EL MUNDO – 23/03/15 – EDITORIAL
· El zarpazo yihadista golpeó ayer el corazón de Europa con una cadena de atentados en el aeropuerto Zaventem de Bruselas y en el Metro que causaron al menos 34 víctimas mortales. El pánico se adueñó de la capital belga en su «jornada más negra desde la Segunda Guerra Mundial», como la definió el líder de los nacionalistas flamencos.
El Estado Islámico no tardó en reivindicar los ataques, uno de ellos perpetrado por un kamikaze que hizo estallar un cinturón bomba. La solidaridad con las víctimas llegó desde todos los rincones del planeta. Aunque, como es lógico, Europa fue ayer el continente más sacudido por unos atentados que no persiguen atacar a una comunidad concreta, sino seguir extendiendo el terror en suelo occidental, como tantas veces han amenazado los macabros voceros del IS.
Pero dicho lo anterior, y aun resaltando que el terrorismo islámico ha golpeado ya demasiadas ciudades europeas –incluida Madrid–, no se puede pasar por alto que Bruselas era uno de los objetivos prioritarios de los yihadistas. De hecho, aunque los investigadores aún habrán de confirmar o no la relación causa-efecto, los atentados se han producido apenas cuatro días después de la exitosa detención de Salah Abdeslam, el cabecilla huido de los ataques de noviembre en París en los que murieron 130 personas. Y, sobre todo, las autoridades belgas llevaban meses alertando de la alta probabilidad de un ataque –el país tenía activado el nivel 3 de riesgo en una escala de 4–, en un escenario rayano en la psicosis por cuanto la capital comunitaria se ha convertido en uno de los mayores nidos del yihadismo en Europa.
Sería irresponsable mirar hacia otro lado y centrarnos sólo en el dolor que provocan tantas muertes inocentes. Por ello es obligado destacar también los errores del pasado y seguir denunciando las fallas en la coordinación europea en materias fundamentales de seguridad, Inteligencia o control cibernético. Bélgica está despertando de una cierta inocencia que le ha llevado durante demasiados años a no prestar toda la atención necesaria a la lucha antiterrorista. Y ello a pesar de que es el país occidental con más ciudadanos per cápita que han acudido a hacer la yihad a Siria e Irak –casi 500–. Y de que la comuna bruselense de Molenbeek se ha convertido no sólo en un gueto para la minoría musulmana, sino también en un auténtico santuario de radicales incontrolados. No en vano, Molenbeek está tristemente conectado con todos los grandes atentados que ha habido en Europa desde el 11-M.
Tras la masacre de París y las acusaciones de las autoridades francesas a cuenta de los fallos policiales salió a la luz lo desfasada que está la legislación belga para combatir de manera eficaz el yihadismo. El Gobierno federal impulsó entonces contrarreloj una batería de medidas antiterroristas en el Parlamento que están empezando ahora a entrar en vigor. Por ejemplo, el país carecía de un banco de datos dinámico con las identidades de todos los sospechosos yihadistas fichados que pueda ser consultado por los distintos cuerpos policiales y que les permita a éstos compartir información de forma inmediata y actualizada.
Las autoridades belgas no han podido disimular estos últimos meses la sensación de estar desbordadas ante el desafío yihadista. Sus servicios de Inteligencia todavía no están suficientemente preparados para combatir este fenómeno, el número de agentes de Seguridad especializados es a todas luces escaso, y tanto la Policía como la Justicia tienen un gravísimo déficit de personal que domine el árabe, una de las cuestiones más urgentes para poder desarrollar una verdadera política de prevención. Y la arquitectura político-institucional belga es tan extremadamente compleja –recordemos que el país está dividido entre valones y flamencos, dos comunidades prácticamente de espaldas entre sí– que cada vez son más las voces que alertan de lo difícil que resulta así luchar contra el terrorismo, que lógicamente no sabe de fronteras identitarias. Sólo en Bruselas, con 1,2 millones de habitantes, hay seis cuerpos policiales distintos, inmersos muchas veces en una paralizante lucha competencial entre sí.
Mucho, y con urgencia, tienen que cambiar las cosas en el corazón de Europa para poder hacer frente con eficacia a la mayor amenaza global a la que nos enfrentamos. Pero también la Unión Europea en su conjunto debe avanzar mucho más en la cooperación intracomunitaria. Es cierto que la reciente puesta en marcha de un Centro Europeo contra el Terrorismo es un paso importante para detectar, por ejemplo, los flujos financieros de los terroristas, intercambiar información entre los Veintiocho o poder combatir el proselitismo a través de las redes. Pero aún queda mucho por recorrer en colaboración policial y de servicios de Inteligencia, algo absolutamente fundamental.
Tampoco en la lucha militar contra el IS está actuando la UE como un bloque unido. La misión bélica que impulsó en Siria e Irak el presidente Hollande suma poco a poco a los socios europeos, pero falta que los Veintiocho asuman que su política exterior y de Defensa tiene que ser de verdad común. Y, en todo caso, los efectos de cualquier acción militar serán muy limitados en tanto en cuanto no vaya acompañada de una intervención terrestre, que debiera ser liderada por naciones musulmanas. La lucha contra el zarpazo yihadista es demasiado compleja. Pero frente a quienes sostienen que la UE sirve para poco, la realidad nos demuestra que, cuanta mayor coordinación comunitaria haya, más eficaz resultará la lucha contra un enemigo tan difuso.
EL MUNDO – 23/03/15 – EDITORIAL