Rubén Amón-El Confidencial
- El dirigente vasco reaparece en la política como portavoz de Feijóo para rebajar la tensión con el sanchismo y conseguir que el PP se trabaje la moderación y el centro a expensas del ayusismo
El cortocircuito entre la política y la sociedad civil justifica la expectación que ha suscitado el regreso de Borja Sémper al fango. Se ha deteriorado la salubridad del hábitat político desde que el dirigente vasco se retiró en 2020. Y está llamado a asearlo, aunque el desafío que tiene delante Sémper no concierne tanto a edulcorar las relaciones con la oposición como a serenar las pulsiones abruptas que se identifican en su propio partido.
Es el caso de la corriente ayusista. Y es el contexto en el que el PP de Feijóo intenta sofocar a los colegas y a los rapsodas que le atribuyen un liderazgo moderado y cobardón. La idea de entregarle a Sémper la autoridad de la posición oficial sobrentiende que el Partido Popular aspira a situarse en un centro derecha más liberal que conservador. Más laico que confesional. Mucho más explícito en las discrepancias con Vox. Y menos sensible a la oposición populista y vocinglera que representa Isabel Díaz Ayuso.
El enfoque estratégico no implica que Feijóo vaya a cometer el error en que incurrió Casado cuando trató de amordazar a la presidenta madrileña, pero la expectativa de una victoria abultada resulta inconcebible si el PP no logra seducir a los huérfanos de Ciudadanos y a los votantes socialistas a quienes desesperan el chantaje del soberanismo, las reformas a medida del Código Penal y el compadreo obsceno con los diputados de Bildu.
Es la razón por la que Borja Sémper tiene que ganarse la credibilidad de la portavocía entre sus propios compañeros. No es suficiente que le haya entregado Feijóo el megáfono, ni que se enfaticen la cordura de su interlocución, la buena imagen, el esmero dialéctico, el esfuerzo didáctico. Necesita que el ayusismo y las derivadas más rancias de Génova 13 se identifiquen con una línea menos agresiva, beligerante y oportunista.
Se explica así también el esfuerzo de reconstruir las relaciones con el Partido Socialista. Y no solo porque sea una obligación institucional, sino porque la irresponsabilidad de sustraerse a los cometidos políticos —la reforma del CGPJ, el bloqueo en los asuntos de Estado— disuade a los votantes indecisos o a quienes recelan de convertirse a las siglas del PP.
El fenómeno de la conversión ha ocurrido de manera concluyente en las elecciones de Andalucía. No se entiende la mayoría absoluta de Juanma Moreno sin la adhesión de los votantes socialistas ni la atracción de una gestión que trasciende la ideología y el hartazgo antagonista.
La diferencia con la política nacional consiste en la variante independentista. Y en la ventaja que supone para Moreno sustraerse a la competencia de Vox. Borja Sémper recela de la ultraderecha y abjura de los pactos con Abascal, pero su reaparición en el fango sobreviene cuando el PP mantiene una relación orgánica y política en el Gobierno de Castilla y León.
Es el punto de apoyo que permite a Sánchez reanudar la campaña de las amalgamas. Y demostrar a los votantes indecisos y a los socialistas desengañados que el acceso de Núñez Feijóo a la Moncloa solo es concebible con la cooperación necesaria de Santiago Abascal.
El planteamiento con que Sánchez alerta sobre la amenaza del monstruo bicéfalo encubre la naturalidad con que el patrón socialista gobierna con la izquierda populista y sufraga el soborno de los nacionalista. Un extremo no valida otro extremo. Y Sémper está llamado a mediar entre ambos, pero la misión tanto puede resentirse de la sordera del PSOE como del sabotaje que puedan organizarle los compañeros del PP, es decir, aquellos que recelan de la moderación de Feijóo —la derecha cobarde— y que sostienen que a Sánchez se le debe extirpar de cualquier manera.