ABC 03/02/17
IGNACIO CAMACHO
· La gestualidad autoritaria de Trump es parte de una estrategia de iniciativa política. Tremendista, expeditiva, cesárea
EL brutalismo es un estilo arquitectónico, inspirado en Le Corbusier y Saarinen, que en los años 60 y 70 hizo furor con sus estructuras feístas, sus materiales ásperos y una cierta deliberada sordidez expresada en hormigón visto. Pero en política también existe una tendencia brutalista: la de la alcaldada arbitraria, las órdenes tajantes, las decisiones caprichosas y temerarias sin respeto a las normas jurídicas. La de esa clase de dirigentes acostumbrados al atajo, la simplificación y la falsa diligencia expeditiva. La de tipos como Gil, Berlusconi, Chávez o Trump, outsiders arriscados que, cada uno a su escala, supieron aprovechar el hartazgo de las clases medias para alcanzar el poder mediante la seducción tramposa de un liderazgo tremendista.
En el caso de Trump, la actitud avasalladora es parte de una estrategia de negociación basada en la provocación efectista. El nuevo presidente utiliza la gestualidad autoritaria –ese modo de caminar a trancos y de desencapuchar la estilográfica como si desenfundase un Colt—como una forma concluyente de tomar la iniciativa. Busca la intimidación, el desafío, para delimitar su territorio y apoderarse del marco mental desde el que establecer una relación de hegemonía. Sabe quién lo ha elegido: el votante cansado de inoperancia y de politiqueo elitista, al que envía con sus drásticos aspavientos una señal de determinación y energía. Pero también se dirige a adversarios, socios e indiferentes para hacerles llegar de modo terminante el mensaje de que el statu quo anterior ya no rige, que su llegada ha cambiado el paradigma.
No se trata sólo de retórica o de puesta en escena. Ni siquiera, aunque también, de la construcción de un personaje. El brutalismo sobreactuado de Trump pertenece a su programa de gobierno e iba incluido en sus promesas electorales. La suya es una política de hormigón, como la de todos los populistas; destemplada, maniquea, imperativa, cesárea. Sus ademanes, su lenguaje y sus decretos constituyen emoticonos políticos, trazos y signos de comprensión fácil. Los que creían que el cargo le moderaría no entendieron que un hombre que ganó con el discurso de que todo se arregla en dos patadas no puede empezar arredrándose.
Ese es el estilo que viene. El que arrastra, por la izquierda y por la derecha, a los paladines de una nueva política de agresividad contundente. Acción ejecutiva, desaforada, aplastante; de ordeno y mando, de decreto urgente. A la medida de votantes hartos que recelan del sistema y de sus leyes, gente que ya sólo confía en soluciones extremas y en radicalismos disfrazados de poderes fuertes. No es un fenómeno nuevo ni mucho menos, pero en épocas de crisis y de miedos regresa como un virus recurrente. Y con su tensión desestabilizadora extiende la peligrosa sensación de que los mecanismos de la legalidad democrática son propios de sociedades débiles.