Algún día deberemos preguntarnos si es bueno para los vascos no agradecer las ayudas que recibimos; contar con más dinero aunque sufran las instituciones; destacar sobre todos sin reconocer sus aportaciones a nuestro bienestar; que el Estatuto, su interpretación y el autogobierno sean propiedad de un partido, a costa de las instituciones estatutarias.
Es una de las frases que más se han escuchado o leído durante el tiempo que ha durado el debate sobre la transferencia de las políticas activas de empleo. Pero es algo más que una frase: es la norma que juzga casi toda la política vasca en su relación con el Gobierno central. Lo bueno para los vascos es, en abstracto, el autogobierno, más autogobierno, transferencia de más competencias desde la Administración general del Estado. Y lo bueno es, en concreto, más dinero. Todo lo demás es secundario.
En este sentido es bueno conseguir las políticas activas de empleo con el dinero de las cuotas que los empresarios dejan de pagar por firmar algunos contratos. Es bueno porque significa más autogobierno. Sin preguntar para nada cómo se ha llegado a ello, en qué condiciones, a qué precio. Sin preguntar, por ejemplo, si el acuerdo para la transferencia dentro de la negociación de los Presupuestos Generales es una anomalía en el sistema democrático. Sin preguntarse, por ejemplo, si el hecho de que se rompa el diálogo entre instituciones, Gobierno central y Gobierno vasco para este caso de transferencia de competencias tiene o no consecuencias, que las tiene porque desinstitucionaliza al sujeto político vasco. Sin preguntarse si es positivo o no para el sistema democrático en su conjunto proceder a su desarrollo instalándose en el chantaje posible a causa de la debilidad extrema del interlocutor, Zapatero, y no gracias a las razones que esgrime uno.
Es cierto que al PNV todo esto le puede importar más bien poco: si el Gobierno central admite, cuando necesita de votos para la aprobación de presupuestos, debatir elementos políticos estructurales que afectan al sistema en su conjunto, debilitándolo, no será el nacionalismo vasco el que llore, pues puede no tener el más mínimo interés en que se consolide el sistema democrático español. Si el sistema institucional vasco queda dañado, tampoco le importa mucho, pues si no está ocupado por ellos, no merece la pena defenderlo. Y que lo conseguido sea fruto del chantaje tampoco es importante: no hace más que seguir con una larga tradición en la que el chantaje es el núcleo del sistema.
No es nada extraño que los medios de comunicación, en general, reaccionen siguiendo las mismas claves: todo es bueno para el convento, sin preguntarse ni de dónde viene, ni cómo viene, ni cuál es el precio a pagar. Y si en lugar de 300 millones de euros -la cifra barajada por el Gobierno vasco para la transferencia en cuestión- son 475, mejor que mejor. No importa que a esa cifra se llegue sumando la Inspección de Trabajo y el Instituto Social de la Marina, con lo que la diferencia entre ambas cantidades es menor. No importa que se llegue a esa cifra con las cuotas empresariales a la Seguridad Social por la firma de contratos que le interesan al Estado, dinero que forma parte de la caja única de la Seguridad Social, a la que el Gobierno central lo restituía desde los Presupuestos Generales, y que viene al Gobierno vasco como descuento del cupo, aunque sea una cantidad no territorializable por principio, pues nadie sabe cuántos van a ser los contratos que se van a firmar dónde, y que por todo ello se trata de una chapuza bastante considerable.
Tenemos más dinero, y como en el dinero está tanto el autogobierno como la felicidad, no hay nada qué discutir. Y esto vale para casi todo: que nadie pregunte cómo se calcula el cupo, si el cupo está bien calculado, si es transparente y democrático, pues como es dinero, es bueno para los vascos -el Concierto no necesitaba blindaje, lo que se ha blindado es el desequilibrio a favor de los impuestos a los beneficios empresariales en contra de las rentas de trabajo-. Y si el resultado es que el gasto público por habitante en Euskadi está muy por encima de la media de las comunidades autónomas, nos ponemos la medalla de saber hacerlo mejor que los demás, aunque en realidad estemos viviendo, en parte, de aquello que debiera ser de otros, a quienes despreciamos por ser vagos mientras que nosotros somos las hormigas trabajadoras.
Que aparte de no pagar todo lo que debiéramos en el cupo, el resto de españoles nos han ayudado a limpiar nuestras ruinas industriales para que nosotros pudiéramos tener fábricas de nuevo cuño, más modernas y con más tecnología: nada que discutir, porque es bueno para los vascos, aunque no reconozcamos que nos han ayudado quienes son más pobres que nosotros.
Contamos con un Festival internacional de cine, una Quincena musical modélica, con la temporada de ópera de la ABAO, contaremos con el museo Balenciaga, Bilbao está que se sale de obras, nuevas instalaciones, belleza y hermosura, gracias a las aportaciones no obligadas del Gobierno central, del resto de los españoles y a la sociedad pública Bilbao Ría 2000, de cuyo capital el 50% corresponde a la Administración general del Estado, es decir, a los contribuyentes del resto de España, que participan en la financiación de nuestras bilbainadas.
Pero alguien se tendrá que preguntar alguna vez si es bueno para los vascos no agradecer las ayudas que se reciben, si es bueno para los vascos contar con más dinero aunque para ello tengan que sufrir las instituciones y el sistema democrático, si es bueno para los vascos destacar sobre todos los demás sin reconocer sus aportaciones a nuestro bienestar, si es bueno para los vascos debilitar el sistema democrático en el que estamos insertos, si es bueno para los vascos mirar siempre sólo por nosotros mismos sin ver lo que sucede con los demás y con el sistema que es común a todos, si es bueno para los vascos que el Estatuto, su interpretación y el autogobierno sea propiedad de un partido, aun a costa de las instituciones estatutarias.
A uno se le antoja que recibir y no aportar, que ser ayudado y no agradecer, que formar parte de un sistema y no colaborar a su fortalecimiento, que vender por autogobierno lo que no deja de ser una lucha feroz por acceder al gobierno perdido no puede ser el máximo de la bondad. Lo que predicamos como bueno para Euskadi hoy puede ser fruto de una miopía histórica.
Joseba Arregi, EL DIARIO VASCO, 30/9/2010