La realidad es que la evolución del mundo de ETA hacia la renuncia definitiva todavía no ha pasado del ámbito de la teoría. Y, entre tanto, algunos han decidido retomar las viejas prácticas.
Con la decena de actos de terrorismo callejero, incluido el artefacto colocado en la puerta del domicilio de un ciudadano de Bilbao, no tiene sentido que la opinión pública se entretenga, a estas alturas, en matices conceptuales sobre lo que está ocurriendo en las fiestas de Euskadi en los últimos quince días. Si alguien prende una mecha y quema el mobiliario urbano ( ya se sabe que los contenedores son el símbolo de la «represión», claro) no es porque quiera organizar una hoguera de verano, sino porque busca provocar el mayor daño posible en el paisaje de las celebraciones festivas. Justo cuando se estaba teorizando sobre la desaparición de síntomas de terrorismo en los últimos meses. Precisamente, cuando se detecta que la excusa de ETA resulta cada vez más insoportable en la ciudadanía vasca.
Si se llenan las calles de Bilbao de propaganda etarra, cuando empieza la celebración de la Aste Nagusia, no hay muchas lecturas que pueda ofrecer el Código Penal distintas a la de la apología del terrorismo. Y si la izquierda abertzale otorga con sus desmarques sibilinos una interpretación sobre lo perjudicial de estos sabotajes para el proceso de paz, habrá que emplazarles a que actúen en consecuencia y, como perjudicados, rompan su cordón umbilical con la violencia y den un paso adelante. Mientras esto no se produzca, todos los movimientos que se están detectando en el ambiente político vasco del entorno de la banda son pasos en falso. Y los llamamientos de los partidos democráticos al entorno de ETA para que sea capaz de desmarcarse de la banda no son más que un brindis al sol. No tiene sentido que se pida a quienes viven del conflicto que se alejen de él porque lo que han hecho hasta ahora son juegos malabares para ganar tiempo y acabar justificando las tropelías de la organización terrorista.
Todos los partidos del arco parlamentario llevan tiempo diseñando su escenario particular para el día después de que ETA deje de existir, pero tropiezan constantemente con el terco obstáculo de la persistencia de los violentos. El PNV sigue haciendo recuento. Si Batasuna pudiera presentarse a las elecciones, los nacionalistas, a pesar de su división interna, serían mayoritarios. Cierto. Pero para formar el anhelado bloque nacionalista deberán primero cortar con el terrorismo. Y no parece que estén preparados para anunciar esa ruptura porque están viviendo uno de sus veranos habituales, con ‘serpiente’ incluida, en el que los actos vandálicos se mezclan con ruidos de negociación y cantos de sirena de quienes insinúan desde la ilegalizada Batasuna que «hay posibilidades, pero la cosa está difícil», para terminar exhibiendo sus diferencias en torno a las que -¡vaya por Dios!- acaban por ganar el pulso los más bestias.
Pedir al entorno de la denominada izquierda abertzale que «ordene» acabar con la kale borroka, como ha hecho el alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna, con la mejor de sus intenciones, da para un titular de prensa, pero no deja de ser otro brindis al sol. El presidente del PNV, Iñigo Urkullu, fue más preciso al hablar de la «tutela» de ETA sobre el mundo de Batasuna, porque si algo han demostrado los Otegi, Rafa Diez e incluso el veterano Tasio Erkizia es que son unos perfectos «mandados» de la organización terrorista, a la que nunca se han atrevido a plantar cara a pesar de sus maniobras de distracción entre la banda, el Gobierno y los medios de comunicación.
En este país hemos vivido momentos de máxima tensión en los años de plomo y en momentos trágicos de infausto recuerdo tan sólo se produjeron un par de desmarques en el mundo de Batasuna. Es lógico, pues, el escepticismo que se detecta en los partidos mayoritarios vascos sobre la posible reconversión de la izquierda abertzale a la política democrática. Desde el PP, Antonio Basagoiti habla de «farsa», y desde el PNV insisten en que no les ven «maduros» para dar el paso. En el Gobierno vasco siguen, sin embargo, sin querer magnificar una relación de hechos que no ayudan a realizar un análisis sosegado. Es cierto que «ahora estamos hablando de contenedores», como subraya el Departamento de Interior, cuando hace años los objetivos no eran, precisamente, los mobiliarios urbanos, pero no sería conveniente limitarse a centrar el foco en el fuego, sin diagnosticar qué persiguen los pirómanos.
El peligro es que los de siempre intenten que la sociedad se vuelva a familiarizar con la violencia. Primero unos contenedores, o unos cuantos cajeros, luego el domicilio particular de un ciudadano. ¿Y luego? Las palabras exactas del comunicado de la izquierda abertzale, mas tarde precisadas por el veterano Tasio Erkizia, venían a decir que los actos de violencia «responden al descontento del pueblo», pero «no están en nuestra estrategia».
¿Puede ser que todo el movimiento de la ilegalizada Batasuna no tenga otro objetivo que romper lazos orgánicos con ETA? ¿Con la pretensión de que la sociedad vasca llegue a creer en la independencia política de la izquierda abertzale respecto de ETA? Así, el final de la estrategia sería la soñada legalización de una organización heredera de los postulados de Batasuna y una ETA durmiente para catalizar el problema cuando considere oportuno. Sería una nueva ficción. Un nuevo escenario para ingenuos o necesitados de creer en el final sin contrapartidas. Los síntomas son contradictorios. Pero la realidad es que la evolución del mundo de ETA hacia la renuncia definitiva todavía no ha pasado del ámbito de la teoría. Y, entre tanto, algunos han decidido retomar las viejas prácticas.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 23/8/2010