia cárcel, Pablo ha perdido 40 kilos (ahora pesa 52) y sus familiares se han ido a la Audiencia de Sevilla, con un grupo de amigos, para desplegar una pancarta escrita con tinta azul: “Libertad para Pablo”. Pero apenas les han sacado en algunos periódicos, un pequeño grupo de diez o quince personas, la mayoría mujeres y algunos niños.
“No queremos que nos lo devuelvan muerto, y él tampoco se quiere morir en la cárcel; quiere morirse entre los suyos”, dijeron hace unos días. Se referían a sus hermanos, que tiene siete, y a sus hijos, que son cinco, y también a sus nietos, que ya son seis, aunque sólo conoce al mayor. “El abuelo de los cristales”, le dicen en la familia.
· La diferencia que ha convertido a Josu en privilegiado es que fue miembro de ETA, asesinó a tres guardias civiles, secuestró a una persona durante 532 días y lo condenaron a 210 años de cárcel. Y de Pablo Moreno lo único que consta es que cometió una serie de robos y que lo condenaron a 8 años de cárcel
También en el Ayuntamiento de Écija, todos los grupos políticos se unieron para redactar un manifiesto de apoyo. El PP, el PSOE, el Partido Andalucista e Izquierda Unida entienden que lo que le está ocurriendo a Pablo es “una violación de los derechos humanos”. Y añaden: “Consideramos que ya ha pagado con creces su condena por varios robos con su permanencia en la cárcel durante ocho años. (…) Nuestro más absoluto apoyo a su familia, que viene pidiendo que se le deje en libertad por razones humanitarias, habiéndosele denegado, por parte de la autoridad competente, hasta en cuatro ocasiones la petición”.
Lo de Josu fue distinto. De repente, aunque era un asesino sangriento, en todo el país no se hablaba de otra cosa que de su libertad. Parecía que aquello se había convertido en una cuestión de Estado que se tenía que resolver con toda urgencia porque podían estallar conflictos mayores. El asesino invocaba razones humanitarias, y la presión fue en aumento hasta que, hace ahora dos años, en septiembre de 2012, lo pusieron en libertad.
En su pueblo, en Mondragón, lo recibieron algunos como si se hubiera decretado un día de fiesta inesperado. «Jo ta ke irabazi arte«, le coreaban; una consigna de sus días más tenebrosos, “dale duro, hasta conseguirlo”. Ni la libertad ni, por supuesto, la conciencia han hecho mella en la determinación criminal que tuvo un día para asesinar a tres personas y para enterrar vivo en un agujero infecto a otra más. Josu está convencido de que no tiene que pedir perdón. “Yo no me arrepiento. Sé que causé daño; eso es una cosa, pero arrepentirse es otra. Yo cogí un camino…”. Las medidas de gracia en la prisión requieren siempre el arrepentimiento, pero a Josu, ya ven, no le hizo falta.
A los dos les afecta el mismo artículo legal, el 104.4 del Reglamento Penitenciario, que dice que “los penados enfermos muy graves con padecimientos incurables, según informe médico, con independencia de las variables intervinientes en el proceso de clasificación, podrán ser clasificados en tercer grado por razones humanitarias y de dignidad personal, atendiendo a la dificultad para delinquir y a su escasa peligrosidad”, pero la valoración judicial ha sido muy distinta.
· Bolinaga cumplió 15 años de prisión, de 210 a los que estaba condenado, y desde hace dos está en su casa. Pablo Moreno ha cumplido 7 años de los 8 que le cayeron, y sigue en la cárcel hoy
Los médicos de Josu aseguraron que le quedaba un año de vida, como máximo. Había otros informes forenses que decían lo contrario, pero tuvo más peso en las decisiones judiciales el dictamen de sus médicos directos. Ni siquiera el hecho de que, dos años después, su organismo haya podido resistir al cáncer han hecho variar el criterio y Josu sigue en libertad. A los familiares de Pablo los oncólogos le han dicho que es probable que no le queden más de seis meses de vida, pero siguen encontrando la misma negativa cada vez que piden su libertad. “Razones humanitarias”, repiten una y otra vez, pero los jueces entienden que no cumple la última parte del artículo, que puede volver a delinquir, que sigue siendo peligroso.
La diferencia que ha convertido a Josu en privilegiado de un mismo sistema, de un mismo país, es que fue miembro de ETA, asesinó a tres guardias civiles, secuestró a una persona durante 532 días y lo condenaron a 210 años de cárcel. Y de Pablo Moreno lo único que consta es que cometió una serie de robos y que lo condenaron a 8 años de cárcel. Ya ha cumplido la mayor parte de la condena, porque lleva siete años en prisión, pero de nada le ha valido.
Bolinaga cumplió 15 años de cárcel, de 210 a los que estaba condenado, y desde hace dos está en su casa. Pablo Moreno ha cumplido 7 años de los 8 que le cayeron, y sigue en la cárcel hoy. Pablo y Josu… Que no hace falta decir nada más, que no, que con sólo asociar esos dos nombres, esas dos realidades tan distintas, ya podemos encadenar un relato completo de muchos complejos, de muchas cesiones, de tanta injusticia inadvertida.
Por supuesto un preso etarra puede disfrutar de las medidas de gracia que contempla el sistema penitenciario español, pero no es el caso de Bolinaga. Su libertad se convirtió en un desafío al Estado de derecho. Y venció. La comparación con Pablo Moreno, el preso del que nadie sabe nada, el preso que puede ser otros muchos reclusos, cientos, sólo agranda la diferencia hasta hacerla insoportable. Bolinaga como síntoma, sí.