Jon Juaristi-ABC

  • La arbitrariedad fundamental del ‘bono cultural’ no reside en la prohibición de invertirlo en espectáculos taurinos

Decidido a no pasar a la Historia como Perico Saunas, sino a ganarse como mínimo el remoquete de Sánchez el Dadivoso, al sátrapa se le ha ocurrido premiar la supervivencia de los adolescentes mediante un bono de cuatrocientos euracos endosable a todo aquel que, atravesando fortunosamente botellones, coronavirus y caleborrocas, alcance la mayoría de edad en el presente ejercicio.

Y toda vez que los que lo consigan llegarán seguramente embrutecidos, pues, fiándolo todo a las dotes naturales que permiten eludir la cirrosis o esquivar las balas de goma, no habrán dedicado atención suficiente al cuidado del espíritu, el Gobierno condiciona el libramiento de la recompensa a que esta se invierta hasta el último céntimo en cultura, entendiendo por tal todo lo que no es naturaleza, salvo, claro está, la tauromaquia.

Creo recordar que era Canetti quien aludía a la condición ambigua del toro de lidia, arguyendo que, si bien por la parte de su crianza y encaste pertenece al ámbito de la domesticidad y de la cultura, por su bravura feral e indómita lo hace por completo al de la naturaleza. Puede ser, no diré que no, aunque lo mismo cabría sospechar de la cría del rottweiler o incluso del gorrino ibérico o del pollo de granja. Con todo, la tauromaquia propiamente dicha parece al menos cercana a lo que se entiende por hecho cultural, aunque no sea más que por la complejidad del vigente Reglamento de Espectáculos Taurinos, según su modificación por el Real Decreto 145/1996, y por haber inspirado a tanto artista y filósofo español y extranjero, desde Goya a Ortega o desde Picasso al mentado Canetti.

Pero no me voy a poner a discutirlo, porque la arbitrariedad fundamental del bono cultural no reside en la prohibición de invertirlo en corridas (taurinas, se entiende), sino en su mera inclusión en el proyecto de Presupuestos Generales del Estado. Por supuesto, no es siquiera una medida tendente a comprar el voto de los beneficiados para el PSOE, porque Podemos se ha apresurado a apuntarse la paternidad de la idea, pero es que no funcionará siquiera como soborno social: la peña no dejará de apedrear con adoquines, botellas o latas de cerveza a los diferentes cuerpos policiales por el hecho de haber cumplido dieciocho tacos y cobrar por hacerlo, es decir, por cumplir años, no por patear policías. Ambas cosas les salían hasta ahora prácticamente gratis: véase el caso del rasta podemita Alberto Rodríguez. Ahora les pagarán por la primera.

Lamentablemente, la oposición se ha volcado en la crítica de la arbitrariedad secundaria, la de la exclusión de los toros, y no en la primordial, la demagógica, la que corrompe y pudre la democracia de la manera más típica (o típicamente aristotélica). Con su manía de encarnizarse en el dedo que señala el zurullo, facilitará que el sanchismo consolide su carácter de franquismo invertido (no en cultura, desde luego) también en su duración biológica.