RUSIA es una democracia siniestra, pero hay que tener cuidado a la hora de imputar más al adjetivo que al sustantivo la victoria de Putin. A este lado de Europa la mayoría de los análisis combaten la victoria atribuyéndola a los excesos del caudillaje putinesco. Tal vez. Pero Putin ha obtenido 57 de los 75 millones de votos, lo que supone el apoyo del 76 por ciento de los electores. El resultado es demasiado exuberante como para que la democracia se lave las manos. Europa no debería utilizar para el disimulo interno el carácter inquietante de la política rusa. El caso paradigmático es el de las fake news y la actividad intoxicadora de los bots rusos. Por desgracia la expansión del mal europeo no necesita de semejantes fantasmagorías. Pocas pseudonoticias habrá habido más humorísticas que la influencia rusa en el Proceso catalán. ¡Bots rusos teniendo TV3! Hombre, hombre. La política europea tiene problemas mucho más graves que la manipulación rusa de la realidad. Y convendría que Europa empezara reconociendo las propias siniestralidades de sus democracias. Es verdad que Putin suma un 76%. ¿Pero ha contado Europa el 69% de italianos que ha votado a partidos impresentables? Estos dos tercios largos de la sociedad italiana no son obra de los rusos. Tampoco lo son el 40% de franceses que han llegado a votar en algún momento a Le Pen. Todos esos votos no son expresión de una democracia siniestra, sino de serios problemas de las democracias amables.
La victoria de Putin, por lo demás, está directamente vinculada con el viejo y repulsivo animal. Aunque en el caso ruso el nacionalismo tiene una explicación menos demente que en otros. En Cataluña opera una melancolía por lo que los catalanes fueron (en realidad por lo que no fueron: la más letal melancolía adviene por lo que nunca sucedió) hace trescientos años. En Rusia por lo que los rusos eran hace 30 años. Globalmente desgraciados, desde luego, pero orgullosos. Putin no ha sido capaz de llevarlos a la democracia y a la prosperidad. Pero con su matonismo, incluso pectoral, ha logrado convencerles de que siguen siendo un país temible. Haría bien Europa en no añadir a los desmanes reales del putinismo otros completamente exagerados o directamente inventados. Y en tratar de conseguir que Rusia sea una democracia… como la italiana. No parece que el camino pase por la euforización del enemigo, sino por la ayuda directa y eficaz a los rusos que trabajan por eliminar el gangsterismo nacionalpopulista de su vida política.