Santiago González, EL MUNDO, 10/10/12
Carlos Urquijo, delegado del Gobierno en el País Vasco tuvo ayer una gran intervención en la Delegación que el Gobierno de Madrid mantiene en la capital de la Comunidad Autónoma Vasca. La convocatoria no había comenzado con buen pie. Así parecía desde el momento en que un acto a mayor honra y gloria de las víctimas ponía de relieve la división existente entre las asociaciones de víctimas del terrorismo. Covite, la más numerosa en Euskadi, declaró no haber sido invitada al acto, lo que prefiguraba algunos cúmulonimbus cargados en el horizonte. Hay que decir algo, sin embargo, a favor del discurso de Urquijo, uno de los más breves de los cuales se puede tener memoria, y, al mismo tiempo, uno de los más granados. Fueron 403 palabras, poco más de dos minutos, pero todas eran exactas, y estaban engarzadas por una sintaxis que era, más que nunca, un orden moral, tal como había escrito Paul Valery. En tan breve parlamento se acomodaron holgadamente una denuncia, un lamento y un deseo. La denuncia del delegado era la anomalía democrática de que EH Bildu, «el brazo político de ETA se presente a las elecciones como artífice de la paz». A eso hemos llegado lenta y empecinadamente, contra lo dispuesto en la Ley de Partidos, que ha sido derogada de facto en medio de una considerable aquiescencia. Ay, esa taxativa disposición del artículo 12.1.b: «los actos ejecutados en fraude de ley o con abuso de personalidad jurídica no impedirán la debida aplicación de ésta». Resulta que un informe de la Guardia Civil para la Fiscalía y el Gobierno advierte de que el 45,8% de los candidatos de EH-Bildu son de Batasuna, la formación ilegalizada por el Supremo y el Constitucional. La continuidad de una organización ilegal, no sé si me explico. El lamento es la queja ante lo irremediable: que, aquellos miraron a otro lado, los miembros del PNV, vayan a gobernar Euskadi después del 21-O. Es preciso reconocer que los nacionalistas tenían razón, que la Leyde Partidos había hecho posible el Gobierno del PSE, y que sin la ilegalización de Batasuna y sus marcas Patxi López no habría llegado nunca a lehendakari. No es éste un debate de gran altura ética, heredero de la gran pregunta que a lo largo de 858 asesinatos ha sido la expresión más envilecida del alma de este pueblo, el cui pro dest, (a quién beneficia), que tantas veces se ha formulado tras el crimen. Claro que puestos ya a aceptar la mancha, la posición más incomprensible es la de quienes pagan con su cargo su voluntad de legalizar a los herederos de Batasuna. Un suponer, el lehendakari López, en la estela de Odón Elorza, protomártir. El deseo expuesto por Urquijo es desterrar el olvido, porque lo peor del mismo sería que «los cómplices del terror se erigieran en redactores del relato para blanquear su siniestro papel en esta tragedia». Ninguna paz será digna de tal nombre si el relato no contiene una condena explícita de ETA y su historia criminal, si se admitiera como posible la consecuencia másevidente de la negativa abertzale a esa condena: que los crímenes fueron necesarios, porque hicieron posible el poder que hoy detentan sus cómplices y el que ampliarán a partir del día 21. ETA no se ha disuelto, mientras las almas pías se agarran a ese ‘definitivo’ como a un aro salvavidas. Lo escribió Arregi: «hay nacionalistas dispuestos a vivir, no ya como si ETA no existiera, sino como si no hubiera existido nunca».
Santiago González, EL MUNDO, 10/10/12