Agustín Valladolid-Vozpópuli
- La propuesta de adelantar a los 16 años el derecho al voto apunta a reforzar los extremos, cimentar la polarización y obstaculizar la alternancia política
La Real Academia define ‘botar’ en su primera acepción como “arrojar, tirar, echar fuera a alguien o algo”. De eso se trata, no de votar, sino de botar. De remover el tablero, darle una patada si hace falta. Otra piedra más en el camino hacia el cambio político, para dificultar la alternancia. No se sorprendan si en algún momento nos salen con una reforma de la Ley Orgánica de Régimen Electoral más drástica de lo que anuncian para “profundizar en la democracia”. Lo ha desmentido Pilar Alegría, así que atentos a la pantalla.
De momento es la ministra Sira Rego (Sumar) la que nos anuncia que antes del verano estará lista una propuesta para rebajar a los 16 años la edad con derecho al voto. Dicen los Simones que tal cosa es una sandez, porque a quien beneficiaría la medida es a Vox. Y puede que tengan razón, pero es que es precisamente eso lo que quizá se esté evaluando: si no hay modo de evitar la derrota, al menos tengamos enfrente un gobierno intervenido por la extrema derecha que nos haga más llevadera la travesía por la oposición. Tezanos confirma.
De modo que sí, no lo descarten. Si hay que darle una patada al tablero, con el rimbombante nombre de ‘Ley de Juventud y Justicia Generacional’, y con el apoyo de Esquerra Republicana, EH Bildu y Podemos, pues se le da. Si todo pasa por renovar el miedo a la ultraderecha, por reforzar a Vox, pues pongámonos a ello. Y si es verdad que los ultra jóvenes son los más ultra radicalizados, incluidos los alevines de la ultraizquierda, pabletes y errejoncitos, pues mejor que mejor.
Si les damos el derecho al voto sus obligaciones y su responsabilidad penal serán las de un adulto. ¿Estamos seguros de que aplicar a un adolescente los mismos códigos que a delincuentes experimentados sea una buena idea?
El mero hecho de que alguien esté pensando en apuntalar los extremos ya da una idea de lo que se pretende. Pero, ¿qué hacer con los teenagers a los que eso de votar ni se les pasa por la cabeza?, o sea, la mayoría. Ya se nos ocurrirá algo. Por ejemplo, en plena campaña electoral repetir lo del bono-videojuegos; o anunciar que aquellos (y aquellas) que voten a los 16 recibirán gratis una Philips para el mejor afeitado de la pelusilla o un pack de Infaillible de L’Oreal. ¿Qué, que no? Sujétame el cubata, que diría Rico.
Escribió Francisco Umbral que “un adolescente es un proyecto de adulto que fracasa todos los días para volver a empezar” (‘Las ninfas’. Austral). Suena áspero, pero es en gran parte verdad. Se llama aprendizaje. Y hoy, aquella afirmación es si cabe aún más cierta. Los adolescentes de ahora son muy distintos de los que también lo fuimos en el último tercio del siglo pasado. Nuestros fracasos estaban mucho más asociados al fracaso colectivo. En 2025 los más jóvenes están a otra cosa. No es bueno ni malo. Es lo que hay.
Pero la política no forma parte de sus prioridades. Nada extraño. En España disfrutamos de diecisiete modelos educativos cuya heterogeneidad no impide que la mayoría de ellos coincidan en pasar de puntillas por lo que nos une. Hoy, en España, los jóvenes de 16 años no tienen ni la más remota idea de la Constitución. Y eso suponiendo que saben que existe, que es mucho suponer. Pero doña Sira Rego quiere que vayan a votar. Y Pedro Sánchez se lo está pensando.
Austria, la excepción que confirma la regla
En Europa solo Austria permite el voto a los que han cumplido 16 años en cualquier elección. Otros países, Alemania, Bélgica o Grecia, han hecho algún ensayo en las europeas. Hasta ahí. El debate está abierto y no conviene cerrarlo en falso, pero tampoco acelerarlo. Y lo que no es aceptable es que sea de nuevo el cálculo electoral el factor determinante de la discusión. Como afirma en este clarificador artículo el penalista Gonzalo Quintero, “se desea el voto ‘adolescente’ por la confianza en que sea fácil atraerlo, y esa utilitarista explicación no es admisible”. Además de demagógica, al igual que la propuesta de Vox de bajar a los 12 años el inicio de la responsabilidad penal.
Un menor no puede comprar lotería ni pasar más de cinco años en prisión, sea cual sea el delito que cometa, por citar dos medidas de protección de desigual trascendencia. Si le damos el derecho al voto, es inevitable que sus obligaciones y su responsabilidad penal se equiparen a las hoy vigentes para los adultos. ¿Estamos seguros de que castigar y encerrar a un/a chico/a de 16 años con los mismos códigos y tras las mismas rejas que a delincuentes experimentados sea una buena idea?
Las juventudes del SPD alemán se oponen al pacto de Estado con los conservadores de la CDU. ¿Puede Alemania dejar en manos de unos miles de jovenzuelos una decisión trascendental para el futuro del país y del conjunto de Europa?
Otro escritor, Bernhard Schlink, en ‘El lector’ (Anagrama), dejó dicho que “toda generación tiene el deber de rechazar lo que sus padres esperan de ella”. Yo no puedo estar más de acuerdo. Y, sin embargo, la afirmación es tan ingeniosa como parcial. Los hijos tienen el derecho, la obligación si se quiere, de oponerse a las decisiones de los padres. Incluso a equivocarse. Pero la responsabilidad de estos es tratar de evitarlo.
Vayámonos sin ir más lejos a Alemania, donde los dirigentes del Partido Socialdemócrata (SPD) han pedido a los militantes que apoyen el gobierno de coalición con los conservadores de la CDU mientras sus juventudes, las del SPD, se oponen a un pacto de Estado que la mayoría de analistas consideran decisivo para el futuro del país y de la Unión Europea. ¿Puede Alemania dejar en manos de unos miles de jovenzuelos una decisión de tal trascendencia? ¿Debemos los españoles aceptar una reforma concebida para reforzar los extremos, cimentar la polarización y obstaculizar la alternancia política?