LA RAZÓN 19/07/13
· Once meses después de que el juez José Luis Castro concediera la libertad condicional a Josu Uribetxebarria Bolinaga, cuando falta un mes para que se cumpla el año de vida que le pronosticaron, el etarra condenado a 210 años de cárcel sigue paseando por Mondragón. El tiempo ha dado la razón a la Fiscalía de la Audiencia Nacional, que consideró entonces que su vida no corría riesgo «inminente».
Con una sonrisa tranquila, Bolinaga suele salir de su casa alrededor de las diez de la mañana. Pasea acompañado de una señora, que es la misma que está a su lado desde que, el 23 de octubre del año pasado, salió del Hospital de Donostia, cuyos médicos pronosticaron que no llegaría al año de vida. Bolinaga camina durante más de una hora cada día y se dedica a saludar a los amigos, improvisar tertulias en la calle, jugar con los niños y besar a jóvenes proetarras que se acercan habitualmente a él para dar los buenos días a su héroe local, quien mantuvo secuestrado durante 532 días, en el mismo municipio de Mondragón, al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara.
A Bolinaga no le gusta estar encerrado en casa y lo mismo sale a elegir personalmente la fruta que quiere comer, que a tomar unos vinos con los amigos. Le molestan los periodistas y, cuando se da cuenta de que hay un fotógrafo cerca, le increpa con la energía de quien sabe lo que es imponer su voluntad con una pistola en la mano: «¿Vais a seguir mucho rato dando la tabarra?»
Después, sigue paseando, como si no tuviera necesidad de comportarse ante periodistas como el enfermo terminal que los médicos del Hospital de Donostia aseguraron, hace ya casi un año, que era. En aquel centro hospitalario, daba la impresión de que estaba en un ambiente en el que se había mamado la cultura del miedo. Eso podría explicar que hace unos días los mismos médicos afirmaran que no se ha producido ninguna mejoría en la salud del etarra, a pesar de que los moribundos no pasean sin ayuda durante más de una hora.
Josu Uribetxebarria Bolinaga tampoco tiene problemas con su historial de asesino en su localidad natal, donde se instaló cuando recibió el alta hospitalaria y fue recibido con gritos de apoyo, como ya contó LA RAZÓN. En Mondragón los proetarras dominan las calles y hasta hay madres que acercan a sus hijos al terrorista, para que juegue con su boina. Ninguno de los días en los que este periódico ha sido testigo de sus paseos se ha visto ni una mala cara, ni un mal gesto hacia él. Lo habitual son los abrazos y los apretones de manos casi en cada esquina. Las calles de la localidad son más hostiles para los periodistas que para los etarras. Lo recuerdan a cada instante sus balcones y los escaparates de sus tiendas, que exhiben sin pudor el símbolo de apoyo a los presos de la banda terrorista.
LA RAZÓN 19/07/13