IGNACIO CAMACHO-ABC

  • A los barones socialistas les pesa la evidencia incuestionable de que sus votos serán puntos en el casillero de Sánchez

En la conferencia municipal del PSOE ha habido más ministros que barones autonómicos, que han optado por mantenerse a distancia de un Sánchez decidido a acaudillar la campaña. El presidente se ha echado la estrategia electoral a la espalda; si le sale bien tendrá el partido sujeto en su puño, con las filas bien apretadas, y si fracasa aún le quedará la última bala, la de unas generales con todo el aparato del Gobierno convertido en inmensa oficina de propaganda.

Lo más probable es que aunque en mayo el PSOE pierda en el total de papeletas nacionales y tenga que entregar el poder en algunas plazas, el resultado sea lo bastante apretado para permitirle albergar alguna esperanza. La ausencia de los dirigentes territoriales en la cita valenciana revela, sin embargo, que prefieren librar solos su propia batalla. Ninguno lo dirá en voz alta pero con las encuestas en contra o muy apuradas piensan que la cercanía del líder los desgasta. Les corre por dentro un cosquilleo de desconfianza.

Para su bien o su mal existe una evidencia incuestionable, y es que todo el mundo sabe que cada uno de sus votos será un punto anotado en el casillero de Sánchez. Esa realidad es especialmente incómoda para Lambán y García-Page, los candidatos socialistas que más empeño –y más claro– ponen en soltar lastre. La suerte de Castilla-La Mancha será clave en la interpretación global del desenlace. Y se da al respecto una circunstancia paradójica: ni a Feijóo le importaría demasiado el triunfo de Page ni al jefe del Gobierno su derrota. El primero necesita apoderarse del mayor número posible de autonomías, aunque también que enfrente quede alguien razonable con quien entenderse en una eventual etapa postsanchista; el segundo no sufriría en exceso con la caída del principal adalid de la corriente crítica, sobre todo si el PP se apoya en Vox para armar la alternativa. El interesado se limita a defender lo mejor que puede su silla pero de un modo u otro es posible que una parte de la futura correlación de fuerzas en la escena política se ventile el 28-M en torno al palacio de Fuensalida.

En todo caso el problema del presidente manchego, y de sus demás colegas en liza, consiste en eludir a corto plazo un voto de castigo dirigido contra un objetivo más alto. Lo resume el eslogan –’Sánchez manda, Puig obedece’–, que repite Mazón, el aspirante popular valenciano, para aglutinar la pulsión de rechazo que los sondeos detectan en un amplio segmento del electorado. El pronóstico es indeciso porque los gobernantes regionales continúan aceptablemente valorados pero pueden perder si se impone el factor plebiscitario. Temen acabar siendo los paganos de las alianzas con un nacionalismo rupturista e insolidario que en el resto del país genera un sentimiento antipático. Les guste o no van en el mismo paquete, en la misma alineación, y es tarde para borrarse de ese bando.