Principios de verano de 2020. Inés Arrimadas viaja a Moncloa para entrevistarse con Pedro Sánchez. Ciudadanos acaba de ofrecerle sus votos para que no tenga que echarse en brazos de Bildu y demás familia. Despojarle al menos del argumento. Eran tiempos duros. Cientos de personas seguían muriendo todos los días víctimas del maldito Covid, y yo sentía un cierto nudo en la garganta. Aunque sin relación con las tareas de Gobierno, no dejaba de ser la líder de un partido político, lo que me hacía sentir concernida, sí, de modo que no podía evitar pensar en lo que estaría sintiendo aquel hombre, presidente del Gobierno, qué responsabilidad, no me gustaría estar en su pellejo… Pues bien, mi sorpresa fue mayúscula porque me topé con un Sánchez muy tranquilo, encantado de haberse conocido, preocupado, sí, pero de aquella manera, los muertos, claro, pero ese era solo uno de sus problemas, una más de las cuestiones que tenía sobre la mesa, creo que lo peor ya ha pasado, me dijo, esto lo van a solucionar las vacunas, y a otra cosa, Inés… Ese es Pedro Sánchez, eso me pasó a mí, yo lo vi, un individuo que no tiene la menor capacidad para empatizar, que carece de esos sentimientos elementales que anidan en el alma humana, la pena, la compasión, la tristeza, el arrepentimiento, el dolor ajeno, Pedro ni siente ni padece, es el perfecto amoral, lo que explica que pueda decir –o hacer- una cosa por la mañana y su contraria por la tarde, él es así, un psicópata o un sociópata de libro.
22 de julio de 2019. Congreso de los Diputados. Debate de investidura de Pedro Sánchez. Albert Rivera en el uso de la palabra: “Puro teatro. Es lo que lleva usted haciendo en los últimos tres meses (…) Usted tiene un plan para perpetuarse en el poder. Y, ¿con quién piensa llevar a cabo su plan? Pues con su banda: con Podemos, con Otegi, con los nacionalistas vascos, los separatistas catalanes, Més en Baleares, Compromís en Valencia… Sánchez tiene un plan y tiene una banda. Y la pregunta es: ¿la banda se ha juntado para esta investidura? Sí, pero lleva tiempo operando, lleva como mínimo desde la moción de censura, diría yo que desde que le echaron del partido. Usted lleva más de un año ejecutando su plan, un plan que beneficia al señor Sánchez y que perjudica a las familias españolas. Eso es lo que tenemos que desmontar”.
Con el respaldo de apenas 120 diputados, el precio que este buscavidas ha pagado ha sido muy alto en términos de deterioro político, económico e institucional
He utilizado este párrafo en su literalidad en no pocas ocasiones desde que fue pronunciado en la tribuna del Congreso, porque me parece el perfecto resumen de la legislatura. La sublimación de lo acontecido desde que el sujeto es presidente. Rivera lo clavó. Sus predicciones se han cumplido al milímetro. Sánchez tenía un plan y tenía una banda al servicio de ese plan. Una banda muy cara, a la que ha sido necesario retribuir un día sí y otro también. ¿Objetivo? El poder por el poder, desprovisto de cualquier aditamento. El poder a cualquier precio. Puro proyecto personal. Con el respaldo de apenas 120 diputados, el precio que este buscavidas ha pagado ha sido muy alto en términos de deterioro político, económico e institucional. En efecto, desde junio de 2018 Sánchez Pérez-Castejón ha sido apenas un rehén, un siervo en manos de comunistas, nacionalistas, separatistas y bildutarras, amén de una constelación menor de sinvergüenzas varios tipo Revilla, que le han sostenido en Moncloa. Un rehén obligado a pagar las letras de cambio que sus socios de Gobierno le ponían periódicamente a cobro. Ha tenido que indultar a los condenados del “procés”, liquidar la sedición, abaratar la malversación, desmontar el CNI, sacar a la Guardia Civil de Navarra, ignorar las sentencias del TSJC sobre el uso del español en las escuelas y mirar hacia otro lado con operaciones tan groseras como la del espionaje a través del software Pegasus montada por el separatismo catalán…
Ha tenido que entregar a Marruecos el Sahara Occidental. La lista de dislates sería interminable. La relación detallada resultaría fatigosa. Ha hecho, en suma, lo que le han mandado Otegi y Rufián. Reveladora la reciente puntualización de este último: “Hemos conseguido cosas que ustedes no querían, como, por ejemplo, que nueve personas salieran de la cárcel. Sí, se les obligó a hacerlo. Si no hubieran gobernado con un tal Albert Rivera”. Ha hecho lo que le han pedido que hiciera los enemigos del régimen: iniciar el desmantelamiento de la Constitución del 78, esa norma que, con todos sus defectos, ha proporcionado el más largo período de paz y prosperidad que ha conocido este país. Básicamente ha dejado al Estado indefenso, desprovisto de herramientas legales para hacer frente a nuevas intentonas golpistas en caso de que, como han prometido, decidieran un día volver a repetir el golpe de octubre de 2017.
Y en lo tocante a lo “social”, ha dado barra libre a ese comunismo rancio reunido bajo la marca Podemos, a quien hizo socio de Gobierno a pesar de no poder pegar ojo por las noches, “como la mayoría de los españoles”. Iglesias y sus chicas han intentado subvertir el sistema de valores del español medio con un sinfín de leyes técnicamente mediocres e ideológicamente pútridas salidas del magín de una gente afecta a las nuevas causas del wokismo universal, las teorías de género, el cambio climático, lo LGTBI, lo Trans y todo lo demás. ¿Es España así? No, sin la menor duda. La dictadura del pequeño sátrapa ha permitido a ese neocomunismo, residual por minoritario, imponer a golpe de Real Decreto Ley una cosmovisión a la que es ajena una mayoría de ciudadanos.
La dictadura del pequeño sátrapa ha permitido a ese neocomunismo, residual por minoritario, imponer a golpe de Real Decreto Ley una cosmovisión a la que es ajena una mayoría de ciudadanos
Y como todo autócrata que se precie, ha tirado la casa por la ventana en lo económico, ha gobernado para su “clientela” –nunca ocultó su intención de dividir a los españoles en dos bloques, polarización, ni su voluntad de gobernar para la mitad de los ciudadanos, los teóricos españoles de izquierdas-, ello mediante el uso y abuso del gasto público. El resultado es demoledor en términos macro. La deuda pública supera ya los 1,54 billones (15.200 millones solo en mayo), después de haber crecido en 376.000 millones desde junio de 2018, de acuerdo con el Banco de España. El endeudamiento de la Seguridad Social, por su parte, alcanza ya los 106.000 millones, con un aumento del 7% con respecto al año anterior. La revalorización del 8,5% de las pensiones va a costar este año 15.000 millones, de forma que el gasto total en este rubro se eleva ya a los 190.000 millones, 30.000 más que los 160.000 que la UE va a transferir a España entre 2012 y 2026 con los fondos de recuperación. Todo el mundo sabe que esta situación es insostenible en el tiempo, que el Gobierno mantiene el Estado de Bienestar a base de endeudarse, pero nadie dice ni pío. Los pensionistas, con 10 millones de votos, son el grupo de presión español más potente, decisivo en unas generales. Silencio.
Todos los países han sufrido la pandemia y se han visto afectados por la guerra de Ucrania, la crisis energética y sus consecuencias. Pero ninguno lo ha hecho peor que España, que solo ha logrado recuperar su PIB pre pandemia en pleno 2023. Los españoles, que llevan años perdiendo renta per cápita de forma continuada, pueden dar los cinco años de Sánchez por perdidos o a beneficio de inventario. Hoy son más pobres que en 2018 y están más endeudados que nunca. Disponen, eso sí, de una panoplia de subvenciones para cualquier cosa, en una inexcusable deriva hacia la argentinización acelerada. Hacia la pobreza absoluta, con el país inmerso en una imparable deriva hacia la irrelevancia internacional.
Los españoles, que llevan años perdiendo renta per cápita de forma continuada, pueden dar los cinco años de Sánchez por perdidos o a beneficio de inventario
¿Para qué querría el personaje seguir gobernando? ¿Qué extraña enfermiza ambición le lleva a seguir aferrado al poder, con el duro horizonte de ajustes –cerrar el grifo del gasto público, para poner orden en déficit y deuda- que se yergue frente al ganador de la jornada electoral de hoy? ¿Qué planes puede guardar este aventurero de la política en su almario, cuando sabe que no podrá seguir derrochando dinero público ni esquilmando con nuevos impuestos a unas clases medias ya depauperadas? Él nunca ha hablado estos días de ganar las elecciones. Él habla de “gobernar”, y gobernar supone volver a depender de comunistas, separatistas y bildutarras. Pero tanto ERC como Bildu le han advertido públicamente de que “subirán el precio” de su apoyo. Otegi habló este martes de “la necesidad de que Euskal Herria y Cataluña avancen hacia la libertad nacional”, palabras que fueron respondidas por Oriol Junqueras, de ERC, afirmando que “la independencia de Cataluña y el País Vasco llegará a través de dos referéndums de autodeterminación simultáneos”. Ya sabemos, pues, el precio que tendrían que pagar los españoles por un nuevo mandato de Sánchez: la voladura de España como nación.
De donde se infiere la imperiosa necesidad de mandar a Sánchez a la calle, sacarlo de Moncloa por la fuerza de los votos. Acabar con Sánchez y su banda como una cuestión de mera supervivencia de la España de ciudadanos libres e iguales. La banda que Rivera denunció en 2020 ha terminado mostrando un siniestro perfil mafioso. Ha devenido en una mafia. Solo así se explica la violencia de la campaña electoral que hemos vivido, donde la mentira y la manipulación han alcanzado cotas nunca antes vistas. El sanchismo termina como empezó: con el embuste por bandera, la trola como principio rector de su conducta. Si su desembarco en el poder llegó de la mano de una mentira –la famosa sentencia del juez De Prada, que supuestamente iba a permitir a Pedro regenerar la democracia-, su salida por la puerta falsa llega también con otra mentira no menor: el rotundo desmentido de Bruselas sobre los peajes de las autovías. Lo inaudito de esta campaña ha consistido en comprobar los esfuerzos de Sánchez y del orfeón donostiarra que le acompaña, con Prisa y RTVE a la cabeza, por endiñar a Feijóo esa condición de abanderado de la mentira de que Su Sanchidad ha hecho gala desde 2018 a esta parte.
La banda que Rivera denunció en 2020 ha terminado mostrando un siniestro perfil mafioso. Ha devenido en una mafia. Solo así se explica la violencia de la campaña electoral que hemos vivido, donde la mentira y la manipulación han alcanzado cotas nunca antes vistas
La violencia de la campaña arroja serias dudas sobre la capacidad de esas dos Españas, nuevamente enfrentadas, para convivir. Por encima del destrozo político, económico, social e institucional, la herencia más grave que nos deja la banda de Sánchez es el deterioro, quizá irreversible, de la convivencia, el enquistamiento de las dos célebres Españas (“Guerra civil, encendida, / aflige el pecho importuna: / quiere vencer cada una, / y entre fortunas tan varias, / morirán ambas contrarias / pero vencerá ninguna”) que hoy vuelven a mirarse tras la reja y a amenazarse garrote en mano. Restañar esa herida debería convertirse en tarea primordial del futuro presidente del Gobierno, aspiración difícil con un PSOE inservible para la tarea de la coexistencia entre españoles de distintas ideologías. Un PSOE podrido, convertido en marca blanca de ese invento llamado Sumar, cosa que, en efecto, no pasa de ser un aderezo neocomunista fabricado con retales de Dior. Es la gran victoria del mendaz Zapatero: haber convertido a Sánchez en el Jean-Luc Mélenchon hispano y al PSOE en epítome de la Francia Insumisa, parte de esa izquierda radical gala agrupada por Mélenchon en la coalición Nupes. “Vengo a recuperar la concordia entre los españoles y a sanear la economía”, decía el viernes el candidato del PP en el diario El Mundo. No es pequeña aspiración. Dijo también que “Tenemos que refundar nuestro partido y yo lo voy a intentar. Si gobernamos en solitario, hay posibilidades de refundar el PP y volver a ser la casa grande del centroderecha reformista (…) Mi objetivo fundamental no es permanecer mucho tiempo en el Gobierno. Mi objetivo fundamental es que el tiempo que esté sea útil. Por tanto, lo que voy a hacer es desgastarme en el Gobierno”.
Supongo que muchos españoles se darían con un canto en los dientes si el señor Feijóo lograra durante la próxima legislatura hacer realidad tales objetivos, porque esa resultaría entonces una legislatura exitosa, qué le vamos a hacer, con tales migajas nos conformamos. Sí, ya sé, imagino que a esos “intelectuales” que mean colonia cuando se sientan a escribir, esos chicos finísimos que, encastillados en el adanismo de los juegos florales, se ponen estupendos a la hora de criticar a todo el mundo, esto les parecerá demasiado poco. Las opciones son escasas, cierto, y tienen más boquetes que la superficie lunar. La del PP, claro que sí, por supuesto, y también la de Vox. Pero hoy no se trata de eso. Hoy, no. La España liberal ha aguantado cinco años de desplantes, desprecios e injurias. Llega, de nuevo, el momento de la eterna elección: socialismo o libertad. Llega, por fin, la hora de la revancha. El dulce trance de ponerlo en la calle. Porque aquí y ahora se trata de eso: de poner en la puta calle a este impresentable sin escrúpulos, a este auténtico don Nadie. Mañana lunes podremos, deberemos, empezar a hablar del barrizal heredado y de cómo empezar a sanearlo. Hoy simplemente hay que votar. Botar a Sánchez.