Ignacia De Pano-Vozpópuli
- El partido socialista en la era Sánchez tiene por delante una inmensa tarea de limpieza si quiere recuperar un voto femenino que huye asqueado de su hipocresía
No se les puede negar ni la afición ni la torpeza. En la historia infame del acoso sexual, los elegidos de Sánchez tienen un puesto propio ganado a pulso. WhatsApps como “Iré depilado por si tienes un desliz” del concejal socialista de Torremolinos Antonio Navarro o los paseos de Francisco Salazar por Moncloa con la triste bragueta abierta a la altura de los ojos de sus asqueadas colaboradoras responden al mismo patrón de patán grosero de escaso o nulo atractivo físico que se aprovecha de su puesto para compensar viejas carencias.
Conductas intercambiables, igualmente obscenas y patéticas, que producen el efecto contrario al deseado, es decir, la necesidad inmediata de las mujeres agredidas de meterse monjas de clausura para alejarse de la sexualidad incontrolada y maloliente de estos burdos machos en celo permanente.
De la misma forma que los jesuitas tienen fama de que se les puede colar en la Compañía un malo pero ningún tonto, lo de Pedro Sánchez y sus colaboradores más cercanos va tomando también las características de un patrón de elección específico. Sus sucesivos números dos, Ábalos y su afición descontrolada al sexo de alquiler pagado por todos y Cerdán y su mano viscosa posada como al azar en tantas fotos sobre Adriana Lastra generan en cualquier mujer una necesidad inmediata de devolver el desayuno recién ingerido.
A estos dos figuras iba a sustituirles en todo menos en el cargo el susodicho Salazar, aficionado a representar actos sexuales en el puesto de trabajo. Que curiosa coincidencia. Todos objetivamente feos y todos igualmente obscenos, si se me permite decirlo. Pareciera que ese es el tipo de gente con la que Pedro Sánchez se desenvuelve con más comodidad. Al narciso en el poder le gusta sentirse cisne entre sapos.
Las mujeres obligadas a convivir con estos cabestros en su jornada laboral denunciaron en los canales internos del partido más feminista de la Historia el maltrato padecido para comprobar después que sus denuncias desaparecían del sistema muy convenientemente y verse traicionadas a continuación por sus propias compañeras en puestos de poder. Imagino que las fotos de Pilar Alegría compartiendo mesa con Salazar meses después de producirse las denuncias debió doler a las víctimas mucho más que los embates del acosador, porque de un salido que amaga con empotrar sin acabar de atreverse a hacerlo puedes defenderte, pero del abandono de las mujeres en las que confías para que te defiendan no hay protección posible.
Salazar no cayó hasta que el escándalo se hizo público, porque lo que importa a la dirección del partido socialista no es la erradicación de cuajo de estas conductas, que está visto que permean la organización de arriba a abajo, sino que el conocimiento público de las mismas afecte sus futuros resultados electorales.
La víctima del concejal de Torremolinos, el autor de la serie de WhatsApps más antieróticos de la Historia de la humanidad, aprendió de lo sucedido y se fue directamente a la fiscalía saltándose los cauces internos del partido donde tantos riesgos corría de que un fallo técnico borrara su denuncia. Hizo bien. Es lo que deberían hacer todas las mujeres que en este momento estén pensando en denunciar.
Llamadas directas de la ejecutiva federal a las víctimas para que no hablen con la prensa pidiéndoles prudencia y discreción, o visitas como la de Montero a la denunciante de Torremolinos nos sitúa ante la cruda realidad del modus operandi de la banda en el poder. Las mujeres tienen que callarse porque sus denuncias afectan al futuro político del todopoderoso líder. Si Salazar es listo para elaborar estrategias electorales y su consejo se considera imprescindible para Sánchez, tu te aguantas con su bragueta abierta a la altura de tus ojos y sigues escribiendo en u ordenador como si no pasara nada. Pero sí pasa, pasa mucho, y los españoles, especialmente las españolas, están tomando nota.
El partido socialista en la era Sánchez tiene por delante una inmensa tarea de limpieza si quiere recuperar un voto femenino que huye asqueado de su hipocresía, doble vara de medir y una cultura laboral entre sus filas en la que los depredadores sexuales están empezando a dejar de ser excepción para convertirse en hedionda norma. Y lo que es peor, de las mujeres que lo permiten y lo encubren. Que empiecen por el bromuro, que les hace falta.